Los vestidos en la Biblia. 1. Israel: religión, justicia y tradición

El tema del vestido de los cardenales ha sido objeto de cierta discusión. Como advertirá quien lea lo que dije el día 16 (¡Los cardenales tienen cola!), mi problema no eran los vestidos de rojo, ni las grandes capas, que además me gustan. Mi problema no era tampoco la persona del Cardenal Cañizares, que además me causa ternura. Mi cuestión es que en el siglo XXI siga habiendo cardenales y que, además, ellos puedan presentarse como signo de la Iglesia universal y como signo de la supremacía de Roma sobre todas las Iglesias (al menos de occidente). Me atrevía a decir que, quizá, con mil años de historia (venían de la reforma gregoriana), ellos podían irse jubilando. Pero de eso seguiré hablando otro día (¡el tema tiene muchas ramificaciones!). Hoy, para que mostrar que el tema de tiene su importancia quiero recoger algunas ideas sobre el vestido en la Biblia (partiendo de mi Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2007).

Principio

En cuestión de vestiduras prefiero el Antiguo Testamento, donde hay algunas hermosas. El Nuevo Testamento es en esto mucho más parco. Además, parece que cuando colgaron a Jesús desnudo sólo pudieron sacarle unas sandalias, unos calzones y un cinto para la túnica; no tuvieron mucha suerte los verdugos (cf. Jn 19, 23). Además, cuando Jesús mandaba a sus amigos de evangelio les decía que no llevaran túnica de repuesto (cf. Mc 6, 9; Lc 9, 3).
No, no era cuestión pobreza, que también es eso, sino porque quería que la gente se acostumbre a dar y recibir. Los servidores del evangelio no tienen que andar con la casa a cuestas, como unos desconfiados, porque tienen que tener confianza y saber, porque allí donde lleguen y les reciban tendrán algo de comida de repuesto, al menos una túnica para dejarles y un poco de pan para que coman.
Los evangelizadores tienen que confiar; la gente les dará lo que necesitan. Por eso van sin repuesto, van sin más ropa que lo puesto. Y eso lo dice sin distinción de mendigos y cardenales.
El problema es si llegas a casa de un hindú legítimo y sólo tiene un sari azafrán… Pues te lo tienes que poner, aunque sea para ir a misa. Es claro que Jesús era un tipo diferente… En este tema del vestido parece mejor el Antiguo Testamento, que habla a veces de atuendos “serios”, como Dios manda.... Pero el tema es más complejo y así queremos evocarlo:

Génesis

En principio, los hombres estaban desnudos y así se podían mirar, sin avergonzarse (cf. Gen 2, 25). La Biblia sabe que el estado “natural” del hombre es la desnudez, que hace juego con la desnudez de planteas y animales. Es una desnudez de atracción amorosa, como muestra el canto de Adán, cuando ve a la mujer desnuda (cf. Gen 2, 23); una desnudez transparente, sin deseo de posesión violenta. Sólo cuando los hombres “comen del árbol del conocimiento del bien y del mal” descubren que están desnudos y sienten su desnudez como carencia y riesgo (cf. Gen 3, 7). Antes, su desnudez era natural. Ahora es una desnudez tensa, llena de deseos difíciles de controlar. Por eso, para marcar una distancia y poderse relacionar uno con otro, tienen que vestirse.
Gen 3 evoca dos tipos de vestidos. (a) Unos vestidos vegetales, hechos por los mismos hombres, sea de hojas de parra o higuera, sea de fibras ya más trabajadas (cf. Gen 3, 7). (b) Unos vestidos de pieles de animales, hechos por el mismo Dios (Gen 3, 21). Antes eran los mismos hombres y mujeres los que se vestían, para así relacionarse. Ahora tiene que vestirles el mismo Dios, porque le han dicho que están desnudos y que tienen miedo de que él les vea así (cf. Gen 3, 10). En este contexto debemos indicar que los vestidos de pieles están suponiendo ya un tipo de “violencia”. Hasta ahora, en todo el relato del Gen 1-2, se suponía que los hombres eran vegetarianos, que “domaban” a los animales, pero que no los mataban ni comían. Ahora se supone que Dios mismo los mata para que los hombres puedan vestirse. Mirado así, el vestido empieza a ser ya un signo de violencia, al menos de violencia del hombre contra los animales.


Éxodo 1. Vestidos del saeerdote

La Biblia incluye diversas indicaciones de vestidos, pero (prescindiendo quizá de las armaduras guerreras de Goliat y de David, que aparecen en 1 Sam 17, 4-6. 38-39) en ella se habla poco de vestidos concretos, detallados. Forman una excepción los vestidos sagrados del Sumo Sacerdote, que han sido descritos de un modo minucioso en Ex 28, donde se supone que ellos conceden el honor supremo al ministro del culto de Dios:

«Harás que se acerque a ti, de entre los hijos de Israel, tu hermano Aarón y sus hijos con él… para que me sirvan como sacerdotes. Harás vestiduras sagradas para tu hermano Aarón, que le den gloria y esplendor. Tú hablarás a todos los que tienen sabiduría de corazón, a quienes he llenado de espíritu de sabiduría, y ellos harán las vestiduras de Aarón, para consagrarlo a fin de que me sirva como sacerdote. Las vestiduras que serán confeccionadas son las siguientes:
el pectoral,
el efod,
la túnica,
el vestido a cuadros,
el turbante
y el cinturón.
Harán las vestiduras sagradas para tu hermano Aarón y para sus hijos, a fin de que me sirvan como sacerdotes» (Ex 28, 1-4).

Éxodo 2. El vestido de los pobres

Estos vestidos son ya un elemento del culto. No sirven ya sólo para quitar la vergüenza del hombre ante Dios o de los hombres entre sí, sino para indicar la gloria de Dios al que sirve el sacerdote. Son vestiduras especiales, que sólo son propias de los sacerdotes y que sirven para el culto. Ellas sirven para marcar una distancia entre los sacerdotes y el resto de los creyentes de Israel, trazando de esa forma unas jerarquías sagradas en el pueblo. Pero, al lado de ellos, la ley del éxodo (centrada en el Código de la Alianza: Ex 20, 22–23, 18) ha puesto de relieve el vestido de los pobres: «Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás a la puesta del sol, porque es su única manta y no tiene vestido para cubrir su cuerpo. ¿Con qué más ha de dormir? Cuando él clame a mí, yo le oiré; porque soy misericordioso» (22, 26). El vestido no es sólo objeto de culto, sino protección para el pobres, como ha puesto de relieve el conjunto de la tradición bíblica, cuando afirma que la verdadera religión, el verdadero ayuno, consiste en vestir la desnudez del pobre, ayudándole a vivir en dignidad (Is 68, 7); más importante que el vestido del sacerdote de culto en el templo es el vestido de la vida de los pobres.

Eclesiástico. El vestido, la gloria del sacerdote

El Éxodo era todavía sobrio. Más rico y preciso es el lenguaje del libro del Eclesiástico (Ben Siraj), un judío piadoso que describe las grandes ceremonias del templo, a principios del siglo II a. C., unos años antes de que estalle la gran crisis de los macabeos (organizada en parte porque varios miembros de las familiar sacerdotales intentaron ponerse los vestidos del Sumo Sacerdote, tomando así su dignidad y realizando sus funciones). Éstas son las vestiduras de Aarón (es decir, del Sumo Sacerdote del tiempo del autor). Las virtudes y valores del sacerdote importan menos. Lo que importan más son sus vestidos:

Consagró a Aarón, de la tribu de Leví.
Estableció con él un pacto eterno y le dió el sacerdocio del pueblo.
Le hizo feliz con espléndido adorno (eukosmia) y
le ciñó de vestidura de gloria.
Le vistió con magnificencia perfecta (synteleian)
y le fortaleció con insignias de fuerza: calzón, túnica y manto.
Le rodeo de granadas y de muchas campanillas de oro en torno,
para que sonasen caminando y se escuchase su sonido
como memorial para los hijos de tu pueblo.
Con vestidura sagrada de oro, jacinto y púrpura bordadas,
con el pectoral del juicio, que sirve para declarar la verdad,
de tejido carmesí, obra de artista.
Con piedras preciosas, talladas como sello, con engaste de oro
obra de joyero, con letras grabadas, para memorial de los hijos de Israel.
Y una corona de oro sobre el turbante
y un relieve con el sello de la santidad,
gloria honrosa, obra de poder, deseo perfecto de los ojos.
Antes de él no hubo hermosura semejante,
ni habrá extranjero que la lleve jamás;
sólo sus hijos y sus nietos en lo sucesivo.
Sus ofrendas se queman por completo,
dos veces por día sin interrupción.
Le consagró Moisés y le ungió con aceite santo;
se le dio una alianza eterna y a sus descendientes para siempre,
para servir a Dios como sacerdote, y bendecir en su nombre al pueblo.
Le escogió entre todos, para presentar los frutos del Señor,
incienso y aroma, en memorial, para expiar por su pueblo.
Le dio por sus mandatos poder en alianzas de juicios,
para enseñar a Jacob los testimonios
e iluminar en su ley a Israel (Eclo 45, 6-17).

El Dios de la belleza

1 Rey 18 presentaba al sacerdote/profeta como hombre del pacto; Lev 16 destacaba su función expiatoria; aquí pasa a primer plano el rasgo estético. El sacerdote se define por la hermosura de unos vestidos sagrados, como ha puesto de relieve Sab 18,24 «Puso en su ropa talar el mundo entero, y los nombres ilustres de los patriarcas, en la cuádruple hilera de piedras talladas y el Nombre de tu Majestad en la diadema de la cabeza». El vestido aparece así como señal de Dios, signo supremo de sacralidad.
Lógicamente, la posesión y custodia de las vestiduras del Sumo Sacerdote fue elemento clave de poder en ese tiempo. No podía haber celebración del Yom Kippur sin que el sacerdote se pusiera los vestidos. Por eso, cuando los reyes más hábiles de Siria (con los herodianos posteriores y los procuradores romanos) vieron su valor, tomaron la costumbre de guardarlos ellos mismos, para dárselos al sacerdote solamente los días de celebración. Era un problema de vida o muerte religiosa (incluso de guerras, como cuenta Flavio Josefo). Se mataban unos a otros por tener los vestidos, pues si no los tenían no podían ser sumos sacerdotes.


Dios de vestiduras, una buena liturgia

Ciertamente, hay otros temas de discusión (la alianza, los sacrificios….). Pero El centro de la cuestión sacerdotal son unas vestiduras. En este contexto, es difícil separar la tradición (deseo de aferrarse a rasgos del pasado), el simbolismo cósmico/sacral (cf. Sab 18,24) y el puro goce estético, producido por la impresión de las formas y colores. Éste es un rasgo que aparece en casi todas las culturas religiosas: en un momento dado ellas destacan el valor de los vestidos, los juegos de tonos y otros signos estético/sacrales que aparecen como irradiación divina. Bastará recordar el atuendo de ciertos hechiceros, las máscaras de África, el vestido de algunos prelados cristianos.

Estamos ante un Dios de teatro: Señor de las formas, fuente y poder de belleza. Más que la persona en sí (varón/mujer) importa aquí el adorno y gloria grande de sus vestiduras, los bordados y brillo del manto, las piedras preciosas, la corona... Cada rasgo tiene su sentido; en todo hay un misterio que puede y debe desvelarse. Ataviado para realizar su función, el sacerdote viene a ser una especie de microcosmos sagrado, expresión viviente del misterio, manifestación de lo divino. Por eso se amontonan, se vinculan y completan/complementan los colores del vestido, la irradiación de las piedras (señal de paraíso), el pectoral del juicio, es decir, para realizar los juicios (Urim y Tumim), el turbante de realeza... La Biblia Hebrea prohibía de antiguo las imágenes (cf. Ex 20,4), pues Dios no puede ser representado. Esa prohibición no impide que el Sumo Sacerdote revestido de sus hábitos cultuales sea signo de Dios sobre la tierra.

La gloria del hombre vestido

El libro del Eclesiástico sigue hablando de Simón, el gran sacerdote de su tiempo, que sale del Santísimo del templo, el día de la expiación, abriendo el → velo, tras el cual ha pronunciado el nombre de Yahvé. Sale al aire libre y mientras va avanzando viene a presentarse como teofanía personal. Todas las cosas reciben sentido en su presencia: El mismo sacerdote, vestido de fiesta de Dios, es signo y plenitud del universo, es principio ordenador y contenido muy profundo de todo lo que existe:

¡Qué gloria llevaba al andar entre el pueblo
cuando salía del templo (casa) del velo!
Como estrella matutina entre las nubes,
como luna llena en los días de fiesta,
como sol que refulge sobre el templo de Altísimo,
como arco que brilla entre nubes de gloria,
como planta de rosas en día de primavera,
como lirio junto al manantial del agua,
como brote de cedro en los días de verano,
como fuego e incienso sobre el incensario,
como vaso de oro macizo, adornado con múltiples piedras preciosas,
como olivo repleto de frutos
y como ciprés que se eleva hasta las nubes...
cuando se ponía el vestido de gloria
y se revestía en plenitud de perfección,
al subir el santo altar llenaba de gloria el santuario... (Eclo 50, 5-11)

Esta nueva realidad del sacerdote, que empieza en gloria (Eclo 50,5) y en gloria culmina (50,11), no se puede expresar en un código de leyes ni tampoco en una teología de tipo conceptual o discursivo. Para describirla hay que emplear las claves de la teología estética: es como si todo naciera otra vez y empezara a existir este día de la expiación. Vuelven a la vida los valores de gozo y belleza de la tierra: estrella, sol y luna es su presencia, como firmamento de Dios que nos cobija; es arco iris de paz, es rosa y lirio, es cedro, olivo y ciprés, planta frágil y árbol grande, es hermosura de los ojos, gozo de la vida... porque ofrece garantía de reconciliación del universo.
Ha salido del lugar de Dios, ha pasado a través de la cortina y viene a fundar nuestra existencia. Lleva la perfección del cielo expresada en sus vestidos; y así sube al altar, siendo en sí mismo fuego, incienso e incensario (Eclo 50, 9) . En algún sentido, su misma existencia tiene valor sacrificial (reconciliador) sobre la tierra. No vale ya por lo que hace sino por lo que representa con su vestidura.

Apéndice. Vestiduras judías posteriores

Tras la caída del templo (70 d. C.), los vestidos de los sacerdotes han pasado a ser un recuerdo simbólico. Los judíos se han vestido y se siguen vistiendo como los pueblos del entorno, sin diferencia apreciable entre los rabinos y el resto de los fieles. Un elemento significativo en su vestimenta es el apego a la tradición, de manera que a veces grupos de judíos han seguido vistiendo como lo hacían sus antepasados, en Sefarad o en Europa Orientan (Polonia, Rusia…), con turbantes o sombreros grandes y chaquetas oscuras (tipo kaftán). Más importantes resultan dos prendas vinculadas a las oraciones.
(a) El Talit o manto para la oración, con el que se cubren los judíos piadosos, hecho de lino o de lana (pero sin que se mezclen los hilos). Suele terminar en unos flecos o Tzitzit, que sirven para recordad y cumplir los preceptos de Dios: «Habla a los hijos de Israel y diles que a través de sus generaciones se hagan flecos en los bordes de sus vestiduras y que pongan un cordón azul en cada fleco del borde. Los flecos servirán para que al verlos os acordéis de todos los mandamientos de Yahvé, a fin de ponerlos por obra, y para que no vayáis en pos de vuestro propio corazón y de vuestros propios ojos, tras los cuales os habéis prostituido» (Num 15, 38-39; cf. Dt 22, 12). (
b) Los Tefilim. Son unos cubitos de cuero que contienen cuatro fragmentos de la Toráh con una cuerda o cinto de cuero negro para colocarse en el brazo izquierdo. Los textos que se encierran en los cubitos son Ex.23 1-10 y 23, 11-16 (parte esencial del Código de la Santidad) y Dt 6, 4-9 y 11, 13-21. Estos dos últimos textos son los más significativos, pues en ellos se contiene el precepto de recordar los mandamientos, poniéndolos incluso en los vestidos: «Estas palabras… las atarás a tu mano como señal, y estarán como frontales entre tus ojos. Las escribirás en los postes de tu casa y en las puertas de tus ciudades» (Dt 6, 8-9). «Pondréis estas palabras mías en vuestro corazón y en vuestra alma. Las ataréis a vuestra mano como señal, y estarán como frontales entre vuestros ojos» (Dt 11, 18).
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