Lo que una oenegé nunca debería hacer en África
(JCR)
El director de la única radio que hay en Obo está que trina, y no es para menos. Un compañero de trabajo le llamó por la tarde para decirle que los de la ONG norteamericana que prometieron ayudarles el pasado mes de marzo llegan mañana con el avión que aterrizará a mediodía. Son cinco, y hay que prepararles alojamiento, aunque sólo por dos noches ya que han dicho que se marcharán a los dos días muy temprano. Total: un día y medio en el que probablemente se dedicarán a hacer como la última vez: sacar vídeos y fotos a diestro y siniestro para usarlos con fines recaudatorios.
El director está molesto, y con razón, ya que lleva varios meses escribiéndoles, y eso que le cuesta lo suyo encontrar un lugar donde conectarse a internet sin muchas interrupciones, pero los de la ONG no han tenido tiempo de contestarle. De repente aparecen como llovidos del cielo y le avisan el día antes. Y, si en cualquier lugar del mundo, una persona en una posición de responsabilidad tiene derecho a que le tengan en cuenta, en África cualquier persona con autoridad, por pequeña que ésta sea, espera que se le trate con respeto. Al director no se han molestado en preguntarle si le vienen bien esas fechas, ni mucho menos le han propuesto una agenda de temas para discutir. Ellos ya han hecho sus planes y saben lo que es bueno para los africanos. Para rematar el tema, ninguno de los cinco visitantes oenegeros habla francés. Tal vez piensan que no es necesario, puesto que les basta con un intérprete.
Una de las tareas a las que me he dedicado durante los tres meses y pico que llevo por este rincón de la República Centroafricana es a asesorar a ONG que muestran interés por comenzar algún programa en este lugar. Uno de los puntos en que suelo insistir es que, para enterarse un poco de cómo son aquí las cosas hace falta como mínimo estar una semana. Cuando acabas de llegar, lo primero que hay que hacer es presentarte a las autoridades, lo cual es mucho más que un mero formalismo, porque indica que eres consciente de que no estás en tu país y que antes de iniciar cualquier tarea sabes que hay que pasar por trámites legales, obtener permisos de construcción, respetar las leyes laborales, etc, aunque estés en el segundo país más pobre del mundo y aunque te parezca que hay corrupción por todas partes o aunque estés harto de ver al policía borrachín en la puerta de la comisaría todos los días. No es tu país, estás bajo otras autoridades, y punto. Hay que agachar la cabeza, entrar en sus despachos, firmar en sus libros de visitas, enterarte de los trámites que hay que hacer para empezar un proyecto y escuchar sus discursos, que siempre suelen ser de bienvenida porque tampoco son tontos y se dan cuenta de que necesitan ayuda venida de otros lugares del mundo. Y para eso hace falta por lo menos dos días completos, en los que muestras humildad, respeto y capacidad de escucha para ganarte su confianza, lo cual te evitará muchos problemas en el futuro.
Después hay recorrer el lugar sin prisas –sobre todo si, como es el caso aquí, no hay coches- y encontrarte con las personas que supuestamente van a ser los beneficiarios y preguntarles qué necesitan. Porque son ellos, y no la persona que está en un despacho en una capital europea, quienes sabes cuáles son sus necesidades. Los desplazados, los refugiados congoleños, las mujeres, los miembros de alguna asociación local, los jóvenes… Y entérate también de quién lleva ya tiempo en el terreno y qué han hecho, y pregúntales qué experiencia tienen, porque la historia de la cooperación al desarrollo no empieza cuando llega tu ONG sino que en lugar donde acabas de llegar hay personas y organizaciones que mucho antes de que tú llegaras ya estaban bregando en circunstancias difíciles y han hecho cosas importantes. Y no hay que olvidar que, por lo general, en cualquier lugar de África una de las instituciones que lleva mucho tiempo dejándose la piel es la Iglesia, con sus errores y limitaciones como toda realidad humana, pero casi siempre también con sus grandes aciertos. Me hablaba hace poco el obispo de esta diócesis de la frustración que sintieron hace pocos años cuando, después de muchos esfuerzos por levantar una escuela gestionada por la parroquia y de educar a los padres para que contribuyeran con un mínimo de 3.000 francos CFA (unos seis dólares) al año para la educación de sus hijos, llegó una ONG extranjera con su dinero y en un pispás montaron escuelas totalmente gratuitas, por supuesto sin consultar con la diócesis. En poco tiempo la escuela parroquial se quedó con muy pocos alumnos y todo el esfuerzo de muchos años se fue al garete.
Los cinco enviados divinos de la oenegé gringa llegaron, sacaron sus fotos y se fueron diciendo que volverían “al cabo de unos meses”. Mientras tanto, en la radio hacen sus emisiones como pueden, con un solo micrófono que los locutores se pasan de uno a otro y un rudimentario equipo alimentado únicamente por la energía que dan las placas solares de que disponen, lo que hace que cada dos por tres, cuando se acaba la electricidad, tengan que interrumpir la programación. La visita me recordó a aquellas famosas escenas de la película “Bienvenido, Mister Marshall”. Por fortuna, no todas las oenegés que han pasado por aquí se comportan con esta falta de seriedad y las hay que hacen las cosas con respeto y profesionalidad. Así debería ser siempre con cualquier organización que, antes de empezar a hacer nada, se molesta por tomarse el tiempo necesario para llegar a un lugar y preguntar simplemente: “¿qué problemas tienen ustedes aquí y cómo podemos ayudarles para trabajar juntos y resolverlos?”
El director de la única radio que hay en Obo está que trina, y no es para menos. Un compañero de trabajo le llamó por la tarde para decirle que los de la ONG norteamericana que prometieron ayudarles el pasado mes de marzo llegan mañana con el avión que aterrizará a mediodía. Son cinco, y hay que prepararles alojamiento, aunque sólo por dos noches ya que han dicho que se marcharán a los dos días muy temprano. Total: un día y medio en el que probablemente se dedicarán a hacer como la última vez: sacar vídeos y fotos a diestro y siniestro para usarlos con fines recaudatorios.
El director está molesto, y con razón, ya que lleva varios meses escribiéndoles, y eso que le cuesta lo suyo encontrar un lugar donde conectarse a internet sin muchas interrupciones, pero los de la ONG no han tenido tiempo de contestarle. De repente aparecen como llovidos del cielo y le avisan el día antes. Y, si en cualquier lugar del mundo, una persona en una posición de responsabilidad tiene derecho a que le tengan en cuenta, en África cualquier persona con autoridad, por pequeña que ésta sea, espera que se le trate con respeto. Al director no se han molestado en preguntarle si le vienen bien esas fechas, ni mucho menos le han propuesto una agenda de temas para discutir. Ellos ya han hecho sus planes y saben lo que es bueno para los africanos. Para rematar el tema, ninguno de los cinco visitantes oenegeros habla francés. Tal vez piensan que no es necesario, puesto que les basta con un intérprete.
Una de las tareas a las que me he dedicado durante los tres meses y pico que llevo por este rincón de la República Centroafricana es a asesorar a ONG que muestran interés por comenzar algún programa en este lugar. Uno de los puntos en que suelo insistir es que, para enterarse un poco de cómo son aquí las cosas hace falta como mínimo estar una semana. Cuando acabas de llegar, lo primero que hay que hacer es presentarte a las autoridades, lo cual es mucho más que un mero formalismo, porque indica que eres consciente de que no estás en tu país y que antes de iniciar cualquier tarea sabes que hay que pasar por trámites legales, obtener permisos de construcción, respetar las leyes laborales, etc, aunque estés en el segundo país más pobre del mundo y aunque te parezca que hay corrupción por todas partes o aunque estés harto de ver al policía borrachín en la puerta de la comisaría todos los días. No es tu país, estás bajo otras autoridades, y punto. Hay que agachar la cabeza, entrar en sus despachos, firmar en sus libros de visitas, enterarte de los trámites que hay que hacer para empezar un proyecto y escuchar sus discursos, que siempre suelen ser de bienvenida porque tampoco son tontos y se dan cuenta de que necesitan ayuda venida de otros lugares del mundo. Y para eso hace falta por lo menos dos días completos, en los que muestras humildad, respeto y capacidad de escucha para ganarte su confianza, lo cual te evitará muchos problemas en el futuro.
Después hay recorrer el lugar sin prisas –sobre todo si, como es el caso aquí, no hay coches- y encontrarte con las personas que supuestamente van a ser los beneficiarios y preguntarles qué necesitan. Porque son ellos, y no la persona que está en un despacho en una capital europea, quienes sabes cuáles son sus necesidades. Los desplazados, los refugiados congoleños, las mujeres, los miembros de alguna asociación local, los jóvenes… Y entérate también de quién lleva ya tiempo en el terreno y qué han hecho, y pregúntales qué experiencia tienen, porque la historia de la cooperación al desarrollo no empieza cuando llega tu ONG sino que en lugar donde acabas de llegar hay personas y organizaciones que mucho antes de que tú llegaras ya estaban bregando en circunstancias difíciles y han hecho cosas importantes. Y no hay que olvidar que, por lo general, en cualquier lugar de África una de las instituciones que lleva mucho tiempo dejándose la piel es la Iglesia, con sus errores y limitaciones como toda realidad humana, pero casi siempre también con sus grandes aciertos. Me hablaba hace poco el obispo de esta diócesis de la frustración que sintieron hace pocos años cuando, después de muchos esfuerzos por levantar una escuela gestionada por la parroquia y de educar a los padres para que contribuyeran con un mínimo de 3.000 francos CFA (unos seis dólares) al año para la educación de sus hijos, llegó una ONG extranjera con su dinero y en un pispás montaron escuelas totalmente gratuitas, por supuesto sin consultar con la diócesis. En poco tiempo la escuela parroquial se quedó con muy pocos alumnos y todo el esfuerzo de muchos años se fue al garete.
Los cinco enviados divinos de la oenegé gringa llegaron, sacaron sus fotos y se fueron diciendo que volverían “al cabo de unos meses”. Mientras tanto, en la radio hacen sus emisiones como pueden, con un solo micrófono que los locutores se pasan de uno a otro y un rudimentario equipo alimentado únicamente por la energía que dan las placas solares de que disponen, lo que hace que cada dos por tres, cuando se acaba la electricidad, tengan que interrumpir la programación. La visita me recordó a aquellas famosas escenas de la película “Bienvenido, Mister Marshall”. Por fortuna, no todas las oenegés que han pasado por aquí se comportan con esta falta de seriedad y las hay que hacen las cosas con respeto y profesionalidad. Así debería ser siempre con cualquier organización que, antes de empezar a hacer nada, se molesta por tomarse el tiempo necesario para llegar a un lugar y preguntar simplemente: “¿qué problemas tienen ustedes aquí y cómo podemos ayudarles para trabajar juntos y resolverlos?”