Adviento, muchas venidas y una sola esperanza
| José Manuel Bernal Llorente
a) Con la mirada puesta en las promesas mesiánicas.- No me canso de insistir.Adviento no es precisamente una especie de gran novena que nos prepara a la fiesta deNavidad. El adviento es una invitación a la esperanza. Pero esa esperanza no es unaexperiencia convencional, ficticia, impostada artificialmente; ni siquiera un ejercicio deesperanza reducido a cuatro semanas y que termina el día de Navidad. La esperanza a la que nos invita el adviento trasciende el marco de lo litúrgico, va más allá.
La clave de interpretación nos la ofrece la liturgia del primer domingo de adviento, con sus lecturas y oraciones. Nos invita a fijar nuestra mirada en la última venida del Señor, al final de los tiempos, en la parusía final, cuando serán consumadas las promesas mesiánicas, cuando se harán realidad definitiva el hombre nuevo y la nueva tierra. Será la gran reconciliación, la gran reunión de los dispersos, de los diferentes. La paz reconciliadora del Cristo cósmico se hará realidad para siempre. Esa es la meta que provoca y alimenta la esperanza, la que tensiona nuestra vida y la impregna de fuerza y dinamismo. Por eso decimos que la esperanza del adviento sobrepasa el marco de la liturgia, estimula la totalidad de nuestra vida cristiana convirtiéndola en un adviento permanente.
Pero hay que acelerar la venida del Señor, la instauración de su Reino. No nos podemos cruzar de brazos. No hay que dejar todo para el más allá. Hay que empezar ya a construir el Reino; tenemos que allanar los caminos. Es cierto, el Reino ya está presente, ya es una realidad, pero incompleta; nuestros logros son positivos, cierto, pero provisionales. Como sugieren algunos teólogos estamos anclados en la realidad penúltima, no en la última.
Nuestra espera debe ser activa, revolucionaria y constructiva. Tenemos que denunciar y condenar todo lo que se opone al gran proyecto de Jesús: la injusticia, el egoísmo, la violencia, el atropello de las libertades y los derechos, las guerras inhumanas y despiadadas. Por el contrario, debemos alimentar y potenciar la instauración de los grandes valores del evangelio: la paz, el amor fraterno, la solidaridad, el respeto de las riquezas de la naturaleza.
Así podemos ir adelantando el Día del Señor. La experiencia del adviento es, de este modo, un ensayo para la esperanza activa, revolucionaria y constructiva. Este adviento va más allá de las cuatro semanas. Invade la totalidad de nuestra vida. Hay que recuperar la centralidad de la esperanza. Quiero expresar aquí el recuerdo y el reconocimiento al teólogo alemán Jürgen Moltmann. Él ha defendido con sus escritos la centralidad neurálgica de la esperanza en la vida del cristiano. Él rescató el carácter cristiano de las ideas marxistas del filósofo judío Ernst Bloch Por que de El principioesperanza de Bloch hemos pasado a la Teología de la esperanza de Moltmann. De una esperanza cerrada a lo trascendente, estamos avivando una esperanza que nos proyecta al futuro de la promesa. De por medio está la firmeza de la palabra del Señor. En ella nos apoyamos.
b) Una comunidad peregrina que camina en la esperanza.- Lo decimos con frecuencia: si Jesús ya ha venido, si ya se ha hecho presente entre nosotros, si ya nos ha comunicado su mensaje y ha entregado su vida por nosotros, ¿qué sentido tiene activar la esperanza como nos propone el adviento? ¿Por qué esperar su venida si ya ha venido? ¿Por qué esperar el “Día del Señor” para celebrar nuestro encuentro con el Mesías, si ya celebramos ese encuentro con el Señor cada vez que celebramos la eucaristía? No os falta razón. Más aún. Sabemos, como nos enseña el apóstol Pablo, que Dios se nos ha comunicado por la gracia; que, por Cristo, nos ha hecho hijos suyos y herederos de su Reino; que, por la gracia, ya estamos salvados, libres de toda esclavitud y corrupción. Todo esto es verdad. Sin embargo, para apreciar todo esto en su justa medida, debemos tener en cuenta otros aspectos importantes de la realidad. Hay que pensar que somos una comunidad peregrina, que caminamos hacia el futuro de la promesa, hacia la
plenitud de los bienes mesiánicos; que estamos marcados por lo provisional, que no podemos instalarnos en este mundo, en la historia, porque esta no es nuestra morada permanente y definitiva. Que nuestra mirada y nuestra esperanza están fijas en el futuro. Que nuestros logros son provisionales, efímeros. Que, como dice Moltmann, todos los bienes mesiánicos los poseemos como promesa, como la promesa de algo nuevo; que el Dios de la promesa, en el que esperamos, “tiene el futuro como carácter constitutivo” (E. Bloch), un Dios que no lo “tenemos”, sino que va siempre por delante y nos sale al encuentro. Nosotros, por nuestra parte, aguardamos, esperamos su venida en plenitud.
En conexión con estos pensamientos, al referirse a la teología, dice Jürgen Moltmann: “Una teología auténtica debería ser concebida desde su meta en el futuro. La escatología debería ser, no el punto final de la teología [las postrimerías], sino su comienzo”. Claro que ya estamos apreciando y gustando las grandes riquezas que Jesús nos ha transmitido y se desprenden de su mensaje: las bienaventuranzas, la fraternidad, el desvelo por los pobres, la primacía de la paz, y de la justicia, y de la solidaridad. Es la gran herencia del evangelio. Pero esta herencia solo será completa para nosotros cuando Él sea todo en todas las cosas, cuando la novedad de la pascua se desarrolle en plenitud. Cuando el hombre nuevo no sea solo un proyecto, una promesa, sino una realidad plena
c) Pluralidad de venidas y una sola esperanza.- He repetido con insistencia en mis últimos escritos que la espera del adviento se proyecta hacia la última venida del Señor, hacia la parusía final. Ahora quiero completar esta idea reconociendo que la espera de estas cuatro semanas también apunta hacia las fiestas del nacimiento del Señor. Los textos de oración y las lecturas de estos días sugieren este planteamiento.
No se trata de dos venidas diferentes; la venida histórica en navidad y la última venida. Cuando nos referimos al nacimiento de Jesús en Belén, en realidad hablamos de la irrupción del Hijo de Dios en la historia, en un entorno sociocultural concreto, “como un hombre cualquiera” (Flp 2, 7). En navidad celebramos que el Verbo de Dios, el Logos, “ha establecido su morada entre nosotros” (Jn 1, 14). Es la gran Teofanía, la gran manifestación de Dios en y a través de Cristo, su Hijo. Por encima de los avatares históricos del nacimiento, y más allá de los destellos de ternura e ingenuidad que provoca en la piedad cristiana, una visión en profundidad de la liturgia navideña nos asegura que, en realidad, celebramos el misterio de la manifestación, de la epifanía, del Señor.
La manifestación epifánica del Señor en navidad es solo el comienzo de un poderoso proceso. La venida del Señor no termina en navidad. Ni su manifestación. Dios sigue manifestándose a lo largo de la historia. Se manifiesta en la vida de los hombres, y en nuestra vida personal. Se manifiesta a través de los acontecimientos, a través de las peripecias de nuestra existencia cotidiana, a través de los amigos, a través de los hermanos, de los pobres. Dios viene, se nos acerca de muchas formas, por múltiples caminos. Muchas venidas, pero, a la postre, una sola epifanía, una sola manifestación. Hasta la última venida al final de los tiempos. Entonces “le veremos talcual es” (1Jn 3, 2). Entonces será la manifestación en plenitud, sin velos ni figuras.Concretando. Una sola venida, una sola manifestación, una sola epifanía; iniciada en Belén y prolongada en el tiempo. Y una sola esperanza, completada en navidad y abierta al futuro de la promesa. Adviento, en efecto, nos prepara a la fiesta del nacimiento yabre nuestra esperanza hacia el futuro de la promesa.
d) Apostar por el futuro y transformar el presente.- La experiencia del adviento tensiona nuestra vida de manera formidable. Nos lanza inexorablemente hacia el futuro, pero no nos exime de nuestros urgentes compromisos de cara al presente. Esta es la dinámica de la esperanza escatológica. Fija nuestra atención en el futuro; porque es el acicate que estimula y activa nuestra esperanza. Al mismo tiempo, nos vemos urgidos a enfrentarnos con el presente para transformarlo y encaminarlo, en el horizonte del Reino de Dios, hacia las grandes metas de la promesa. En esta tensión formidable se mueve la experiencia cristiana.
Pero no nos podemos quedar extasiados soñando este futuro. Vivimos en la historia, inmersos en una sociedad que lucha por salir a flote. Los que creemos en Jesús sabemos que formamos una gran comunidad de peregrinos, de caminantes, que no podemos instalarnos plácidamente en este mundo, que vivimos en la provisionalidad. Nuestra tarea consiste en ser levadura, fermento de una nueva humanidad. A la luz y por impulso del futuro de Dios, a la vista de los bienes escatológicos contemplados en la esperanza, tenemos que transformar el presente; tenemos que cambiar las estructuras de esta sociedad ajustándolas a la medida de los valores del Reino. Esos son los grandes parámetros, los grandes logros anunciados y prometidos por Jesús: el amor fraterno y universal, una sociedad sin ricos y pobres, con un reparto solidario de los bienes, con una justicia limpia impartida por igual para todos, en un clima de paz y de respeto. Este es el panorama de la gran escatología futura, diseñado por la promesa mesiánica, que ha de guiar e impulsar nuestra acción transformadora en el presente. Solo así podremosencauzar a esta sociedad nuestra hacia el futuro de las promesas, hacia la gran utopía del Reino.
Pâra poder contribuir a la regeneración de nuestra sociedad y encarrilarla hacia el futuro de Dios, tenemos que denunciar todos los obstáculos que se oponen a la transformación de la sociedad y a la implantación de los valores escatológicos. Nuestra contribución a la transformación del presente implica también una dura vocación de denuncia profética. Es la otra cara de nuestro compromiso, la más arriesgada y comprometida: denunciar y condenar las injusticias, el abuso de poder, las guerras fratricidas y las violencias, el injusto reparto de la riqueza y la explotación cruel de los pobres. Todo esto se opone al gran proyecto de Jesús y entorpece nuestro caminar en la esperanza hacia el futuro de Dios.
Este es el proyecto de Jesús desde la esperanza del adviento: mirar y caminar hacia el futuro, en la esperanza, comprometidos en la transformación del presente, en que
vivimos inmersos en una sociedad rota y desilusionada.