Comulgar del cáliz

He escrito varias veces sobre este tema. Mi apuesta ha sido siempre a favor de la comunión bajo las dos especies. He de confesar, sin embargo, que a estas alturas doy por perdida esta batalla. Lo digo con tristeza. Tengo el convencimiento de que una gran parte de los responsables de la pastoral apenas si perciben la importancia del problema. Para mí, en cambio, está en juego una comprensión adecuada de la estructura y del sentido profundo de la eucaristía.

Porque estoy comprobando últimamente que no sólo crece un cierto desinterés por recuperar y mantener la comunión bajo las dos especies; veo, además, como se incrementa la costumbre de mojar la hostia en el cáliz. Esta costumbre se está convirtiendo en el modo habitual de practicar la comunión bajo las dos especies.

Tanto en un caso como en otro está esfumándose la carga simbólica del banquete; la mesa eucarística, el sacrum convivium, ya no es un convite en el que se come y se bebe; la fuerza del símbolo sacramental eucarístico, que Tomás de Aquino define múltiples veces como la perfecta refectio o como el sacrum convivium, va quedando diluida, convirtiéndose en un conjunto ritualista intrascendente, carente de fuerza. Siempre se traen las mismas excusas: la higiene, los escrúpulos, la sensibilidad exquisita y los consabidos reparos convencionales impuestos por la sociedad purista.

Tomás de Aquino es consciente de que éste es un sacramento singular, con duplicidad de elementos: el pan y el vino; con duplicidad de acciones: comer y beber; con duplicidad de realidades: el cuerpo y la sangre del Señor. Pero esa pluralidad de elementos y acciones, que los antropólogos modernos definen como binomios o coupes de totalidad, forman una unidad de plenitud y de perfección: el sacramento de la eucaristía en su constitución formal. Esa es la perfecta refectio o el convivium. Cito unas palabras del Angelico: Hoc sacramentum multa quidem materialiter est [el pan y el vino, el comer y el beber], sed unum formaliter et perfective [el convite], [«Este sacramento implica muchas cosas desde el punto de vista material, pero desde el punto de vista formal y de la perfección es uno» (ST III, 73, 2). Y este otro texto: Panis et vinum materialiter quidem sunt plura signa, formaliter vero et perfective unum in quantum ex eis perficitur una refectio [«El pan y el vino, desde el punto de vista material, constituyen una pluralidad de signos; pero desde el punto de vista formal y de la perfección, forman una unidad, por cuanto ellos constituyen un único banquete»] (ST III, 73, 2, 2m). El pensamiento de santo Tomás podemos sintetizarlo de este modo: El pan y el vino constituyen el elemento material del sacramento; el convite, la comida donde se come y se bebe, constituye el elemento formal y de perfección.

Aun reconociendo la plena presencia del Señor en cada una de las especies, debemos reconocer con Santo Tomás que le presencia de la sangre del Señor en el pan consagrado no acontece ex vi sacramenti sino ex naturali concomitantia (ST III, 76, 1). Quiere decir el santo dominico que la presencia de la sangre del Señor en el pan, cuando no comulgamos del caliz, se realiza, no por la virtud del sacramento, sino en virtud de la concomitancia. La diferencia no es banal.

Más todavía. Cuando, al comulgar del cáliz, nos limitamos a mojar la hostia en el vino consagrado y omitimos el gesto de beber, antropológicamente muy expresivo, entonces estamos devaluando la fuerza significativa del banquete, del convivium, donde lo habitual es comer y beber. En este caso nuestra participación en la cena del Señor ya no es la perfecta refectio o manducatio, repetida tantas veces por Tomás de Aquino, en las que se condensa la plenitud de perfección de nuestra participación.

Esta costumbre de mojar la hostia en el cáliz se está extendiendo cada vez más. Lo vemos hasta en las misas solemnes presididas por el Papa, rodeado de cardenales. Es cierto que esta forma de comulgar está prevista en el ritual. No faltaba más. Sin embargo, desde un punto de vista litúrgico y teológico, el modo ideal de participar plenamente en el banquete es bebiendo del cáliz. Pero me temo que la mía es una apuesta perdida. Vamos a brindar por el futuro y Dios dirá.
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