“(...) me ha parecido conveniente escribirte estas cosas ordenadamente”
| Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Después de una pequeña escala por el evangelio de san Juan, que hicimos el domingo pasado, el Ciclo C de la liturgia dominical nos invita a recorrer el tercer evangelio, escrito muy probablemente por un médico, compañero de Pablo de Tarso (Cfr. Colosenses 4, 14; 2 Timoteo 4, 11; y Filemón 24), que se dio a la tarea de investigar sobre la vida de Jesús, para ofrecer a la comunidad cristiana de origen no judío, “la historia de los hechos que Dios ha llevado a cabo entre nosotros, según nos los transmitieron quienes desde el comienzo fueron testigos presenciales y después recibieron el encargo de anunciar el mensaje”. Para ello, dice el autor de este evangelio, dirigiéndose a un tal Teófilo, “lo he investigado todo con cuidado desde el principio, y me ha parecido conveniente escribirte estas cosas ordenadamente, para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado”.
Junto con esta sencilla introducción al texto que vamos a leer en los próximos domingos, el evangelio nos presenta la primera actuación pública de Jesús en Nazaret. Volver a la tierra natal y hacer la lectura del profeta Isaías delante de toda la comunidad que lo conocía desde pequeño, no debió ser fácil para Jesús. Sobre todo, porque el texto que tuvo que leer anuncia una acción muy particular del Espíritu en medio de su pueblo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor”.
Esa acción del Espíritu no fue sólo la que vivió y sintió el profeta Isaías al escribir estas palabras, sino también la acción que Jesús sentía que estaba aconteciendo en su propia vida en ese mismo momento. Por eso, al terminar la lectura y percatado de la mirada inquisidora de sus coetáneos, se atrevió a decir: “Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír”, aunque sabía que esta afirmación podría causarle los primeros problemas y rechazos entre sus mismos amigos y conocidos.
Pero no podemos detener ahí la obra creadora y salvadora de Dios en medio de su pueblo. Tenemos que reconocer que esa misma acción creadora y salvadora de Dios sigue aconteciendo hoy en medio de nosotros, en cada uno de los seres humanos, llamados, como Jesús, a llevar una buena noticia a este mundo, tan lleno de las mismas esclavitudes y miserias que Isaías experimentó y que Jesús descubría entre sus contemporáneos. Hoy también se está cumpliendo esta Escritura que acabamos de escuchar. Nuestra responsabilidad está en preguntarnos constantemente por las llamadas del Espíritu en nuestra propia realidad.
Vine a mi memoria en este momento, la historia del niño que iba a rezar todos los días a la misma hora a una Iglesia. El sacerdote, viendo que el niño venía todos los días y pasaba algunos minutos arrodillado delante del Santísimo Sacramento, le preguntó un día: “¿Qué le pides a Dios todos los días? ¿Cuál es tu problema? A lo que el niño respondió: “No le pido nada. No tengo grandes problemas. Lo único que le pregunto a Dios es en qué le puedo ayudar”.
* Sacerdote jesuita
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