“(...) vieron la gloria de Jesús”
Segundo Domingo de Cuaresma – Ciclo C (Lucas 9, 28b-36) – 13 de marzo de 2022
| Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Julio Alberto Arango, cuando era decano del Medio Universitario de la Facultad de Ciencias de la Universidad Javeriana, me decía que la expresión Yo soy el que soy, con la que se identifica Yahvé ante Moisés al enviarlo a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto (Cfr. Éxodo 3, 14), debería traducirse mejor como Yo soy el que seré. Esta posición también es defendida por algunos estudiosos de la Biblia actualmente. Se trata de una definición menos estática y, por tanto, más acorde con el Dios peregrino que hizo el camino del desierto con su pueblo y que sigue caminando hoy junto a nosotros.
La expresión Yo soy el que seré es un intento por expresar la dinámica de un Dios que nos promete que no descansará hasta ser nuestro Dios y hasta que nosotros seamos su pueblo (Cfr. Éxodo 6,7). Dicho de otra manera, como lo expresa Ira Progoff en una poesía: “Como el roble está latente en el fondo de la bellota, la plenitud de la personalidad humana, la totalidad de sus posibilidades creadoras y espirituales está latente en el fondo del ser humano incompleto que espera, en silencio, la posibilidad de aflorar”.
Cuando una institución humana se plantea su visión, desde la perspectiva de lo que se conoce como el Direccionamiento estratégico, está formulando su deseo de hacer el camino presente, desde el sueño del futuro. Otra expresión de esta realidad que estoy tratando de comunicar, es el título de uno de los libros y de una poesía de Benjamín González Buelta, S.J.: La utopía ya está en lo germinal. El final ya está presente al comienzo del camino. Cuando damos el primer paso, como Abraham, ya llevamos a cuestas la tierra prometida hacia la que nos mueve la promesa:
Esperaré a que crezca el árbol y me dé sombra. Pero abonaré la espera con mis hojas secas. Esperaré a que brote el manantial y me dé agua. Pero despejaré mi cauce
de memorias enlodadas. Esperaré a que apunte la aurora y me ilumine. Pero sacudiré mi noche
de postraciones y sudarios. Esperaré que llegue lo que no sé y me sorprenda.
Pero vaciaré mi casa de todo lo conquistado. Y al abonar el árbol, despejar el cauce, sacudir la noche y vaciar la casa, la tierra y el lamento se abrirán a la esperanza.
Benjamín González Buelta, S.J.
Esto, precisamente, es lo que presenta san Lucas en el relato de la transfiguración, al comienzo de nuestro tiempo de Cuaresma. Nos está señalando el final de nuestro camino, hacia el que vamos en compañía de Jesús. Como el Dios peregrino que marchó con el pueblo de Israel, nosotros no sólo somos lo que fuimos en el pasado, o lo que somos en el presente, sino que también somos ya lo que seremos en el futuro. Somos ya el sueño de Dios realizándose en esta historia concreta. Permitamos que Dios nos cree y nos salve, como es claramente su voluntad para nosotros hoy, dejando aflorar todas las posibilidades creadoras y espirituales que están latentes en el fondo silencioso de nuestra finitud. Esto es vivir auténticamente el tiempo de Cuaresma.
* Sacerdote jesuita
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