Celibato opcional. La opción de Pablo VI
1.- Opción ambigua. Sí, pero no
Pablo VI lo intentó. Se esforzó. Consultó. Hizo trabajar a la Curia. Lo anunció. Luego, cedió. Se desinfló y desistió. No tuvo arrestos para llegar hasta el final. Ni siquiera para iniciar un camino que estimó el adecuado. Era su habitual proceder. Su mente era lúcida. Sus propósitos, encomiables. Pero su voluntad era débil. A la hora de ejecutar, dudaba. Una duda de sabio. Tímido, más que prudente. Se excedía en las consultas. Y desconfiaba de su propia sabiduría. Una vez más lo recordamos. Juan XXIII lo había calificado de "hamlético".
El tema del celibato sacerdotal había sido excluido por el mismo Pablo VI en la agenda del Concilio Vaticano II. Se lo reservó. El celibato está íntimamente ligado al sexo. Nuestra sociedad occidental se abstiene de hablar abiertamente de sexo. Durante siglos, lo consideró tabú, cuando no pecado. Como cualquier otro clérigo, Montini había sido educado en un ambiente de represión sexual. Además, temía que se airearan conductas inapropiadas o escandalosas de clérigos de entonces o de antes. Consideró prudente hurtar el tema al debate conciliar y restringirlo al estudio discreto y secreto.
Y lo hizo nada más finalizado el Concilio. Porque, Pablo VI, a diferencia de Juan Pablo II, no hacía ascos a la hipótesis de abolir el celibato obligatorio. Es más, anhelaba esta abolición. Como otros pensadores católicos de vanguardia, consideraba la institución del celibato obligatorio una rémora para la evangelización y para la autenticidad del clero. También, un contrasigno y un freno a los derechos humanos.
2.- Opción deseada. Hazlo tú por mi
Entre 1969 y 1971 el Vaticano preparaba el 3º Sínodo de los Obispos. Por sugerencia del mismo Papa, debía tratar del “sacerdocio ministerial”. Pablo VI dio instrucciones a la Congregación para la Doctrina de la Fe (Santo Oficio). Recabar la opinión de destacados cardenales y obispos acerca de la oportunidad y conveniencia de un cambio en la disciplina del celibato. Las respuestas, no coincidentes, fundamentalmente abogaban por el mantenimiento de la actual disciplina. Los más intrépidos defensores del celibato obligatorio eran los cardenales que regían las más importantes sedes de Italia: Siri en Génova, Pappalardo en Palermo, Ursi en Nápoles, Poma en Bolonia. También los cardenales y obispos del mundo anglosajón.
Septiembre de 1971, pocos días antes del inicio del Sínodo. Desde su ventana del Palacio Apostólico, en alocución dominical, el Papa se refirió al tema del celibato: “El Sínodo que está a punto de comenzar debatirá sobre el celibato del clero. Por mi parte, estoy dispuesto a que varones cristianos casados puedan acceder al sacerdocio, siempre que el Sínodo así lo acuerde”.
En los años del postconcilio había ido in crescendo la expectativa de la abolición del celibato obligatorio. Muchos clérigos esperaban y esperaron. Muchos otros, menos pacientes, se lanzaron a solicitar la reducción al estado laical con dispensa del celibato. Era una novísima posibilidad, marca Roncalli. En los diez años siguientes al Concilio, cien mil sacerdotes huyeron.
El Sínodo de los Obispos (30 sept. a 6 nov.) debatió, como punto estrella, la disciplina celibataria. Lo hizo con base a un esquema opúsculo - unas cien páginas - redactado por dos teólogos: nuestro Olegario González de Cardedal y el dominico francés Marie J. Le Guillou. El primero había sido llamado a la Comisión Teológica Internacional por sugerencia mía. También yo había intervenido en el encargo de preparar el dicho esquema. González de Cardedal me visitó en el Palacio del Santo Oficio en vísperas del Sínodo. Comentamos el contenido del opúsculo, ya impreso, que iba a ser distribuido a los padres sinodales. Cuando escuchó de mi que la opinión bastante generalizada de los curiales era la de abolir el celibato obligatorio, Olegario quedó perplejo. No había podido sospecharlo. Él mismo se inclinaba por el celibato opcional. Por el contrario, el esquema iba en la dirección de confirmar la actual disciplina celibataria. Lo novedoso (y escandaloso) para mí fue que Olegario y Le Guillou habían recibido instrucciones de la Secretaría de Estado en ese sentido. Y más incomprensible era que Olegario, en sus considerandos y conclusiones, se hubiera plegado a las directrices de un órgano ejecutivo de Roma en un tal documento.
El Sínodo no abolió la obligatoriedad del celibato. Y con una lógica comprensible, se opuso a los propósitos del Papa. Los obispos concluían que la ordenación in sacris de varones casados suponía el principio del fin del celibato obligatorio. Echaron nuevamente sobre las espaldas del Papa el histórico cambio. Y Montini era débil.
Eran siete los argumentos a favor del celibato elencados y expuestos en el esquema Cardedal-Le Guillou. Sólo a dos se le concedió entidad: el económico y el escatológico (anticipación de la futura vida angelical: Mc. 12,25). Se impuso la prosaica realidad. En los obispos europeos pesaba la secular tradición, pero no se oponían tajantemente a un cambio. A los anglosajones sólo les movió el factor económico. No estaban dispuestos a subvenir a las necesidades de familias en vez de individuos.
3.- Opción apremiante. Camboya y Vietnam
Pablo VI tenía una muy aguda sensibilidad misionera. Estaban muy presentes las terribles consecuencias de la todavía vigente guerra de Vietnam y los desastres en la vecina Camboya. Al Vaticano llegaban escalofriantes lamentos. Sacerdotes y religiosos exterminados. Monjas violadas o asesinadas. Obispos expulsados. Iglesias destruidas. Fieles errantes, dispersos. Imposibilidad de importar de Occidente las especies eucarísticas y sacramentales (pan, vino, aceite), tal y como venia haciéndose. Sólo se vislumbraba un rayo de esperanza. Algunos catequistas estaban dispuestos a tomar el testigo de la evangelización. Pero el arzobispo de Saigon, Nguyen van Binh, era muy claro. Esos catequistas, solteros o ya casados, no estaban dispuestos a aceptar el celibato.
El Papa trasladó suficiente documentación al Santo Oficio para su estudio. Esperaba, decía, una adecuada solución al problema del clero en Vietnam y Camboya. Parece evidente que auguraba una relajación o excepción en la disciplina celibataria para aquella atormentada región asiática. Yo preparé la “positio”. El tema fue estudiado en ”Consulta” y debatido en la Plenaria de Cardenales. La conclusión debió de resultar muy decepcionante al Papa. No se podía hacer una excepción porque ello supondría romper la disciplina general en la materia. Si el Papa quería abolir el celibato obligatorio, era su responsabilidad.
4.- Opción improcedente. Senador Montini
El Papa era natural de un pueblo de la diócesis de Brescia. En los años 70 su hermano Ludovico era senador en Roma. En 1973, mons. Benelli, “sostituto” de la Secretaría Papal, hizo llegar al Santo Oficio una carta por “especial encargo del Santo Padre” adjuntando otra larga carta del senador Montini dirigida a su hermano Giovanni Battista. En dicha carta, Ludovico exponía la situación de Don Renato, un joven sacerdote de Brescia, amigo del propio senador. Exaltaba sus dotes espirituales, apostólicas y culturales. Don Renato se había enamorado de la presidenta de las jóvenes de su parroquia y planeaba matrimonio. También la chica era una excelente católica. Don Renato quería apurar todos los resortes con tal de no abandonar su sacerdocio. Su vocación era auténtica. Aceptaría restricciones en sus funciones y cambios de domicilio. Su futura esposa podría ser un complemento, no una rémora a su ministerio. El senador pedía un esfuerzo a su hermano para ayudar a su amigo.
Fuimos varios los curiales que leímos la carta del senador. El prefecto, Cardenal Seper, la envió al archivo vivo de la Sección Matrimonial. Debía ser unida al inminente expediente de reducción al estado laical. Seguro que la petición de Don Renato estaba a punto de llegar al Palazzo. El Congreso Particular de los lunes (4 altos cargos) ya había acordado la improcedencia de la pretendida excepción. En ese sentido, el Cardenal contestó a Benelli.
5.- Opción interrupta
De cuanto expuesto, parece razonable concluir que Pablo VI pretendió seriamente la abolición del celibato obligatorio. De lo contrario, no se comprende la insistencia en proponer su estudio y debate, opportune et importune.
Sorprende que, pocos años antes, en 1967, el Papa hubiera publicado la encíclica “Sacerdotalis caelibatus” en la que corroboraba la vigente disciplina celibataria y la valoraba profusamente. A este propósito, es preciso advertir que, salvo excepciones, las encíclicas son obra de la Curia más que del Papa. Éste pone su firma, pero a él no se debe su gestación y redacción. Alternativamente, es verosímil que en pocos años Montini hubiera evolucionado y cambiado de actitud. Su conocido carácter indeciso conduce a la credibilidad de esta hipótesis. Los acontecimientos de aquellos años eran vivos y trepidantes.
A la vista de los hechos anteriormente relatados, resulta evidente que Pablo VI no consideraba esencial el celibato obligatorio. Ni siquiera muy importante. Lo subordinaba a la función apostólica del clero. Consideraba prioritarios otros valores eclesiales e individuales. Abrigó la esperanza de que sus colaboradores aprobaran y corroboraran su pretensión de modificar paulatinamente la disciplina celibataria.
Por su carácter tímido, por la actual configuración del Papado, por la formación y edad del Episcopado, por el preponderante papel de la Curia, fue incapaz de dar el salto, de pasar del diseño a la ejecución.
6.- Epílogo. Un aborto o un alumbramiento
El celibato opcional fue una realidad en el Cristianismo desde sus orígenes. Data de la época precristiana. Casualmente, una de mis tesis doctorales versa sobre los cenobios en el siglo IX antes de Cristo: “Eliseo y sus discípulos”. El fundamento del celibato no es estrictamente de carácter religioso. La filosofía griega – Plotino, neoplatonismo, maniqueísmo - conducían al desprecio de la materia y, por ende, del cuerpo y de la reproducción.
En ese ambiente de desprecio a la materia y de exaltación del Uno, surge paulatinamente la obligatoriedad del celibato. No siempre fueron razones espurias, de índole material o patrimonial. Durante más de un milenio, los obispos eran autónomos. No estaban sometidos a Roma. No eran nombrados por Roma ni dependían de Roma. Cada obispo, o cada concilio regional, dictaba cuanto estimaba más conveniente para sus clérigos y fieles. España fue una adelantada en imponer el celibato a los clérigos. Detrás de esta imposición podía estar la convicción – acaso errónea, pero coherente – de que ése era el mejor camino para la santidad. Sin duda alguna, se dio la manipulación. Con el pretexto de la espiritualidad y la perfección, afloraron intereses materiales, económicos, políticos, de dominio.
Cuando Gregorio VII, en el siglo XI, proclamó la obligatoriedad del celibato para todos los clérigos, el Papado no estaba consolidado. Los decretos del obispo de Roma no fueron considerados obligatorios en otras diócesis. Eso explica que durante los posteriores siglos, el celibato obligatorio no fuera una práctica habitual. Ni los obispos ni los clérigos se sentían concernidos por la norma gregoriana. Fue en el Concilio de Trento, siglo XVI, cuando se ratificó el celibato obligatorio. Para entonces, Roma tenía más poder. El incremento y preponderancia de los Estados Pontificios, el dominio sobre emperadores y reyes, la influencia en las colonias de ultramar. Todo ello, sumado a la vieja herencia del Imperio Romano, venía a respaldar la autoridad del obispo de Roma, hasta entonces poco más que un primus inter pares.
Ni siquiera el Concilio Tridentino fue un punto de llegada a la universalización del celibato obligatorio del clero. Sabemos que algunos decretos del Tridentino tardaron siglos en ser aplicados. Eran los reyes quienes daban el visto bueno a esos decretos para la ejecución en sus respectivos territorios. El celibato obligatorio con carácter universal es muy moderno. Podríamos decir que no ha nacido todavía. Está en fase de aborto. La tolerancia de muchos obispos (conocí a varios) hacia el incumplimiento del celibato del clero. La comprensión del pueblo hacia el mismo incumplimiento. Los esfuerzos fallidos de PabloVI por neutralizar normas de sus predecesores. Las “dolorosas” previsiones de Juan Pablo II sobre su abolición: “Siento que sucederá, pero que yo no lo vea”. La aceptación del clero anglicano casado por parte de Benedicto XVI. Voces de numerosos altos dignatarios eclesiásticos clamando por la opcionalidad del celibato, entre ellas la autorizadísima del Cardenal Martini. Todo, síntomas de que la normativa del celibato obligatorio está próximo a convertirse en algo histórico. Su abolición será lamentable para unos, positiva para muchos. Pudiera ser -cosa que dudo - un impulso cuantitativo para el clero. La actual estructura jerárquica permanecerá. Previsiblemente, Roma copiará la secular situación de la Iglesia Ortodoxa donde se exige el celibato para acceder al episcopado. El distanciamiento entre obispos célibes y presbíteros casados es más que un temor. Paradójicamente, retrocederemos al estatus del primer milenio del Cristianismo, en tanto que avanzaremos en la recuperación de la sana libertad. Un pequeño avance, un pasito en la senda de los derechos humanos. Habremos abandonado la puridad del Uno para abrazar la variedad del Todo.
Pablo VI lo intentó. Se esforzó. Consultó. Hizo trabajar a la Curia. Lo anunció. Luego, cedió. Se desinfló y desistió. No tuvo arrestos para llegar hasta el final. Ni siquiera para iniciar un camino que estimó el adecuado. Era su habitual proceder. Su mente era lúcida. Sus propósitos, encomiables. Pero su voluntad era débil. A la hora de ejecutar, dudaba. Una duda de sabio. Tímido, más que prudente. Se excedía en las consultas. Y desconfiaba de su propia sabiduría. Una vez más lo recordamos. Juan XXIII lo había calificado de "hamlético".
El tema del celibato sacerdotal había sido excluido por el mismo Pablo VI en la agenda del Concilio Vaticano II. Se lo reservó. El celibato está íntimamente ligado al sexo. Nuestra sociedad occidental se abstiene de hablar abiertamente de sexo. Durante siglos, lo consideró tabú, cuando no pecado. Como cualquier otro clérigo, Montini había sido educado en un ambiente de represión sexual. Además, temía que se airearan conductas inapropiadas o escandalosas de clérigos de entonces o de antes. Consideró prudente hurtar el tema al debate conciliar y restringirlo al estudio discreto y secreto.
Y lo hizo nada más finalizado el Concilio. Porque, Pablo VI, a diferencia de Juan Pablo II, no hacía ascos a la hipótesis de abolir el celibato obligatorio. Es más, anhelaba esta abolición. Como otros pensadores católicos de vanguardia, consideraba la institución del celibato obligatorio una rémora para la evangelización y para la autenticidad del clero. También, un contrasigno y un freno a los derechos humanos.
2.- Opción deseada. Hazlo tú por mi
Entre 1969 y 1971 el Vaticano preparaba el 3º Sínodo de los Obispos. Por sugerencia del mismo Papa, debía tratar del “sacerdocio ministerial”. Pablo VI dio instrucciones a la Congregación para la Doctrina de la Fe (Santo Oficio). Recabar la opinión de destacados cardenales y obispos acerca de la oportunidad y conveniencia de un cambio en la disciplina del celibato. Las respuestas, no coincidentes, fundamentalmente abogaban por el mantenimiento de la actual disciplina. Los más intrépidos defensores del celibato obligatorio eran los cardenales que regían las más importantes sedes de Italia: Siri en Génova, Pappalardo en Palermo, Ursi en Nápoles, Poma en Bolonia. También los cardenales y obispos del mundo anglosajón.
Septiembre de 1971, pocos días antes del inicio del Sínodo. Desde su ventana del Palacio Apostólico, en alocución dominical, el Papa se refirió al tema del celibato: “El Sínodo que está a punto de comenzar debatirá sobre el celibato del clero. Por mi parte, estoy dispuesto a que varones cristianos casados puedan acceder al sacerdocio, siempre que el Sínodo así lo acuerde”.
En los años del postconcilio había ido in crescendo la expectativa de la abolición del celibato obligatorio. Muchos clérigos esperaban y esperaron. Muchos otros, menos pacientes, se lanzaron a solicitar la reducción al estado laical con dispensa del celibato. Era una novísima posibilidad, marca Roncalli. En los diez años siguientes al Concilio, cien mil sacerdotes huyeron.
El Sínodo de los Obispos (30 sept. a 6 nov.) debatió, como punto estrella, la disciplina celibataria. Lo hizo con base a un esquema opúsculo - unas cien páginas - redactado por dos teólogos: nuestro Olegario González de Cardedal y el dominico francés Marie J. Le Guillou. El primero había sido llamado a la Comisión Teológica Internacional por sugerencia mía. También yo había intervenido en el encargo de preparar el dicho esquema. González de Cardedal me visitó en el Palacio del Santo Oficio en vísperas del Sínodo. Comentamos el contenido del opúsculo, ya impreso, que iba a ser distribuido a los padres sinodales. Cuando escuchó de mi que la opinión bastante generalizada de los curiales era la de abolir el celibato obligatorio, Olegario quedó perplejo. No había podido sospecharlo. Él mismo se inclinaba por el celibato opcional. Por el contrario, el esquema iba en la dirección de confirmar la actual disciplina celibataria. Lo novedoso (y escandaloso) para mí fue que Olegario y Le Guillou habían recibido instrucciones de la Secretaría de Estado en ese sentido. Y más incomprensible era que Olegario, en sus considerandos y conclusiones, se hubiera plegado a las directrices de un órgano ejecutivo de Roma en un tal documento.
El Sínodo no abolió la obligatoriedad del celibato. Y con una lógica comprensible, se opuso a los propósitos del Papa. Los obispos concluían que la ordenación in sacris de varones casados suponía el principio del fin del celibato obligatorio. Echaron nuevamente sobre las espaldas del Papa el histórico cambio. Y Montini era débil.
Eran siete los argumentos a favor del celibato elencados y expuestos en el esquema Cardedal-Le Guillou. Sólo a dos se le concedió entidad: el económico y el escatológico (anticipación de la futura vida angelical: Mc. 12,25). Se impuso la prosaica realidad. En los obispos europeos pesaba la secular tradición, pero no se oponían tajantemente a un cambio. A los anglosajones sólo les movió el factor económico. No estaban dispuestos a subvenir a las necesidades de familias en vez de individuos.
3.- Opción apremiante. Camboya y Vietnam
Pablo VI tenía una muy aguda sensibilidad misionera. Estaban muy presentes las terribles consecuencias de la todavía vigente guerra de Vietnam y los desastres en la vecina Camboya. Al Vaticano llegaban escalofriantes lamentos. Sacerdotes y religiosos exterminados. Monjas violadas o asesinadas. Obispos expulsados. Iglesias destruidas. Fieles errantes, dispersos. Imposibilidad de importar de Occidente las especies eucarísticas y sacramentales (pan, vino, aceite), tal y como venia haciéndose. Sólo se vislumbraba un rayo de esperanza. Algunos catequistas estaban dispuestos a tomar el testigo de la evangelización. Pero el arzobispo de Saigon, Nguyen van Binh, era muy claro. Esos catequistas, solteros o ya casados, no estaban dispuestos a aceptar el celibato.
El Papa trasladó suficiente documentación al Santo Oficio para su estudio. Esperaba, decía, una adecuada solución al problema del clero en Vietnam y Camboya. Parece evidente que auguraba una relajación o excepción en la disciplina celibataria para aquella atormentada región asiática. Yo preparé la “positio”. El tema fue estudiado en ”Consulta” y debatido en la Plenaria de Cardenales. La conclusión debió de resultar muy decepcionante al Papa. No se podía hacer una excepción porque ello supondría romper la disciplina general en la materia. Si el Papa quería abolir el celibato obligatorio, era su responsabilidad.
4.- Opción improcedente. Senador Montini
El Papa era natural de un pueblo de la diócesis de Brescia. En los años 70 su hermano Ludovico era senador en Roma. En 1973, mons. Benelli, “sostituto” de la Secretaría Papal, hizo llegar al Santo Oficio una carta por “especial encargo del Santo Padre” adjuntando otra larga carta del senador Montini dirigida a su hermano Giovanni Battista. En dicha carta, Ludovico exponía la situación de Don Renato, un joven sacerdote de Brescia, amigo del propio senador. Exaltaba sus dotes espirituales, apostólicas y culturales. Don Renato se había enamorado de la presidenta de las jóvenes de su parroquia y planeaba matrimonio. También la chica era una excelente católica. Don Renato quería apurar todos los resortes con tal de no abandonar su sacerdocio. Su vocación era auténtica. Aceptaría restricciones en sus funciones y cambios de domicilio. Su futura esposa podría ser un complemento, no una rémora a su ministerio. El senador pedía un esfuerzo a su hermano para ayudar a su amigo.
Fuimos varios los curiales que leímos la carta del senador. El prefecto, Cardenal Seper, la envió al archivo vivo de la Sección Matrimonial. Debía ser unida al inminente expediente de reducción al estado laical. Seguro que la petición de Don Renato estaba a punto de llegar al Palazzo. El Congreso Particular de los lunes (4 altos cargos) ya había acordado la improcedencia de la pretendida excepción. En ese sentido, el Cardenal contestó a Benelli.
5.- Opción interrupta
De cuanto expuesto, parece razonable concluir que Pablo VI pretendió seriamente la abolición del celibato obligatorio. De lo contrario, no se comprende la insistencia en proponer su estudio y debate, opportune et importune.
Sorprende que, pocos años antes, en 1967, el Papa hubiera publicado la encíclica “Sacerdotalis caelibatus” en la que corroboraba la vigente disciplina celibataria y la valoraba profusamente. A este propósito, es preciso advertir que, salvo excepciones, las encíclicas son obra de la Curia más que del Papa. Éste pone su firma, pero a él no se debe su gestación y redacción. Alternativamente, es verosímil que en pocos años Montini hubiera evolucionado y cambiado de actitud. Su conocido carácter indeciso conduce a la credibilidad de esta hipótesis. Los acontecimientos de aquellos años eran vivos y trepidantes.
A la vista de los hechos anteriormente relatados, resulta evidente que Pablo VI no consideraba esencial el celibato obligatorio. Ni siquiera muy importante. Lo subordinaba a la función apostólica del clero. Consideraba prioritarios otros valores eclesiales e individuales. Abrigó la esperanza de que sus colaboradores aprobaran y corroboraran su pretensión de modificar paulatinamente la disciplina celibataria.
Por su carácter tímido, por la actual configuración del Papado, por la formación y edad del Episcopado, por el preponderante papel de la Curia, fue incapaz de dar el salto, de pasar del diseño a la ejecución.
6.- Epílogo. Un aborto o un alumbramiento
El celibato opcional fue una realidad en el Cristianismo desde sus orígenes. Data de la época precristiana. Casualmente, una de mis tesis doctorales versa sobre los cenobios en el siglo IX antes de Cristo: “Eliseo y sus discípulos”. El fundamento del celibato no es estrictamente de carácter religioso. La filosofía griega – Plotino, neoplatonismo, maniqueísmo - conducían al desprecio de la materia y, por ende, del cuerpo y de la reproducción.
En ese ambiente de desprecio a la materia y de exaltación del Uno, surge paulatinamente la obligatoriedad del celibato. No siempre fueron razones espurias, de índole material o patrimonial. Durante más de un milenio, los obispos eran autónomos. No estaban sometidos a Roma. No eran nombrados por Roma ni dependían de Roma. Cada obispo, o cada concilio regional, dictaba cuanto estimaba más conveniente para sus clérigos y fieles. España fue una adelantada en imponer el celibato a los clérigos. Detrás de esta imposición podía estar la convicción – acaso errónea, pero coherente – de que ése era el mejor camino para la santidad. Sin duda alguna, se dio la manipulación. Con el pretexto de la espiritualidad y la perfección, afloraron intereses materiales, económicos, políticos, de dominio.
Cuando Gregorio VII, en el siglo XI, proclamó la obligatoriedad del celibato para todos los clérigos, el Papado no estaba consolidado. Los decretos del obispo de Roma no fueron considerados obligatorios en otras diócesis. Eso explica que durante los posteriores siglos, el celibato obligatorio no fuera una práctica habitual. Ni los obispos ni los clérigos se sentían concernidos por la norma gregoriana. Fue en el Concilio de Trento, siglo XVI, cuando se ratificó el celibato obligatorio. Para entonces, Roma tenía más poder. El incremento y preponderancia de los Estados Pontificios, el dominio sobre emperadores y reyes, la influencia en las colonias de ultramar. Todo ello, sumado a la vieja herencia del Imperio Romano, venía a respaldar la autoridad del obispo de Roma, hasta entonces poco más que un primus inter pares.
Ni siquiera el Concilio Tridentino fue un punto de llegada a la universalización del celibato obligatorio del clero. Sabemos que algunos decretos del Tridentino tardaron siglos en ser aplicados. Eran los reyes quienes daban el visto bueno a esos decretos para la ejecución en sus respectivos territorios. El celibato obligatorio con carácter universal es muy moderno. Podríamos decir que no ha nacido todavía. Está en fase de aborto. La tolerancia de muchos obispos (conocí a varios) hacia el incumplimiento del celibato del clero. La comprensión del pueblo hacia el mismo incumplimiento. Los esfuerzos fallidos de PabloVI por neutralizar normas de sus predecesores. Las “dolorosas” previsiones de Juan Pablo II sobre su abolición: “Siento que sucederá, pero que yo no lo vea”. La aceptación del clero anglicano casado por parte de Benedicto XVI. Voces de numerosos altos dignatarios eclesiásticos clamando por la opcionalidad del celibato, entre ellas la autorizadísima del Cardenal Martini. Todo, síntomas de que la normativa del celibato obligatorio está próximo a convertirse en algo histórico. Su abolición será lamentable para unos, positiva para muchos. Pudiera ser -cosa que dudo - un impulso cuantitativo para el clero. La actual estructura jerárquica permanecerá. Previsiblemente, Roma copiará la secular situación de la Iglesia Ortodoxa donde se exige el celibato para acceder al episcopado. El distanciamiento entre obispos célibes y presbíteros casados es más que un temor. Paradójicamente, retrocederemos al estatus del primer milenio del Cristianismo, en tanto que avanzaremos en la recuperación de la sana libertad. Un pequeño avance, un pasito en la senda de los derechos humanos. Habremos abandonado la puridad del Uno para abrazar la variedad del Todo.