"No consideran al cura como alguien con poder sagrado. Tampoco se ven necesitados de perdón" Confesión sacramental, en desuso: "Todos comulgan, pero nadie se confiesa"
"En sus primeros años de párroco, Maximino tenía muchos penitentes que se le acercaban al confesonario antes de las misas. Por Cuaresma y Pascua, se juntaban varios curas para oir confesiones en cada una de las parroquias. Nadie se atrevía a comulgar sin haberse confesado pocos días antes"
"En los últimos decenios, le resulta inútil sentarse en el confesonario. Nadie siente la necesiad, mucho menos la obligación, de confesarse. No consideran al cura como alguien con poder sagrado. Tampoco se ven necesitados de perdón"
"Hacia el siglo X, la Confesión penitencial se unificó en un solo acto. Los presbíteros oían al penitente y en el mismo acto imponían la penitencia. Pero los fieles apenas practicaban la confesión privada"
"Desde Trento, casi cinco siglos, nada ha cambiado sobre la Confesión sacramental, salvo que los fieles, en los últimos tiempos, han desistido de su cumplimiento"
"Hacia el siglo X, la Confesión penitencial se unificó en un solo acto. Los presbíteros oían al penitente y en el mismo acto imponían la penitencia. Pero los fieles apenas practicaban la confesión privada"
"Desde Trento, casi cinco siglos, nada ha cambiado sobre la Confesión sacramental, salvo que los fieles, en los últimos tiempos, han desistido de su cumplimiento"
| Celso Alcaina Dr. Teología y Bíblia
"Todos comulgan, pero nadie se confiesa". Eso es lo que recientemente me decía mi excondiscípulo Maximino. Hace medio siglo se hizo cargo de una pequeña parroquia. Le quedaban demasiadas horas libres. Con el permiso de su obispo, aceptó trabajar en la oficina bancaria del pueblo cercano. Llegó a ser director de la misma. Contemporizaba perfectamente las dos actividades. La hemorragia clerical posconciliar alteró su plácida vida. Tuvo que encargarse de dos parroquias limítrofes vacantes. Años después, fueron cinco. Y ahora, seis. Una demarcación y una demografía superiores a alguna diócesis. Las atiende con la ayuda de un falso diácono de origen africano. Por supuesto, tuvo que despedirse de la banca mucho antes de su jubilación.
En sus primeros años de párroco, Maximino tenía muchos penitentes que se le acercaban al confesonario antes de las misas. Por Cuaresma y Pascua, se juntaban varios curas para oir confesiones en cada una de las parroquias. Nadie se atrevía a comulgar sin haberse confesado pocos días antes. Eso sí, reconoce la trivialidad de la mayor parte de las confesiones. Aparentemente, una pérdida de tiempo, al menos por parte de los confesores. Más que pecados escuchaban imperfecciones y problemas vitales. Los penitentes, preferentemente ellas, se desahogaban. Una terapia psicológica.
En los últimos decenios, le resulta inútil sentarse en el confesonario. Nadie siente la necesiad, mucho menos la obligación, de confesarse. No consideran al cura como alguien con poder sagrado. Tampoco se ven necesitados de perdón. Maximino estima que es un avance cultural y una razonable desacralización de la vida. Por contra, los fieles asistentes a la misa comulgan practicamente todos. Y, sobre la Comunión, añade una oportuna consideración. Los fueles demuestran no sentir ya la tradicional devoción o temor ante la presencia de Cristo en el pan consagrado. Considera que a esta actitud contribuyó la norma eclesiástica posconciliar de poder recibir la forma sagrada en la mano, cuando antes sólo el clérigo podía tocarla.
No siempre la Confesión fue lo que ahora es dentro de la Iglesia. La actual configuración de la Penitencia data del Concilio de Trento, igual que otros ritos elevados a la categoría de sacramentos. En puridad, la confesión auricular es sólo una parte del sacramento. Más importantes son el acto de contrición y el propósito de la enmienda.
Pero la Iglesia cristiana no parte de Trento. Desde sus orígenes, las comunidades cristianas tuvieron algo semejante a la confesión. Ese algo no era generalizado ni ritualizado. Se trataba de castigar o de expulsar de la Eucaristía (cenas comunitarias o reuniones de fieles) a los miembros pecadores públicos o escandalosos. Una exigencia de la ética y justicia. Además, se fundaban en textos evangélicos concretos: Jo 20,23, Mt 9,6s, Sant 5,16, 2 Cor 5,18. Los exégetas discrepan sobre el significado y alcance del término pecado en estas citas bíblicas. Lo cierto es que los primeros cristianos no concebían la Penitencia de manera parecida a como la concebiría la Iglesia del segundo milenio.
Ya en el siglo III la Penitencia estaba organizada en las comunidades. Pero fue en el siglo V cuando la praxis penitenciaria evolucionó hacia la jerarquización. Sólo el obispo podía perdonar los pecados. Se trataba de pecados mortales, algunos calificables de delitos. El penitente que había sido excluido de la Eucaristía debía confesar al obispo su pecado. El obispo perdonaba e imponía una penitencia pública. Después de oraciones, ayunos y limosnas, el penitente era readmitido en la Eucaristía mediante la imposición de manos del propio obispo.
Escritores eclesiásticos de los primeros siglos y padres de la Iglesia se esfuerzan en destacar la conversión interior muy por encima de los actos externos, como serían la confesión auricular o las penitencias. A los obispos y a la comunidad se puede engañar, decían, pero no a Dios. San Agustín así lo resume: el perdón es fruto de la conversión.
Es a partir del siglo VI cuando la confesión auricular y consiguiente penitencia se vuelven menos públicas y más privadas. Los obispos dejan de tener la exclusiva en la confesión de los pecados. Todos los presbíteros (a veces también los diáconos) asumen esa competencia. Los concilios son muy severos con los pecadores sexuales, sobre todo con los adúlteros. Por respeto al orden sagrado, las penitencias no se imponen a los clérigos, salvo la deposición del oficio. Por influencia de la vida monástica, las penitencias se privatizan y se aplican también a pecados ocultos. Si se trata de pecado público, la penitencia será pública. Será penitencia privada si el pecado es oculto. La absolución se impartirá después de que el penitente haya cumplido su penitencia. Existe la "penitencia tarifaria" consistente en conmutar penas por dinero. Una multa, o indulgencia. "Afortunado negocio" lo llamará luego Bonifacio VIII. También era admisible la penitencia susbsidiaria. Un sustituto cumplía la penitencia en vez del pecador, previo justo pago.
Hacia el siglo X, la Confesión penitencial se unificó en un solo acto. Los presbíteros oían al penitente y en el mismo acto imponían la penitencia. Pero los fieles apenas practicaban la confesión privada. Es por eso que el Concilio IV de Letran (a. 1215) impuso la confesión anual. Una práctica fomentada por las órdenes mendicantes.
Éstos eran algunos de los principales pecados y sus respectivas penitencias:
Homicidio o sodomía – 10 años de ayuno.
Fornicación o robo – 7 años de ayuno
Masturbación – un año de ayuno.
En el siglo XI surge una teoría innovadora sobre la Penitencia. En caso de no encontrar un clérigo para confesarse, el fiel podía confesar sus pecados a un hombre honesto. El mero deseo de hacer la confesión a un clérigo le bastaría para obtener el perdón de Dios. También es de esa época la teoría del secreto de confesión y la afectación jurídica del pecado a la institución eclesiástica. El pecador daña a la Iglesia con sus malas acciones. Es una razón para la judicialización de la confesión. Este aspecto judicial está en la base de reservar al obispo o al papa la absolución de ciertos pecados, tales como la sodomía o el maltrato a clérigos.
Los concilios del Renacimiento, particularmente el Concilio Tridentino, están en esta línea. En Trento se repiten los fundamentos bíblicos del sacramento y se impone la obligación de la confesión auricular anual. "Si alguno negare que la confesión sacramental es de derecho divino, o dijere que el modo de confesar en secreto con el sacerdote es ajeno de la institución y que es invención de los hombres, sea anatema".
Desde entonces, casi cinco siglos, nada ha cambiado sobre la Confesión sacramental, salvo que los fieles, en los últimos tiempos, han desistido de su cumplimiento. Lo hacen no sólo respecto de este sacramento. Las prácticas religiosas son relativizadas incluso por aquellos que todavía siguen considerándose fieles católicos. Una mayor culturización de los fieles lleva a una mayor secularización y a una percepción de lo sagrado no contaminado por estructuras caducas. La comarca en la que Maximino desarrolla su ministerio no es una excepción.
En el Vaticano existen dos dicasterios que se ocupan del sacramento de la Penitencia. La Congregación para la Doctrina de la Fe (Santo Oficio) es competente en los pecados o delitos que saltan al foro externo. Se trata, y no sólo, de violación del sigilo de confesión, absolución de cómplice y solicitación en confesión. Es el organismo sucesor del antiguo Tribunal de la Inquisición con origen en el siglo XII. El otro dicasterio, con origen en el siglo XIII, es la Penitenciaría Apostólica, competente en Indulgencias y en pecados de foro interno reservados al Sumo Pontífice. Ambos actúan en nombre y con poder papal. En el ya lejano período de funcionario del Santo Oficio, pude constatar que la denominada Sección Disciplinaria tenía mucho trabajo con los "delicta graviora".
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