Manuel Espiña. In memoriam
Nos dejó el pasado 28 de febrero. Dos años antes habíamos compartido una semana de nieve en “O Cebreiro”. Manolo me había invitado. Quiso desagraviarme por la injusta exclusión de un artículo mío en el libro colectivo “Todos Irmáns. Vodas de Ouro”. Él era uno de los tres promotores del evento y también de libro. No logró frenar la furia inquisitorial de los otros dos condiscípulos. Consideraron heterodoxo el contenido de mi colaboración de 23 páginas. Una nueva edición salió ignorándome. Manolo se disgustó. Me tuvo informado al momento. No comprendía la intolerancia ideológica, la cerrazón, el dogmatismo. Siempre había luchado por la libertad y el respeto a las opiniones de todos.
Ahora yo estaba en su apartamento de A Coruña, calle Veramar. A unos 200 metros, la Colegiata de Santa María del Campo. Allì Manolo ejercía de canónigo desde 1965. Cientos de libros y revistas abarrotaban los 60 m2 de vivienda. En el salón y en el pasillo, en la cocina y en el dormitorio, sobre el sofá y las sillas. Torres de libros. El desorden me sorprendió. También, un cierto abandono de su persona. Vivía solo y no era evidente que alguien le prestara cuidado, ni a su casa. A lo largo de la conversación – pasé con él varias horas – me ví igualmentre sorprendido por su destreza en encontrar cualquier libro o revista. A veces, se le venían abajo los tomos de la cúspide de la torre. Él los colocaba nuevamente a su manera. Su conversación era viva. Su mente iba muy por delante de sus palabras, a veces atropelladas.
Conocíamos su dolencia desde hacía pocos meses. Una enfermedad rara que le impedía dominar una pierna. Al fin, le diagnosticaron E.L.A., “esclerosis lateral amiotrófica”. Era el verano de 2009. Él confiaba en su curación y recurría a los mejores especialistas. Los que lo tratábamos y queríamos también lo esperábamos. Se caía en la calle. Necesitaba ayuda para asistir a los cultos en la Colegiata. Lo llevaban para reuniones o conferencias. Su cabeza funcionaba perfectamente. Hasta el final. Yo lo llamaba cada poco. Este 27 de febrero, pocas horas antes de expirar, acertó a decirme “Celsiño, esto se acaba, gracias amigo”.
Manolo Espiña, desde siempre, unió su pasión por la Iglesia y por Galicia. Lo dice en sus escritos. Lo hemos constatado quienes seguimos su trayectoria de medio siglo de actividad. Fue un luchador. Afortunadamente, ganó muchas batallas. Y eso es consolador, porque la guerra nunca se gana en esta vida. Siempre quedan metas a conseguir, batallas que pelear. La utopía nos acompañará siempre.
Como más relevante de su actividad, hay que destacar sus 32 años de columnista de “La Voz de Galicia”. Cada domingo “Outeiro de San Xusto”, siempre en gallego, encandilaba a miles y miles de lectores. A los creyentes, porque sus comentarios sobre temas religiosos eran una delicia y un acicate para buscar lo mejor dentro de una Iglesia perfeccionable. A los galleguistas, porque el uso y el dominio del idioma galaico, así como sus reivindicaciones galleguistas, avalaban los históricos anhelos de quienes no se contentaban con seguir siendo una región de Castilla. En 2008 Espiña hizo publicar el libro “Outeiro de San Xusto. Escolma I”, 298 pp. Se trata de una recopilación de sus más significativos artículos en dicha sección de La Voz de Galicia. Espiña instruía sobre temas religiosos, evangélicos, éticos. Pero su especialidad era la denuncia. No le dolieron prendas en criticar al Papa, a obispos, a su propio arzobispo de turno, a las autoridades civiles, a grupos de presión, a empresarios y sindicatos, a sus propios compañeros de ministerio. No le salió gratis. En 1975, por criticar abiertamente el fusilamiento de los condenados en el proceso de Burgos, fué multado con 150.000 ptas, un dineral para entonces. Se organizó una colecta popular. Sobró dinero que él dedicó a obras sociales. Estuvo a punto de entrar en la carcel. Durante meses, hasta el incio de la democracia, fue vigilado policialmente.
Pero también sufrió la marginación de parte de sus superiores eclesiásticos. Éstos no podían tolerar que se airearan sus vicios, sus defectos, sus errores, sus omisiones. Espiña había devenido un profeta de contradicción. Ya antes del Concilio Vaticano II, en contra o al márgen de sus superiores, introdujo el gallego en los cultos, en el Seminario donde por tres años fue director espiritual, en libros litúrgicos que tradujo a su lengua materna. Y después del Concilio, afeaba a sus superiores por frenar el aggiornamento conciliar.
Por entonces, yo ocupaba un importante puesto en la Curia romana. Mi trato con Cardenales y obispos era de tú a tú. Con el Cardenal Quiroga y con su sucesor el arzobispo Suquía tuve verdadera amistad. No era infrecuente que los nombres de candidados al Episcopado me fueran comunicados o, ya en Roma, pasasen por mi mesa. Tanto Don Fernando Quiroga como Don Ángel Suquía sacaron el nombre de Espiña, siempre con recelo. Se lamentaban de que era poco sumiso para ser ascendido. Espiña me contó que el arzobispo Suquía le habló de proponerlo para obispo “si se enmendaba”. Él lo confirma en el citado libro “Escolma I”, pag. 32. La respuesta fue clara. ¡Claro!
En noviembre de 2002, como cada semana, envió a la Redacción de “La Voz de Galicia” su artículo de columna: “As canonizacións”. Iba a ser su último trabajo para el periódico. Fue rechazado por heterodoxo o inconveniente. El artículo aparece ahora en la última página del citado libro “Escolma I”. Como teólogo y conocedor de temas eclesiásticos, Espiña clarificaba y acotaba el ámbito de la infalibilidad del obispo de Roma, negándola para los casos de canonizaciones. Incluso pone en duda la solvencia y autenticidad de algunos santos, sin nombrarlos. Y en la parte última de su escrito critica a su entonces arzobispo Rouco Varela por su pretensión de reactivar el proceso de canonización de Isabel la Católica. Arremete contra la “falsamente católica reina” por su actuación contra los judíos, por la introducción de la Inquisición y por su palmario antigalleguismo. Espiña ha manifestado y escrito que detrás de esta censura periodística hubo algo turbio que explicaría en sus Memorias. No sabemos si las ha escrito ni conocemos su eventual depositario.
Juntamente con su compañero José Morente (también canónigo de la Colegiata), Espiña tradujo al gallego los cuatro Evangelios y el Misal romano. Tenía una formación envidiable. Después de los estudios secundarios en el Seminario compostelano, pasó a la Pontifica de Comillas donde se licenció en Filosofía y en Teología. Y los libros estaban siempre en sus manos, cuando no en su original biblioteca. Más de una vez se me quejó de que nuestros compañeros “no leían”. Fue, además y con un éxito sorprendente hasta su jubilación por edad, profesor en la Escuela de Magisterio, así como promotor y profesor del Centro de Nuevas Profesiones en A Coruña. Fundó y dirigió la Asociación Católica de Maestros.
Como he apuntado, la labor evangélica de Espiña se inculturaba en su tierra gallega. Sus homilías fueron un fenómeno de masas. Fue pionero en celebrar Misas en gallego, incluida la homilía. Lo hizo sucesivamente en varias iglesias coruñesas. En los últimos años, en la Colegiata. A esas Misas acudían ciudadanos/as de toda la ciudad y de localidades cercanas. Todos sabemos el potencial de audiencia ligado a los púlpitos. Aún admitiendo que sólo un 25% de la ciudadanía es practicante, se trata de un porcentaje muy importante. En este caso acudían también muchas personas no creyentes por la novedad del idioma, por la fama del celebrante y por el contenido no siempre restringido a lo religioso. Como curiosidad, dejo constancia de cómo Espiña se refería a Dios. No se limitaba a llamarle Padre. Lo llamabo “Pai-Nai”, Padre-Madre.
A partir de 1973, Espiña crea una Comunidad Cristiana de Base. La llama “Comunidade cristiá do Home Novo”. Tendría diversas ramas y actividades. La principal sería la Asociación IRIMIA con un proyecto que discurre entre doctrinas de Cristo liberador y el sentimiento de pertenencia a la galleguidad. Sus enseñas: diálogo, tolerancia, solidaridad y lucha por la libertad, la justicia y la paz. Participa activamente en las Asociaciones Cristianas de Base en Galicia: “Somos Igrexa”, “Encrucillada”, “Coordinadora de crentes galegos”, “Mulleres cristiás galegas”, “Romaxe”. Todas ellas integrantes del Colectivo Redes Cristianas del Estado español. Tanto IRIMIA como ENCRUCILLADA, ésta fundada por el teólogo A. Torres Queiruga, han editado folletos y revistas con sustancioso contenido y con la participación de eminentes pensadores gallegos. Pero Espiña, desde 1973 dedicó lo mejor de sí a su “Comunidade cristiá do Home Novo” . A ella prestó esfuerzo, dinero, influencias, muchas horas y desvelos. La Comunidad posee un terreno a 10 kms de la ciudad. Se lo regaló un arquitecto admirador de la Comunidad y de su fundador. En la amplia finca han edificado un pabellón para reuniones.
No puedo dejar de mencionar la batalla que libró Espiña para que la ciudad de A Coruña tuviera su propio obispo. Hizo serias propuestas conducentes a desmembrar la archidiócesis compostelana creando una diócesis con cabecera en A Coruña. En sus artículos aporta argumentos, hace comparaciones, llama la atención de los jerarcas españoles y romanos. Sobre el particular, cabe decir que no tuvo éxito, pero ha sembrado. Quizá el árbol surja y produzca fruto.
Finalizo esta necrológica traduciendo al castellano algo que Espiña escribió hace poco más de un año en el prólogo a su libro ya citado, pag. 34. Es una síntesis de su actividad en este mundo en el que ahora nos toca bregar.
“Resulta evidente, al tiempo que preocupante, la valoración de nuestra Iglesia en la sociedad actual. Aparecen cuatro grupos de ciudadanos. En el primero están los que no se interesan en ella o les irrita. En el segundo están quienes salieron de ella porque estimaron que no cumple su misión. En el tercero estamos aquellos que nos consideramos Iglesia y sentimos el dolor por ella, por su imagen negativa. Finalmente, el cuatro grupo está compuesto por aquellos que se identifican con su actitud oficial y se sienten satisfechos con ella. Los que nos sentimos en el tercer grupo luchamos por su mejoría y estamos seguros de que, si cambiase para bien, muchos del segundo grupo se pasarían al tercero”.
Ahora yo estaba en su apartamento de A Coruña, calle Veramar. A unos 200 metros, la Colegiata de Santa María del Campo. Allì Manolo ejercía de canónigo desde 1965. Cientos de libros y revistas abarrotaban los 60 m2 de vivienda. En el salón y en el pasillo, en la cocina y en el dormitorio, sobre el sofá y las sillas. Torres de libros. El desorden me sorprendió. También, un cierto abandono de su persona. Vivía solo y no era evidente que alguien le prestara cuidado, ni a su casa. A lo largo de la conversación – pasé con él varias horas – me ví igualmentre sorprendido por su destreza en encontrar cualquier libro o revista. A veces, se le venían abajo los tomos de la cúspide de la torre. Él los colocaba nuevamente a su manera. Su conversación era viva. Su mente iba muy por delante de sus palabras, a veces atropelladas.
Conocíamos su dolencia desde hacía pocos meses. Una enfermedad rara que le impedía dominar una pierna. Al fin, le diagnosticaron E.L.A., “esclerosis lateral amiotrófica”. Era el verano de 2009. Él confiaba en su curación y recurría a los mejores especialistas. Los que lo tratábamos y queríamos también lo esperábamos. Se caía en la calle. Necesitaba ayuda para asistir a los cultos en la Colegiata. Lo llevaban para reuniones o conferencias. Su cabeza funcionaba perfectamente. Hasta el final. Yo lo llamaba cada poco. Este 27 de febrero, pocas horas antes de expirar, acertó a decirme “Celsiño, esto se acaba, gracias amigo”.
Manolo Espiña, desde siempre, unió su pasión por la Iglesia y por Galicia. Lo dice en sus escritos. Lo hemos constatado quienes seguimos su trayectoria de medio siglo de actividad. Fue un luchador. Afortunadamente, ganó muchas batallas. Y eso es consolador, porque la guerra nunca se gana en esta vida. Siempre quedan metas a conseguir, batallas que pelear. La utopía nos acompañará siempre.
Como más relevante de su actividad, hay que destacar sus 32 años de columnista de “La Voz de Galicia”. Cada domingo “Outeiro de San Xusto”, siempre en gallego, encandilaba a miles y miles de lectores. A los creyentes, porque sus comentarios sobre temas religiosos eran una delicia y un acicate para buscar lo mejor dentro de una Iglesia perfeccionable. A los galleguistas, porque el uso y el dominio del idioma galaico, así como sus reivindicaciones galleguistas, avalaban los históricos anhelos de quienes no se contentaban con seguir siendo una región de Castilla. En 2008 Espiña hizo publicar el libro “Outeiro de San Xusto. Escolma I”, 298 pp. Se trata de una recopilación de sus más significativos artículos en dicha sección de La Voz de Galicia. Espiña instruía sobre temas religiosos, evangélicos, éticos. Pero su especialidad era la denuncia. No le dolieron prendas en criticar al Papa, a obispos, a su propio arzobispo de turno, a las autoridades civiles, a grupos de presión, a empresarios y sindicatos, a sus propios compañeros de ministerio. No le salió gratis. En 1975, por criticar abiertamente el fusilamiento de los condenados en el proceso de Burgos, fué multado con 150.000 ptas, un dineral para entonces. Se organizó una colecta popular. Sobró dinero que él dedicó a obras sociales. Estuvo a punto de entrar en la carcel. Durante meses, hasta el incio de la democracia, fue vigilado policialmente.
Pero también sufrió la marginación de parte de sus superiores eclesiásticos. Éstos no podían tolerar que se airearan sus vicios, sus defectos, sus errores, sus omisiones. Espiña había devenido un profeta de contradicción. Ya antes del Concilio Vaticano II, en contra o al márgen de sus superiores, introdujo el gallego en los cultos, en el Seminario donde por tres años fue director espiritual, en libros litúrgicos que tradujo a su lengua materna. Y después del Concilio, afeaba a sus superiores por frenar el aggiornamento conciliar.
Por entonces, yo ocupaba un importante puesto en la Curia romana. Mi trato con Cardenales y obispos era de tú a tú. Con el Cardenal Quiroga y con su sucesor el arzobispo Suquía tuve verdadera amistad. No era infrecuente que los nombres de candidados al Episcopado me fueran comunicados o, ya en Roma, pasasen por mi mesa. Tanto Don Fernando Quiroga como Don Ángel Suquía sacaron el nombre de Espiña, siempre con recelo. Se lamentaban de que era poco sumiso para ser ascendido. Espiña me contó que el arzobispo Suquía le habló de proponerlo para obispo “si se enmendaba”. Él lo confirma en el citado libro “Escolma I”, pag. 32. La respuesta fue clara. ¡Claro!
En noviembre de 2002, como cada semana, envió a la Redacción de “La Voz de Galicia” su artículo de columna: “As canonizacións”. Iba a ser su último trabajo para el periódico. Fue rechazado por heterodoxo o inconveniente. El artículo aparece ahora en la última página del citado libro “Escolma I”. Como teólogo y conocedor de temas eclesiásticos, Espiña clarificaba y acotaba el ámbito de la infalibilidad del obispo de Roma, negándola para los casos de canonizaciones. Incluso pone en duda la solvencia y autenticidad de algunos santos, sin nombrarlos. Y en la parte última de su escrito critica a su entonces arzobispo Rouco Varela por su pretensión de reactivar el proceso de canonización de Isabel la Católica. Arremete contra la “falsamente católica reina” por su actuación contra los judíos, por la introducción de la Inquisición y por su palmario antigalleguismo. Espiña ha manifestado y escrito que detrás de esta censura periodística hubo algo turbio que explicaría en sus Memorias. No sabemos si las ha escrito ni conocemos su eventual depositario.
Juntamente con su compañero José Morente (también canónigo de la Colegiata), Espiña tradujo al gallego los cuatro Evangelios y el Misal romano. Tenía una formación envidiable. Después de los estudios secundarios en el Seminario compostelano, pasó a la Pontifica de Comillas donde se licenció en Filosofía y en Teología. Y los libros estaban siempre en sus manos, cuando no en su original biblioteca. Más de una vez se me quejó de que nuestros compañeros “no leían”. Fue, además y con un éxito sorprendente hasta su jubilación por edad, profesor en la Escuela de Magisterio, así como promotor y profesor del Centro de Nuevas Profesiones en A Coruña. Fundó y dirigió la Asociación Católica de Maestros.
Como he apuntado, la labor evangélica de Espiña se inculturaba en su tierra gallega. Sus homilías fueron un fenómeno de masas. Fue pionero en celebrar Misas en gallego, incluida la homilía. Lo hizo sucesivamente en varias iglesias coruñesas. En los últimos años, en la Colegiata. A esas Misas acudían ciudadanos/as de toda la ciudad y de localidades cercanas. Todos sabemos el potencial de audiencia ligado a los púlpitos. Aún admitiendo que sólo un 25% de la ciudadanía es practicante, se trata de un porcentaje muy importante. En este caso acudían también muchas personas no creyentes por la novedad del idioma, por la fama del celebrante y por el contenido no siempre restringido a lo religioso. Como curiosidad, dejo constancia de cómo Espiña se refería a Dios. No se limitaba a llamarle Padre. Lo llamabo “Pai-Nai”, Padre-Madre.
A partir de 1973, Espiña crea una Comunidad Cristiana de Base. La llama “Comunidade cristiá do Home Novo”. Tendría diversas ramas y actividades. La principal sería la Asociación IRIMIA con un proyecto que discurre entre doctrinas de Cristo liberador y el sentimiento de pertenencia a la galleguidad. Sus enseñas: diálogo, tolerancia, solidaridad y lucha por la libertad, la justicia y la paz. Participa activamente en las Asociaciones Cristianas de Base en Galicia: “Somos Igrexa”, “Encrucillada”, “Coordinadora de crentes galegos”, “Mulleres cristiás galegas”, “Romaxe”. Todas ellas integrantes del Colectivo Redes Cristianas del Estado español. Tanto IRIMIA como ENCRUCILLADA, ésta fundada por el teólogo A. Torres Queiruga, han editado folletos y revistas con sustancioso contenido y con la participación de eminentes pensadores gallegos. Pero Espiña, desde 1973 dedicó lo mejor de sí a su “Comunidade cristiá do Home Novo” . A ella prestó esfuerzo, dinero, influencias, muchas horas y desvelos. La Comunidad posee un terreno a 10 kms de la ciudad. Se lo regaló un arquitecto admirador de la Comunidad y de su fundador. En la amplia finca han edificado un pabellón para reuniones.
No puedo dejar de mencionar la batalla que libró Espiña para que la ciudad de A Coruña tuviera su propio obispo. Hizo serias propuestas conducentes a desmembrar la archidiócesis compostelana creando una diócesis con cabecera en A Coruña. En sus artículos aporta argumentos, hace comparaciones, llama la atención de los jerarcas españoles y romanos. Sobre el particular, cabe decir que no tuvo éxito, pero ha sembrado. Quizá el árbol surja y produzca fruto.
Finalizo esta necrológica traduciendo al castellano algo que Espiña escribió hace poco más de un año en el prólogo a su libro ya citado, pag. 34. Es una síntesis de su actividad en este mundo en el que ahora nos toca bregar.
“Resulta evidente, al tiempo que preocupante, la valoración de nuestra Iglesia en la sociedad actual. Aparecen cuatro grupos de ciudadanos. En el primero están los que no se interesan en ella o les irrita. En el segundo están quienes salieron de ella porque estimaron que no cumple su misión. En el tercero estamos aquellos que nos consideramos Iglesia y sentimos el dolor por ella, por su imagen negativa. Finalmente, el cuatro grupo está compuesto por aquellos que se identifican con su actitud oficial y se sienten satisfechos con ella. Los que nos sentimos en el tercer grupo luchamos por su mejoría y estamos seguros de que, si cambiase para bien, muchos del segundo grupo se pasarían al tercero”.