Perfil dominical - La vocación y los católicos con careta 10-II-2019

+ “El más alto interés de la vida está en saber a qué hemos sido llamados; el porqué de nuestra existencia. El engaño en este punto es fatal pues de él dependen nuestra dicha y los destinos del mundo. Son muchos los hombres que se equivocan, que se obstinan, aunque a todos les habla al oído la sabia Naturaleza. Pero esta voz es tan baja en ocasiones que no la percibimos. Mejor nos sería estarnos quietos, no introducir en la vida nuestras parcialidades y apetitos y esoerar que una ola benéfica nos empuje a puerto seguro. Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto de su caballo… Concentrarnos, recogernos, hacer que todos nuestros pensamientos converjan al mismo sitio: este es el secreto de la verdadera vocación” (A. Palacio Valdés, Testamento literario. 1. La vocación. Obras Completas, Aguilar Madrid 1945, pp. 1282 y 1284).
+ Después de la gran redada en el lago de Galilea y la llamada de Jesús a seguirle, dice –este domingo- el evangelio de Lucas (cap. 55, 1-11), “ellos –los cuatro llamados ese día- “sacaron a tierra sus barcas y, dejándolo todo, le siguieron”.

No conviene equivocarse y pensar mal. Entre lo genérico, la vocación, y lo específico, las vocaciones (vocación a las armas o a las letras y las artes, vocación cristiana o vocación religiosa), se puede advertir la misma distancia que va del género a la especie, del mentar la fruta sin matiz alguno a mentar una manzana reineta o una mandarina.
Si Palacio Valdés –en el sugerente relato- alude a la “vocación” como la especie de instinto, inclinación, inspiración incluso y tendencia, que en el ser humano se instala por un misterioso impulso interior hacia algo para lo que vale y sirve cada cual y ha de ser su individual camino “para hacerse”, las lecturas de este domingo –sin eludir el mismo fondo y en parecidos relatos igualmente- ponen el acento en dos específicas “vocaciones”: la cristiana y –dentro de lo cristiano- la religiosa, en lo que ambas tienen de compromiso vital de un hombre o una mujer con esta precisa creencia y una precisa misión, con raíces –ambas- en una fe humilde pero viva o natural exigencia de una dedicación de vida y afanes –como ha de ser la propia de una vocación auténtica y no amañada o trucada- el servicio del ideario cristiano-católico.

Es -amigos- el perfil más visible que yo alcanzo a descubrir en esta liturgia dominical. El “Aquí estoy – Mándame!” del antiguo profeta enlaza, por esa lógica elemental de lo obvio, con la invitación de Jesús a los cuatro pescadores del lago y su inmediata respuesta a la llamada: dejarlo todo y seguirle.

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Este preludio que me permito dibujar como perfil dominical que mis reflexiones de hoy atisban en la médula de la liturgia del día sería suficiente –creo- para no pasar del mismo, dejarlo prendido en el aire, con este ruego: que mis amigos y lectores o seguidores de mis puntos de vista hagan el resto: seguir pensando por sí mismos y aterrizar, cada cual en su propio terreno vital (el de cada vida concreta), pedirse cuentas –lo que se llama auto-crítica- y deducir si sí o si no. Ya me entienden…
Sin embargo, no me avengo a quedarme en esto y opto por ampliar el preludio con algunos enunciados, vías a posibles concreciones en la misma línea de pensamiento. Perdonad.
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* Hay quien se obstina en achicar los márgenes del Evangelio y de sy mensaje hasta dejarlo reducido a una especie de código ético, de moral individual tal sólo. Es efectivamente eso, pero no sólo es eso.
El Evangelio y su mensaje -esencia constituyente del cristianismo- dan el marco en que se contiene, se muestra y se ofrece otro modo de vivir la vida del hombre. Y como da la casualidad de que una vida humana –la de cada uno es la verdadera y lo demás se queda en teoría- no se resuelve ni se recluye en uno mismo, porque no puede prescindir de “los otros” sin dejar de ser humana, y con “los otros” ha de tejerse en buena parte la vocación de ser este hombre o esta mujer, la consecuencia no puede ser otra que esta: el mensaje cristiano no puede quedarse en asunto privado de la conciencia individual de cada uno, sino que va más allá para proyectarse hacia la conciencia colectiva, de la que los individuos son parte como seres sociales y sociables que son por necesidad; en un “do ut des” integrador que se hace de lo que ese individuo -proyectado ineludiblemente hacia “los otros”- aporta como razón de su existencia a la conciencia común, y lo que de ella recibe en subsidio paralelo del propio “hacerse” humano.
Lo otro -dejar reducido al ser humano a no “estar en el mundo con los otros”, con las consecuencias negativas que eso implica- es -por una parte- ”inventarse”,. “sacarse de la manga”. un tipo de “hombre roto” y “duplicado”, arrastrando por el suelo su condición de “todo integrado”. Es -por otra- un atentado a los derechos del hombre al que se le cierran –a cuenta de ideologías falsas o farsantes- puertas que –por el hecho de ser hombre sociable por naturaleza y por cultura- debe tener abiertas de par en par. Y, además, no dejaría de ser un síntoma inequívoco de mala fe humana y por supuesto cristiana: tomar “laicidad” por “laicismo”, lo que hoy –científicamente- o es “atraso” o es “mala fe”; pero como tan lamentable “quid pro quo” suele ser manía “progre” que se precia de ser “ilustrada”, sería desdoro dejarlo en ignorancia. Luego, mala fe!.

** Admite otro perfil o perspectiva esta circunstancia vital de la “vocación cristiana”. Un tanto paradójica si se quiere, pero tangible. Veamos.
Creo yo que, si algo bueno –quizá bastante- lleva consigo la actual cultura secularizadora -en bastantes casos, de “odium Dei”, como le llama Ortega en ese por mí tan reiterado ensayo titulado Dios a la vista-, que históricamente es herencia y personifica esa parte de la Ilustración enemiga de la religión y de Dios, es la clarificación, y quizás mejor transparencia de las posiciones. Es decir, que los que se llaman católicos lo sean de verdad; es decir, de palabra y de obras. O, siguiendo la línea recta de la lógica de las conductas, que lo que llevan por dentro lo llevan también por fuera (Goethe); o lo que admiten en casa o con los amigos lo dicen y hacen valer también fuera, como periodistas, como educadores, como maestros, como profesionales de la medicina o del derecho, de la política sobre todo. No participando en siglas o listas de partidos anticristianos, sea lo ”anti” de palabra o de obra; defendiendo a la luz del sol o a la intemperie –es decir, sin complejos ni miedos tontos- lo mismo que defienden bajo techo, en oportunismos calculados de caza de votos o cuando no hay riesgo de que llamen a uno “facha” o “carca” (que es la etiqueta, siempre a mano de la manía “progre”, para distinguir –con razones o sin ellas, venga o no venga a cuento- a los que no piensen como ellos. Que esas tenemos y con “esas” hay que contar si uno aspira a ser coherente consigo mismo y con sus ideas y creencias.
Lo digo y repito muchas veces desde hace años. Somos pocosd; mañana seguramente seremos menos; a veces por culpa nuestra, aunque no siempre, ni mucho menos. Pero eso que somos –poco es más que nada y “nada” todavía no lo somos a menos que nos empeñemos en serlo- hemos de hacerlo valer. Y ya se sabe que “hacer valer algo” en democracia tiene nombre y señas de urna y voto. Dicho en “román paladino” para que se entienda: un católico, que lo sea de algo más que de nombre, no puede votar a algo o a alguien que pugne con el dictado de su conciencia, de ser humano o de creyente cristiano. ¿Legítima defensa? ¿Coherencia? Llámese como se quiera: dignidad, al final del recorrido
Lo otro, trapichear con la conciencia o las creencias, se llama “farsa”. Porque “farsante” es tanto “el hombre que defiende exuberantemente unas opiniones que en el fondo le traen sin cuidado” –una de las especies distinguidas de “farsa-, como el otro hombre que “tiene realmente esas opiniones pero no las defiende ni patentiza” –otra de las especies distinguidas de “farsa”, como define Ortega al elogiar la condición sincera de su amigo don Pío Baroja (cfr. El Espectador, Ensayos de crítica. Ideas sobre Pìo Baroja Obras, Alianza Edit. Madrid, 1998, vol II, pp. 84-85). El que dice tener unas “creencias” –las que sean- pero no les hace los debidos honores en todos los ámbitos de su actividad bien haría darse de baja en ellas para no engrosar las ya de por sí nutridas filas de los “farsantes”. Cosa distinta será el error o el fallo en la defensa de los valores y creencias: como dice el clásico, “nada de lo humano nos es ajeno”. Pero esto no sería “farsa”; el amparo en otras motivaciones, sí.

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Tengo a la mano ahora mismo dos libros que me encanta releer de cuando en cuando; son de dos intelectuales de nuestro tiempo, a los que, desde hace muchos años, profeso admiración por sus ideas, creencias, coherencias y actitudes: uno se llamaba Julián Marías y el otro Pedro Laín Entralgo. El primero se titula “La perspectiva cristiana”, y el de Laín, “El problema de ser cristiano”•.
Del primero copio unas frases del Prólogo. “El cristianismo es primariamente una religión, y me parecen indebidas sus utilizaciones para otros fines, que pueden se valiosos y estimableds, pero no son sino algo subordinado. Hay, sin embargo, otro aspecto de la cuestión, que me parece del mayor interés. El cristianismo lleva consigo una visión de la realidad, enteramente original y que se añade a su contenido religioso, del cual emerge pero no se reduce a él. El hombre cristiano, por serlo, atiende a ciertos aspectos de lo real, establece entre ellos una jerarquía, descubre problemas y acaso evidencias que de otro modo le serían ajenos. Esto es lo que yo llamo La perspectiva cristiana”
Y del segundo asumo una pregunta que –ahora sí- dejo en aire, al albur de la propia conciencia personal de un creyente: “EN la búsqueda y en la posesión de la idea de sí mismo, en la consideración y la práctica de la vocación personal ¿debe poner algo el hecho de ser o sentirse cristiano?” (cfr. El problema de ser cristiano, Galaxia Guttemberg Barcelona 1997, pag. 104). El autor considera el problema parte de la lealtad del hombre para consigo mismo y invita a pensar en ello. Eso mismo pretendo yo, al dejar en el aire tan comprometedor interrogante.

Y, para cerrar, en otra invitación audaz pero posiblemente válida al aire de los tiempos que vivimos, lo de Palacio Valdés al comenzar. “Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto de su caballo”

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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