La efemérides de un poeta 22-II-2019

“Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”. El fondo que, a la vez, realzan y encubren estas palabras que el poeta pone en los labios de Juan de Mairena, es un canto egregio a un humanismo de la mejor estirpe. Su vida entera fue una dura lucha por llegar a ser, ante todo, un hombre; y, como es lógico en personas así, toda su vida y obra tienen olor, color y sabor a hombre hecho y derecho. Es posible que no haya muchos poetas que den tanto como él nos da con su verso y su manera de ver la vida.
Manuel Alvar, en su acabada Introducción a las Poesías Completas de A. Machado C. Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1999, p. 9), presenta el libro como el de “los poemas de un hombre”; de un hombre que, para serlo, “no necesitó gritos ni charangas. Le bastó el caminar, en silencio y con la mirada profunda, convirtiendo en luz la propia bondad íntima”… “Y es que aquel hombre, que caminaba en sueños, iba “siempre buscando a Dios entre la niebla”. Nunca tan bien dicho: un escéptico inconformista; siempre empeñado en buscar a Dios, a pesar de la niebla. A pesar de todos los pesares…

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Hoy se cumplen 77 años de la muerte de don Antonio Machado. A las cuatro de la tarde del 22 de febrero de 1939, exiliado en Colliure –localidad del Sur de Francia- fallecía de una neumonía uno de los literatos más posibilistas y creativos de nuestra modernidad –poeta sobre todo, pero creador de una literatura racional, humanista, liberal, y todo eso injertado en su hombría de bien.

Hombre de la Generación del 98 y abierto, como ella, a todas sus luces y sombras. Al aire de todos los vientos y azares de lo humano en unos tiempos revueltos por demás. Sensible al soplo irisado de cualquier realidad que se cruzara con sus ojos, ávidos siempre de mirar y de ver. Más que enamorado, amante de España y con voluntad de verla al fin libre de sus propios “demonios nacionales”. En ansias y busca perenne de Absoluto… Este gran poeta jamás desertó de los “valores” que en España fueron esqueleto que hace inteligible la tantas veces desconcertante trayectoria de un pueblo –el español- que, habituado por su Historia en apostar por lo mejor y salir airoso de trances agónicos, no cesa sin embargo de traicionarse a sí mismo hasta emborronar con el negro del odio y sus pasiones afines las mejores páginas de su Pasado egregio.
Es el poeta –no me cabe duda- de las “dos Españas”. Se hizo fervoroso de un republicanismo lamentablemente bisoño y tan elemental que nunca supo estar a la altura de las circunstancias para desencanto de sus secuaces. Fue un empedernido claudicante ante el amor, a todo amor. Quizás no llegó a ser creyente católico o quizá sí –cualquiera sabe, pero, al leer y releer su obra en prosa y en verso, deshojando sus poemitas y sus proverbios y cantares, de lo que no me cabe la menor duda es de su afanosa búsqueda de la Verdad, del Amor, del Bien –todo eso con mayúscula- e incluso, por tanto, de Dios.

Si hoy –en esta efemérides- me preguntara qué es lo que más me gusta de este gran poeta y hombre de cuerpo y alma enteros, seguramente no lo sabría decir, porque me gusta todo, cada cosa en su propia línea y salsa, cada pensamiento a la zaga y medida de su idea, cada palabra con su alma propia y sin engañar ni defraudar al que la oye.

Para este leve homenaje de hoy a mi poeta favorito, sería tonto por mi parte pretender esbozar siquiera un listado –por elemental que fuese- de sus intuiciones geniales, de sus pensamientos felices o de sus augurios tan inteligentes como enigmáticos a veces (para lectores –suelo decir- avezados a buscar las entretelas de las cosas). Hombre que fue de pensamiento y de misterio –suelen aunarse las dos perspectivas para ver bien-, su vida y obra me dejan siempre tan buen sabor de boca que, de inmediato, quisiera repetir y volver. Vayan sólo algunas pinceladas.

No creo equivocarme mucho si digo que el mayor de sus dolores era España. De hecho, muestra este amor doliente en multitud de anotaciones, en las que no se sabe qué admirar más, si la belleza del relato o el buen tino del pensamiento. ¿Quién mejor que él y con mayor plasticidad sobre todo supo meternos en el alma la tragedia de las “dos Españas”, al precavernos del siniestro con lo del “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios; una de las dos Españas ha de helarte el corazón”?.
O su enfática cabezonería por la verdad, la de todos y no la de uno. “Tu verdad? No, La verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”• La verdad y no la mentira ni siquiera la “media verdad”: “La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al revés”?
O la esperanza siempre viva y verde del Canto a un olmo seco, ”hendido por el rayo y en su mitad podrido”, al que “con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido”. Ante su renuevo de savia jugosa –remata el poeta- “mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera”
O la apuesta por la mejor grandeza del hombre, la de su interior. “No extrañéis, dulces amigos, que esté mi frente arrugada: que vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas”
O la frecuente –irrefrenable- pesadilla de sus sueños de trascendencia y añoranza de “lo divino”. “Luz del alma, luz divina; faro, antorcha, estrella, sol… Un hombre a tientas camina, lleva a su espalda un farol”
O ese preocupante presagio –¿quién podrá negarle valía?- según el que “De diez cabezas nueve embisten y una piensa; nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por una idea”
O el anhelo, siempre a la vista y nunca desesperado, de apostar siempre por lo que vale, aunque pueda parecer atrasado y muerto: “Creí mi hogar apagado y revolví la ceniza; me quemé la mano”
O esos mínimos o anquilosados y sin embargo colosales apuntes -de tanto pensar-, como que “Hoy es siempre todavía”, que “Todo necio confunde valor y precio” o “Qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también”.
O las sentencias robustas y plenas de inteligencia puestas en boca de Abel Martín o Juan de Mairena. O el inmenso etcétera que no se puede cifrar en resúmenes y que habla, alto y claro, de un sujeto que, sin abdicar de nada, nunca renunció a volar tan alto como le permitieran las alas de su ilusión y sus ganas de vivir…
Cortantes como puñales, imprevisibles como emboscada de salteador de caminos, o suaves como guantes de terciopelo, sus palabras muerden pero sin dejar de acariciar.

Este recuerdo sirva hoy como la expresión vulgar pero sentida de todo lo que me ha dado este “augusto señor” de la poesía y del culto atento y solícito a los valores que, siendo de siempre, ahora quizá denostamos como si fueran de menos, siendo como en verdad lo son de más.

En el cementerio de Colliure hay una tumba; la de un hombre de España que, por amar, se pasó la vida queriendo llegar a todo lo que amaba, hasta sin saber que amaba. Y aunque no siempre se puede llegar a la meta de los deseos, casi siempre se llega a lo que se quiere de verdad.
Por eso, no lo dudo. Exiliado aún su cuerpo en aquel cementerio extraño, su alma sigue añorando volver a la tierra de sus amores; y no para redimirla que quizás no es el caso, sino para inculcarle que “se hace camino al andar”. Que falta nos hace, porque como bien se sabe, “caminar” es, a menudo y en todo, “un rodeo para reencontrarse con uno mismo” (cfr. David Le Breton, Elogio del caminar, Siruela Madrid, 2015, p. 16)

Vaya mi pequeño homenaje al hombre –poeta sobre todo- que tantas veces me ha hecho soñar despierto y pensar despacio. Hoy le recordaré recitando una vez más esa letrilla en que, sospechando a Dios sin duda, se suelta la vena diciendo: “Ayer soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía… Después, soñé que soñaba” - “Anoche soñé que oía a Dios gritándome ¡Alerta! Luego era Dios quien dormía y yo gritaba ¡Despierta!”
Siempre lo he pensando y lo digo como lo pienso. Un hombre que así sueña no anda lejos de Dios; aunque diga que no le conoce o que no lo entiende. Normal, que no entendamos a Dios o no le entendamos bien. Normal que nos falten palabras, lenguaje, para encararnos con “lo divino” como no duda en señalar con elemental lógica Harold Bloom. Normal que se sueñe con Dios –incluso despiertos- cuando “lo humano” –que a diario vemos, oímos, tocamos, olfateamos o tratamos de gustar- se muestra tan desabrido, tan insípido, salvaje e inhumano incluso, como se puede ver a diario, a nada que se tengan ojos y oídos.

Gracias, mi querido poeta-filósofo, por la tanta belleza de que me hacen partícipe -cada día- tu decir, tu pensar y tu querer.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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