Todo lo gasta un mal modo 13-II-2919
“Tanto se requiere en las cosas la circunstancia como la sustancia; antes bien, lo primero con que topamos no son las esencias de las cosas sino las apariencias… Es el modo una de las prendas del mérito… Fuerte es la verdad, valiente la razón, poderosa la justicia, pero sin un buen modo todo se desluce, así como con él todo se adelanta… Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y la razón” (Baltasar Gracián, El discreto, XXII; Oráculo manual y arte de prudencia, 49)
“¿Tiene futuro la verdad?... La verdad, creo, tiene futuro. Que lo tenga también el hombre está mucho menos claro. Pero no puedo evitar un presentimiento en cuanto a cuál de los dos es más importante” (George Steiner, Nostalgia del Absoluto, Siruela Madrid 2001, pp. 111, 132)
Estos apuntes previos a mis reflexiones de hoy pueden muy bien servir, en la hora presente –creo yo-, para no dejarse embaucar por las malicias o estupideces que, con aire de suficiencias imaginadas, se ven salir -cada día y cada hora- de labios de “personajillos” –no llegan a más- empeñados en hacer creer a los idiotas complacientes que “dos y dos son tres”, o “que los gatos no hacen “miau” y dicen “yes”, como jocosamente receta una de las versiones típicas del llamado “reino del revés”.
+++++
“O tempora! O mores!” -¡qué tiempos y qué costumbres!-, que dijera el gran tribuno Cicerón en su lucha contra las corrupciones de su tiempo, que -con una cierta sorna e ironía- se viene repitiendo como exclamación para criticar actitudes de ostensible abuso o de peregrinas salidas de “pata de banco”.
Tiempos desencantados y vulgares… Horas y días calientes… De acentos agudos… De intermitentes hervores y recalentones… De estupefacientes juegos de palabras… De pos-modernidad, de pos-verdad…. Tiempos acelerados como nunca lo han sido… De incertezas…. De relativismos liquidadores y deconstructores… De filosofías al servicio del capricho, la oscuridad y casi siempre la mala fe… De sequía de los valores y de vigencia pertinaz del sucedáneo… Tiempos de fuego y de heladas a la vez…. Tiempos sombríos en que la verdad y la luz, la justicia y la razón, el amor y el respeto se trapichean y se negocian por las esquinas como si de baratijas, o menos, se tratara….
Hace bastantes años -porque la cosa viene de lejos- a una conferencia dada en Palma de Mallorca le puse por título este interrogante: ¿Es moderna la modernidad?. La idea no era del todo mía. sino deducida de las páginas del librito de Reinhart Koselleck, Aceleración, prognosis y secularización (Valencia, 2003). Y la aceleración no ha concluido sino que aumenta y de qué manera.
Hoy me sigo haciendo la misma pregunta y pienso –con fundamento, supongo- que bastante gente se la hace también a la vista de la fluidez de los actuales tiempos líquidos y gaseosos; a pesar de tantos adelantos de la ciencia y la técnica, o tal vez por eso. ¿No es de Voltaire el augurio de que los adelantos de la ciencia y de la técnica servirían para matarnos mejor los unos a los otros, los seres humanos? ¿No es acaso cierta y visible la ostensible descompensación entre tan briosos adelantos y los atrasos y la precariedad en valores?..
Los tiempos realmente son de agotamiento de la capacidad de asombro.
* Estuve allí. He de confesar que dos veces tan sólo, en toda la vida, he asistido a una manifestación de carácter político. Hacia 1970, estando en Venecia –en un viaje a Italia para preparar mi tesis doctoral sobre la naturaleza de las personas jurídicas en la Edad Media-, me metí en una manifestación que ví pasar junto a la biblioteca en que consultaba libros de apoyo a mi tema. Reclamaban algo a voces, aunque no supe bien lo que era.
Eran tiempos autoritarios por acá; no había manifestaciones; me tentó la curiosidad de saber lo que eran por dentro y me sumé sin pensarlo más.
Saciada aquella primera curiosidad, no había vuelto a ninguna otra manifestación por una razón de principio: “no ser hombre de partido” en el sentido antigregario que da Ortega a esa expresión (cfr. No ser hombre de partido, artículo publicado en La Nación, de Buenos Aires, el 15.V.1930, Ver Ideas y creencias, col. Austral nro. 151, pp.181-194).
El domingo pasado sentí algo más que curiosidad y me dí una vuelta, desde Alonso Martínez a Colón –antes de irme un rato al Rastro como suelo hacer si acompaña el tiempo. Fue más que curiosidad como digo: quería ver aquello con mis propios ojos para evadirme de las “milongas” -“milonga”, además de llamarse a la Canción popular propia del Rio de la Plata que se acompaña con la guitarra, tiene también significado de “mentira”- que, ante cosas así, acostumbran a endilgar los habituales temporeros de las falacias o los aviesos colgadores de etiquetas –como “facha” o “carca”- a todo el que no piense como ellos o tenga la osadía de pasar por el campo de visión de sus ojos atravesados.
Y qué fue lo que vi? Mucha gente; muchísima gente; un mar de banderas de España, ni una sola de ningún partido político me dio en los ojos; muchos jóvenes, ellos y ellas; y un grito predominante: “Queremos elecciones ya”.
Después –como de costumbre- la resaca. Las guerras de cifras, al gusto naturalmente del consumidor; las interpretaciones sectarias y sesgadas; las etiquetas de “facha” y “carca” a diestro y siniestro, en boca de gentes que no estuvieron allí pero se lo suponen y prejuzgan, y dictaminan sin el menor rebozo.
En medio de la resaca, bullen las preguntas. ¿Es que, en democracia, pedir “elecciones ya”, en un caso como este, da derecho a que “omecillos” que no se quitan de los labios el “soy demócrata de toda la vida” y sin haber estado “allí”, reviertan hacia otros el insulto que a sí mismos tan bien les cuadra? Es que la “moción de censura” que da acceso al Poder ¿no es una vía excepcional que debe dar paso -lo antes posible- a la normalidad de unas elecciones, que son –en democracia- la única vía legítima de acceso al Poder? No es lo mismo para mí “legalidad” que “legitimidad” y no creo que haya que ser gran jurista para ver la diferencia.
Viene por eso muy a cuento lo de Gracián sobre la sustancia y el modo. “Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y la razón”.
Por cierto, me acabo de quedar helado de asombro ante otro “mal modo”. Con motivo de lla referida manifestación, el gran “Pepiño” –es decir, el inefable don José Blanco, de no muy feliz memoria por cierto en sus fachendas políticas- hacía este comentario en referencia, no a la misma en directo, sino a los asistentes a ella. “Demasiados fachas juntos para tan poca cosa” dice textualmente.
He de presumir que el tal “Pepiño” no estuvo allí esa mañana, porque –de haberlo estado, si -a pesar de ello- dice tan soberbia majadería- la “felonía” contra la verdad y la objetividad sería más clamorosa y estupefaciente aún (anótese, para evitar suspicacias, que “felón”, en el Diccionario, significa “desleal” y que “felonía” es simplemente “deslealtad”; en este caso a la verdad): habría que recordarle en tal caso la ceguera que ya Septimio Severo asignaba a los “que no ven donde hay” y recomendarle un oftalmólogo con urgencia.
Puesto a contestarle, por alusiones, lo único que se me ha ocurrido al oír la tamaña sandez ha sido canturrear la conocida trova gallega del “ai Pepiño, adios”. “Ai Pepiño, adiós, ai Pepiño, adiós; ai Pepiño, por Dios non te vaias; quédate con nos; non te vaias afogar á praia”. Sólo este canturreo se me ocurre para decir que no a este “magnate” de la política española que puede que ande otra vez acopiando méritos para colmar de nuevo sus sueños de gran “estadista”. Puede ser una explicación a esta “salida de madre” o de “pata de banco”, si se prefiere. Que si don Pepiño merece respeto y se lo brindo, a su “boutade”, no.
Anticlericalismo y socialismo. Seguramente, no bajan de veinte las veces que he leído el artículo, de este título, publicado por el sacerdote y socialista navarro Victor Manuel Arbeloa, en Estudios de Deusto –septiembre-diciembre 1972, págInas 403-444. Y ello en aras de hacerme idea y explicarme las razones por las que –a estas alturas de los tiempos, con lo fuerte que ha llovido y lo mucho que ha escampado sobre las “sombras del s. XX”, con la marcha inexorable de la Humanidad hacia posiciones de “entente” y concordia más que de confrontación y guerra, con el vuelco renovador y reformista dado por la Iglesia en su modo y maneras de “estar en el mundo” y particularmente en el arduo paisaje de sus relaciones con la comunidad política-, en algunos sectores del socialismo español, a nada que se urgue o arañe, se sigue notando ese tufillo anticlerical, de enemiga y hasta de revanchismo y sospecha, que –en forma de “tics” y a veces más que de mero “tic” nervioso- se levanta como especie de segunda naturaleza y como si meter los dedos en el ojo de la Iglesia fuera un deber moral del socialismo y parte de su estructura básica. ¿No se les ve, a la mayor parte, tan afanosa predilección?
Dos ideas del ensayo de Arbeloa he de resaltar especialmente; una de la primera página, y otra de la última.
Se inicia el autor remarcando la sorpresa que, ya al comienzo del s. XX. causaban las tácticas beligerantes de algún socialismo, como el francés de entonces, en otros socialismos europeos, de vuelta ya casi todos de unas beligerancias que, si en un momento pudieron tener alguna base, ya no la tenían. Leamos:
“En el nro. 107 (1 de noviembre de 1902) de ‘Le mouvement socialiste’ escribía André Morizet que la idea de interrogar a los principales representantes del Partido socialista internacional sobre las relaciones entre el anticlericalismo y el socialismo habían tenido su origen en las condiciones actuakles políticas de Francia y en la actitud tomada por una porción de socialistas en la lucha li rada por el gobierno francés contra la Iglesia. En numerosas ocasiones, a través de un viaje por Alemania, Morizet veía sorprendido, la sorpresa que entre los socialistas alemanes provocaban las noticias llegadas de Francia sobre las manifestaciones anticlwericales en la plaza de la Concordia o en torno a la estatua de Etienne Dolet, en las que ,uchos socialistas se distinguían poor su entusiasmo. Y siempre escuchaba la misma pregunta: “¿Pero quñé tiene n que ver los socialistas franceses con ese anticlericalismo vulgar?”. De ahí nació la idea de hacer conocer a los socialistas franceses los puntos de vista de sus camaradas alemanes, y no alemanes- Si los lugares y las condiciones históricas son demasiado diferentes para creer que las razones de unos pueden servir de leyes absolutas para los otros, la redacción de la revista piensa que, por encima de estas contingencias, las reglas de acción son, en conjunto y en general, idénticas e invariables para todos los que reivindican la misma doctrina y persiguen el mismo ideal; dentro de este cuadro común, el ejemplo de unos puede corregir las exageraciones de otros”.
En los últimos párrafos del mismo, y a modo de conclusión, se puede observar esta otra idea, complementaria en algún modo de la anterior.
“Ya hace muchos años que Togliatti declaraba que la creencia en la estrecha dependencia de la conciencia religiosa de las condiciones sociales no había resistido a la prueba de la historia. En el llamado “testamento de Yalta” afirmaba que la vieja propaganda atea no servía para nada en las relaciones con los católicos, después de la llegada de Juan XXIII; el mismo problema de la conciencia religiosa, de su contenido, de sus raíces entre las masas y del modo de superarla debía ser planteado de nuevo”.
Me pregunto, a la vista de la evidente persistencia –especie de “segunda naturaleza” como digo- en una parte del actual socialismo español de los “tics” anticlericales al uso, que parece atávico, de unas “izquierdas” tan creídas como desnortadas en ocasiones, si no estaremos en presencia -más que de una tozudez pertinaz de ideologías oxidadas por estancamiento- de un elemental atraso que dice muy poco de ese “progreso” del que dicen, tan enfáticamente, ser abanderados en exclusiva. Me pregunto así mismo si estos paladines de la justicia que llaman social, prenda señera de un socialismo realista y no utópico, tienen cara para seguir mirando a la Iglesia, y sobre todo juzgándola, como si nada hubiera pasado por ella desde la Mirari vos de Gregorio XVI o el Syllabus de Pio IX, en medio del azaroso s. XIX.
¿Se habrán enterado de que esa Iglesia, siendo “la misma”, no es “lo mismo” antes y después del Vaticano II? ¿No se quieren enterar tal vez? Porque, si así fuera, de “progreso” y “vanguardia” nada de nada; y de esa “justicia social”, de que tanto se ufanan como si fueran sus inventores –que no lo son-, menos aún.
¿No estaremos de nuevo ante “los modos” que pueden gastar “hasta la justicia y la razón” cuando pretenden alzarse sobre la sustancia y la verdad?
Si “anticlericalismo” ha sido históricamente reacción frente a “clericalismo”; si un “clericalismo” abusivo ha tenido vigencias dentro de la Iglesia (lo que no se puede negar), y causado arrugas y malformaciones en su rostro que desdicen de las esencias de cristianas, verdad es que ahora, aunque puedan pervivir aún especimenes “supremacistas” en ella, no dejarán de ser excepciones que confirman la regla, y como tales, si se obra con justicia, se han de tratar. Y la regla hoy es una Iglesia de “clero” y de “pueblo”, de la mano, proyectándose hacia una liberación integral del hombre; abierta a una laicidad sin reservas porque es parte de su patrimonio radical; y con voluntad –no deseo tan sólo- y a la vez con derecho a “estar en el mundo” en el sitio que es el suyo, sin afanes de dominio y con respeto a los demás espacios autónomos de Poder.
No hace tanto y más de una vez ha mandado el papa Francisco al clero católico apearse resueltamente de todo “clericalismo”. Y cuando en el nuevo Derecho canónico –el acomodado a las doctrinas del Vaticano II- se le inserta un apartado con enunciado de los “derechos fundamentales del fiel” no se queda el prescripto en un adorno retórico y de propaganda barata; se proclaman principios generales y programáticos, de valor y jerarquía jurídica superior a cualquier otra norma de procedencia subordinada, aunque viniere del Papa o los Obispos.
Rememoremos vestigios históricos que, antes -y al margen incluso- del cristianismo, abonan creencias básicas y perennes de la condición humana. Las “leyes no escritas de los dioses”, por ejemplo, con que Antígona encara el despotismo del tirano de Tebas, Creonte, en la tragedia de Sófocles, se vuelven sintomáticas de esta verdad. Y los apóstoles se lo sabían de memoria cuando proclamaban la necesidad vital de “obedecer a Dios antes que a los hombres”.
+++++
“Fuerte es la verdad, valiente la razón, poderosa la justicia, pero sin un buen modo todo se desluce, así como con él todo se adelanta… Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y la razón”. Este atinado realce de Baltasar Gracián vale para todo, desde la política o la religión hasta el deporte y los negocios. Y, por su parte, los “tics” de los clericalismos como de los anticlericalismos, a más de evocar -en personas adultas- sedimentos neuróticos de cariz obsesivo, desdicen de una sociedad sólida, solvente y seria.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
“¿Tiene futuro la verdad?... La verdad, creo, tiene futuro. Que lo tenga también el hombre está mucho menos claro. Pero no puedo evitar un presentimiento en cuanto a cuál de los dos es más importante” (George Steiner, Nostalgia del Absoluto, Siruela Madrid 2001, pp. 111, 132)
Estos apuntes previos a mis reflexiones de hoy pueden muy bien servir, en la hora presente –creo yo-, para no dejarse embaucar por las malicias o estupideces que, con aire de suficiencias imaginadas, se ven salir -cada día y cada hora- de labios de “personajillos” –no llegan a más- empeñados en hacer creer a los idiotas complacientes que “dos y dos son tres”, o “que los gatos no hacen “miau” y dicen “yes”, como jocosamente receta una de las versiones típicas del llamado “reino del revés”.
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“O tempora! O mores!” -¡qué tiempos y qué costumbres!-, que dijera el gran tribuno Cicerón en su lucha contra las corrupciones de su tiempo, que -con una cierta sorna e ironía- se viene repitiendo como exclamación para criticar actitudes de ostensible abuso o de peregrinas salidas de “pata de banco”.
Tiempos desencantados y vulgares… Horas y días calientes… De acentos agudos… De intermitentes hervores y recalentones… De estupefacientes juegos de palabras… De pos-modernidad, de pos-verdad…. Tiempos acelerados como nunca lo han sido… De incertezas…. De relativismos liquidadores y deconstructores… De filosofías al servicio del capricho, la oscuridad y casi siempre la mala fe… De sequía de los valores y de vigencia pertinaz del sucedáneo… Tiempos de fuego y de heladas a la vez…. Tiempos sombríos en que la verdad y la luz, la justicia y la razón, el amor y el respeto se trapichean y se negocian por las esquinas como si de baratijas, o menos, se tratara….
Hace bastantes años -porque la cosa viene de lejos- a una conferencia dada en Palma de Mallorca le puse por título este interrogante: ¿Es moderna la modernidad?. La idea no era del todo mía. sino deducida de las páginas del librito de Reinhart Koselleck, Aceleración, prognosis y secularización (Valencia, 2003). Y la aceleración no ha concluido sino que aumenta y de qué manera.
Hoy me sigo haciendo la misma pregunta y pienso –con fundamento, supongo- que bastante gente se la hace también a la vista de la fluidez de los actuales tiempos líquidos y gaseosos; a pesar de tantos adelantos de la ciencia y la técnica, o tal vez por eso. ¿No es de Voltaire el augurio de que los adelantos de la ciencia y de la técnica servirían para matarnos mejor los unos a los otros, los seres humanos? ¿No es acaso cierta y visible la ostensible descompensación entre tan briosos adelantos y los atrasos y la precariedad en valores?..
Los tiempos realmente son de agotamiento de la capacidad de asombro.
* Estuve allí. He de confesar que dos veces tan sólo, en toda la vida, he asistido a una manifestación de carácter político. Hacia 1970, estando en Venecia –en un viaje a Italia para preparar mi tesis doctoral sobre la naturaleza de las personas jurídicas en la Edad Media-, me metí en una manifestación que ví pasar junto a la biblioteca en que consultaba libros de apoyo a mi tema. Reclamaban algo a voces, aunque no supe bien lo que era.
Eran tiempos autoritarios por acá; no había manifestaciones; me tentó la curiosidad de saber lo que eran por dentro y me sumé sin pensarlo más.
Saciada aquella primera curiosidad, no había vuelto a ninguna otra manifestación por una razón de principio: “no ser hombre de partido” en el sentido antigregario que da Ortega a esa expresión (cfr. No ser hombre de partido, artículo publicado en La Nación, de Buenos Aires, el 15.V.1930, Ver Ideas y creencias, col. Austral nro. 151, pp.181-194).
El domingo pasado sentí algo más que curiosidad y me dí una vuelta, desde Alonso Martínez a Colón –antes de irme un rato al Rastro como suelo hacer si acompaña el tiempo. Fue más que curiosidad como digo: quería ver aquello con mis propios ojos para evadirme de las “milongas” -“milonga”, además de llamarse a la Canción popular propia del Rio de la Plata que se acompaña con la guitarra, tiene también significado de “mentira”- que, ante cosas así, acostumbran a endilgar los habituales temporeros de las falacias o los aviesos colgadores de etiquetas –como “facha” o “carca”- a todo el que no piense como ellos o tenga la osadía de pasar por el campo de visión de sus ojos atravesados.
Y qué fue lo que vi? Mucha gente; muchísima gente; un mar de banderas de España, ni una sola de ningún partido político me dio en los ojos; muchos jóvenes, ellos y ellas; y un grito predominante: “Queremos elecciones ya”.
Después –como de costumbre- la resaca. Las guerras de cifras, al gusto naturalmente del consumidor; las interpretaciones sectarias y sesgadas; las etiquetas de “facha” y “carca” a diestro y siniestro, en boca de gentes que no estuvieron allí pero se lo suponen y prejuzgan, y dictaminan sin el menor rebozo.
En medio de la resaca, bullen las preguntas. ¿Es que, en democracia, pedir “elecciones ya”, en un caso como este, da derecho a que “omecillos” que no se quitan de los labios el “soy demócrata de toda la vida” y sin haber estado “allí”, reviertan hacia otros el insulto que a sí mismos tan bien les cuadra? Es que la “moción de censura” que da acceso al Poder ¿no es una vía excepcional que debe dar paso -lo antes posible- a la normalidad de unas elecciones, que son –en democracia- la única vía legítima de acceso al Poder? No es lo mismo para mí “legalidad” que “legitimidad” y no creo que haya que ser gran jurista para ver la diferencia.
Viene por eso muy a cuento lo de Gracián sobre la sustancia y el modo. “Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y la razón”.
Por cierto, me acabo de quedar helado de asombro ante otro “mal modo”. Con motivo de lla referida manifestación, el gran “Pepiño” –es decir, el inefable don José Blanco, de no muy feliz memoria por cierto en sus fachendas políticas- hacía este comentario en referencia, no a la misma en directo, sino a los asistentes a ella. “Demasiados fachas juntos para tan poca cosa” dice textualmente.
He de presumir que el tal “Pepiño” no estuvo allí esa mañana, porque –de haberlo estado, si -a pesar de ello- dice tan soberbia majadería- la “felonía” contra la verdad y la objetividad sería más clamorosa y estupefaciente aún (anótese, para evitar suspicacias, que “felón”, en el Diccionario, significa “desleal” y que “felonía” es simplemente “deslealtad”; en este caso a la verdad): habría que recordarle en tal caso la ceguera que ya Septimio Severo asignaba a los “que no ven donde hay” y recomendarle un oftalmólogo con urgencia.
Puesto a contestarle, por alusiones, lo único que se me ha ocurrido al oír la tamaña sandez ha sido canturrear la conocida trova gallega del “ai Pepiño, adios”. “Ai Pepiño, adiós, ai Pepiño, adiós; ai Pepiño, por Dios non te vaias; quédate con nos; non te vaias afogar á praia”. Sólo este canturreo se me ocurre para decir que no a este “magnate” de la política española que puede que ande otra vez acopiando méritos para colmar de nuevo sus sueños de gran “estadista”. Puede ser una explicación a esta “salida de madre” o de “pata de banco”, si se prefiere. Que si don Pepiño merece respeto y se lo brindo, a su “boutade”, no.
Anticlericalismo y socialismo. Seguramente, no bajan de veinte las veces que he leído el artículo, de este título, publicado por el sacerdote y socialista navarro Victor Manuel Arbeloa, en Estudios de Deusto –septiembre-diciembre 1972, págInas 403-444. Y ello en aras de hacerme idea y explicarme las razones por las que –a estas alturas de los tiempos, con lo fuerte que ha llovido y lo mucho que ha escampado sobre las “sombras del s. XX”, con la marcha inexorable de la Humanidad hacia posiciones de “entente” y concordia más que de confrontación y guerra, con el vuelco renovador y reformista dado por la Iglesia en su modo y maneras de “estar en el mundo” y particularmente en el arduo paisaje de sus relaciones con la comunidad política-, en algunos sectores del socialismo español, a nada que se urgue o arañe, se sigue notando ese tufillo anticlerical, de enemiga y hasta de revanchismo y sospecha, que –en forma de “tics” y a veces más que de mero “tic” nervioso- se levanta como especie de segunda naturaleza y como si meter los dedos en el ojo de la Iglesia fuera un deber moral del socialismo y parte de su estructura básica. ¿No se les ve, a la mayor parte, tan afanosa predilección?
Dos ideas del ensayo de Arbeloa he de resaltar especialmente; una de la primera página, y otra de la última.
Se inicia el autor remarcando la sorpresa que, ya al comienzo del s. XX. causaban las tácticas beligerantes de algún socialismo, como el francés de entonces, en otros socialismos europeos, de vuelta ya casi todos de unas beligerancias que, si en un momento pudieron tener alguna base, ya no la tenían. Leamos:
“En el nro. 107 (1 de noviembre de 1902) de ‘Le mouvement socialiste’ escribía André Morizet que la idea de interrogar a los principales representantes del Partido socialista internacional sobre las relaciones entre el anticlericalismo y el socialismo habían tenido su origen en las condiciones actuakles políticas de Francia y en la actitud tomada por una porción de socialistas en la lucha li rada por el gobierno francés contra la Iglesia. En numerosas ocasiones, a través de un viaje por Alemania, Morizet veía sorprendido, la sorpresa que entre los socialistas alemanes provocaban las noticias llegadas de Francia sobre las manifestaciones anticlwericales en la plaza de la Concordia o en torno a la estatua de Etienne Dolet, en las que ,uchos socialistas se distinguían poor su entusiasmo. Y siempre escuchaba la misma pregunta: “¿Pero quñé tiene n que ver los socialistas franceses con ese anticlericalismo vulgar?”. De ahí nació la idea de hacer conocer a los socialistas franceses los puntos de vista de sus camaradas alemanes, y no alemanes- Si los lugares y las condiciones históricas son demasiado diferentes para creer que las razones de unos pueden servir de leyes absolutas para los otros, la redacción de la revista piensa que, por encima de estas contingencias, las reglas de acción son, en conjunto y en general, idénticas e invariables para todos los que reivindican la misma doctrina y persiguen el mismo ideal; dentro de este cuadro común, el ejemplo de unos puede corregir las exageraciones de otros”.
En los últimos párrafos del mismo, y a modo de conclusión, se puede observar esta otra idea, complementaria en algún modo de la anterior.
“Ya hace muchos años que Togliatti declaraba que la creencia en la estrecha dependencia de la conciencia religiosa de las condiciones sociales no había resistido a la prueba de la historia. En el llamado “testamento de Yalta” afirmaba que la vieja propaganda atea no servía para nada en las relaciones con los católicos, después de la llegada de Juan XXIII; el mismo problema de la conciencia religiosa, de su contenido, de sus raíces entre las masas y del modo de superarla debía ser planteado de nuevo”.
Me pregunto, a la vista de la evidente persistencia –especie de “segunda naturaleza” como digo- en una parte del actual socialismo español de los “tics” anticlericales al uso, que parece atávico, de unas “izquierdas” tan creídas como desnortadas en ocasiones, si no estaremos en presencia -más que de una tozudez pertinaz de ideologías oxidadas por estancamiento- de un elemental atraso que dice muy poco de ese “progreso” del que dicen, tan enfáticamente, ser abanderados en exclusiva. Me pregunto así mismo si estos paladines de la justicia que llaman social, prenda señera de un socialismo realista y no utópico, tienen cara para seguir mirando a la Iglesia, y sobre todo juzgándola, como si nada hubiera pasado por ella desde la Mirari vos de Gregorio XVI o el Syllabus de Pio IX, en medio del azaroso s. XIX.
¿Se habrán enterado de que esa Iglesia, siendo “la misma”, no es “lo mismo” antes y después del Vaticano II? ¿No se quieren enterar tal vez? Porque, si así fuera, de “progreso” y “vanguardia” nada de nada; y de esa “justicia social”, de que tanto se ufanan como si fueran sus inventores –que no lo son-, menos aún.
¿No estaremos de nuevo ante “los modos” que pueden gastar “hasta la justicia y la razón” cuando pretenden alzarse sobre la sustancia y la verdad?
Si “anticlericalismo” ha sido históricamente reacción frente a “clericalismo”; si un “clericalismo” abusivo ha tenido vigencias dentro de la Iglesia (lo que no se puede negar), y causado arrugas y malformaciones en su rostro que desdicen de las esencias de cristianas, verdad es que ahora, aunque puedan pervivir aún especimenes “supremacistas” en ella, no dejarán de ser excepciones que confirman la regla, y como tales, si se obra con justicia, se han de tratar. Y la regla hoy es una Iglesia de “clero” y de “pueblo”, de la mano, proyectándose hacia una liberación integral del hombre; abierta a una laicidad sin reservas porque es parte de su patrimonio radical; y con voluntad –no deseo tan sólo- y a la vez con derecho a “estar en el mundo” en el sitio que es el suyo, sin afanes de dominio y con respeto a los demás espacios autónomos de Poder.
No hace tanto y más de una vez ha mandado el papa Francisco al clero católico apearse resueltamente de todo “clericalismo”. Y cuando en el nuevo Derecho canónico –el acomodado a las doctrinas del Vaticano II- se le inserta un apartado con enunciado de los “derechos fundamentales del fiel” no se queda el prescripto en un adorno retórico y de propaganda barata; se proclaman principios generales y programáticos, de valor y jerarquía jurídica superior a cualquier otra norma de procedencia subordinada, aunque viniere del Papa o los Obispos.
Rememoremos vestigios históricos que, antes -y al margen incluso- del cristianismo, abonan creencias básicas y perennes de la condición humana. Las “leyes no escritas de los dioses”, por ejemplo, con que Antígona encara el despotismo del tirano de Tebas, Creonte, en la tragedia de Sófocles, se vuelven sintomáticas de esta verdad. Y los apóstoles se lo sabían de memoria cuando proclamaban la necesidad vital de “obedecer a Dios antes que a los hombres”.
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“Fuerte es la verdad, valiente la razón, poderosa la justicia, pero sin un buen modo todo se desluce, así como con él todo se adelanta… Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y la razón”. Este atinado realce de Baltasar Gracián vale para todo, desde la política o la religión hasta el deporte y los negocios. Y, por su parte, los “tics” de los clericalismos como de los anticlericalismos, a más de evocar -en personas adultas- sedimentos neuróticos de cariz obsesivo, desdicen de una sociedad sólida, solvente y seria.
SANTIAGO PANIZO ORALLO