Claves ecuménicas del viaje papal a Rumanía Pedro Langa: "La unidad que Francisco busca no es institucional, ni pretende reunir a todos los cristianos bajo la etiqueta de católicos, sino que todos se reconozcan como cristianos"
"Francisco ahora ha podido invitar a la unidad eclesial y al diálogo fraterno en Bucarest, Iasi, Sumuleu Ciuc y Blaj"
"La entera Ortodoxia está precisamente ahora para pocos trotes después de lo del cisma entre Moscú y Constantinopla"
El papa Francisco ha visitado de un tiempo a esta parte varios países de mayoría ortodoxa: Bosnia-Herzegovina (abril-2015), Armenia (junio-2016), Georgia (octubre-2016), Bulgaria y Macedonia del Norte (mayo-2019). A ellos se une ahora Rumanía (31 de mayo-2 de junio de 2019), 30º viaje internacional. Todos en línea con su empeño apostólico por el diálogo interreligioso y ecuménico.
Rumanía registra un 97% de cristianos, cuyo 85% son ortodoxos y el 7,4% católicos (de tradiciones latina y bizantina), o sea, cerca de 1,4 millones, comprendidos 200.000 de la Iglesia greco-católica. La rumana es la segunda de las Iglesias autocéfalas, sólo por detrás de la Iglesia ortodoxa rusa.
Ya san Juan Pablo II viajó del 7 al 9 de mayo de 1999 a Bucarest invocando el don de la unidad. Para los greco-católicos significó el reconocimiento de su sacrificio bajo el régimen comunista, por fieles a la Santa Sede. Francisco ahora ha podido invitar a la unidad eclesial y al diálogo fraterno en Bucarest, Iasi, Sumuleu Ciuc y Blaj. Las relaciones con la Ortodoxia rumana, hoy dirigida por el patriarca Daniel, están mayormente marcadas -no sin dificultades- por el diálogo con que superar las heridas abiertas por el régimen comunista, incluido el viejo asunto de la restitución a la Iglesia greco-católica de las propiedades eclesiásticas (unas 2.600), objeto de expolio a favor de la Iglesia ortodoxa o el Estado.
Recuerdo del viaje entre Juan Pablo II y Teoctist
Las buenas relaciones actuales empezaron a raíz del citado viaje apostólico de san Juan Pablo II y después de la histórica reunión con el patriarca Teoctist, sellada con la firma de una declaración conjunta, a la que siguió en febrero del 2000 la pública petición de perdón del mismo Patriarca por los males infligidos en el pasado a los rumanos greco-católicos. San Juan Pablo II las fomentó en el 2000 mediante la carta apostólica para el III Centenario de la Unión de la Iglesia Católica Griega de Rumanía con la Iglesia de Roma, sancionada el 7 de mayo de 1700 por el Consejo de Alba Iulia, documento en el que se precisa que entre los «méritos» particulares de dicha Iglesia sobresale precisamente «haber mediado entre Oriente y Occidente» comunicando a todo el catolicismo los valores del Oriente cristiano».
El cardenal polaco Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia, alentó estos progresos con su visita de 2011 a Rumanía. Y en 2017, les dio nuevo impulso la reunión del patriarca Daniel con el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, cuando éste visitó el país. Daniel III, de 67 años, sexto patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana, fue elegido el 12 de septiembre y entronizado el 30 de ese mismo mes de 2007 como arzobispo de Bucarest y Metropolita de Muntenia y Dobrudgea. Había sido antes Metropolita de Moldavia y Bucovina.
«Expresamos el deseo de servir a la Iglesia. Teoctist dejó una herencia luminosa, rica, que debemos cultivar»: fueron sus primeras palabras como patriarca. Entre los momentos más significativos del viaje papal destaca precisamente el encuentro de Francisco –viernes 31 de mayo, a las 16:15h- con Daniel y el Sínodo Permanente de la Iglesia ortodoxa rumana, a quienes dirigió un discurso, rezando luego juntos el Padrenuestro en la nueva catedral ortodoxa. Es asimismo digna de nota la celebración el domingo 2 de junio en Blaj de la Misa de beatificación de 7 obispos mártires greco-católicos, torturados entre 1950-1970 bajo el régimen comunista.
El decreto de martirio de la Congregación para las Causas de los Santos dando luz verde a la beatificación de Valeriu Traian Frențiu, Vasile Aftenie, Ioan Suciu, Tit Liviu Chinezu, Ioan Bălan, Alexandru Rusu y Iuliu Hossu fue promulgado por Francisco el 19 de marzo del 2019. Y el 25 la Santa Sede fijó como fecha del acto el 2 de junio del 2019, en el Campo de la Libertad de Blaj.
Vivían allá por el 1945 en Rumanía un millón y medio de católicos de rito oriental, Iglesia viva y pujante que había vuelto a la unidad con Roma en 1698. Al cabo de la Segunda Guerra Mundial, Rumanía cae bajo la Unión Soviética y el Partido Comunista Rumano, marxista-leninista, llega al Gobierno el 30 de diciembre de 1947. A partir de entonces empezó el calvario: la Iglesia greco-católica pasó a ser «ilegal»; y sus propiedades, confiscadas. Las autoridades comunistas, con la connivencia de la jerarquía ortodoxa, decidieron suprimir esta Iglesia siguiendo órdenes de Moscú. Todos los países comunistas pretendían separar a los católicos del Papa. Estos siete obispos greco-católicos -matícese- son sólo algunos de los muchos cristianos rumanos -obispos, sacerdotes y laicos-, que merecieron la corona del martirio.
"Caminamos juntos"
El papa Francisco escribió en Tweets que su propósito no era sino viajar «como peregrino, para caminar junto con los hermanos de la Iglesia ortodoxa rumana y los fieles católicos». Lo explicaría más tarde: «Caminamos juntos cuando aprendemos a custodiar nuestras raíces y nuestra familia, cuando cuidamos el futuro de nuestros hijos y del hermano que está a nuestro lado, cuando vamos más allá de los miedos y las sospechas, cuando dejamos caer las barreras que nos separan de los demás».
Dijo también que emprendía este viaje para reiterar su voluntad de diálogo con los ortodoxos, recordar la represión soviética y mostrar su cercanía al pueblo gitano. Recibido en el aeropuerto de Bucarest por el presidente Klaus Iohannis, recordó el que 20 años atrás había efectuado san Juan Pablo II, primer pontífice en visitar un país de mayoría ortodoxa, hoy de 20 millones de habitantes y un mosaico de religiones y lenguas, con 18 minorías oficialmente reconocidas.
Este de ahora tuvo su carácter más ecuménico el viernes, cuando Francisco, como antes he dicho, se reunió en privado con el patriarca Daniel y el Sínodo permanente de la iglesia ortodoxa. Rezaron juntos el Padrenuestro en la nueva catedral ortodoxa de la capital, uno en latín y el otro en rumano.
Entiendo, pues, que los ortodoxos rumanos, y cualesquiera otros ortodoxos, se equivocan de medio a medio suponiendo que el Papa quiera latinizarlos. «La unidad que Francisco busca no es institucional, ni pretende reunir a todos los cristianos bajo la etiqueta de católicos, sino que todos se reconozcan como cristianos». Francisco recorrió el viernes las calles de Bucarest en un papamóvil hasta la catedral católica de San José, donde ofició una misa al final del día. Rumania estableció relaciones diplomáticas con la Santa Sede en 1920, pero los vínculos se rompieron tras la Segunda Guerra Mundial, con la llegada de los comunistas al poder.
Derrocamiento de Ceaucescu
Esa comunidad minoritaria se integró a partir de 1948 en la iglesia ortodoxa y desapareció oficialmente. Varios sacerdotes y fieles fueron encarcelados y algunos ejecutados. Muchos, sin embargo, conservaron sus ritos en secreto hasta el derrocamiento del líder comunista Nicolás Ceausescu en 1989. Turbulentos días aquellos. Faltaban unas horas para la Nochebuena. Entendí que era el caso de aparcar el típico christmas postal y descolgar, más bien, el teléfono para felicitar a mi amigo el Rdo. P. Teofil Moldovan, responsable entonces de la comunidad ortodoxa rumana en España. No he olvidado todavía una de sus frases: «Hoy en mi país, querido Pedro, más que Nochebuena es un Viernes Santo».
Para honrar su memoria, el Papa llevó a cabo el domingo en Blaj la beatificación de estos siete obispos greco-católicos, detenidos y torturados por agentes de aquel régimen atroz del 1948 y muertos en total aislamiento. Otra circunstancia importante fue la misa del sábado en el santuario de Sumuleu-Ciuc, Transilvania, ante 200.000 personas, como un reconocimiento de la identidad húngara de esta región con veleidades autonomistas. El Papa completó su viaje visitando a la comunidad romaní, el pueblo gitano residente en el distrito de Barbu Lautaru de Blaj.
Rumanía es -no lo perdamos de vista- el país más grande de los Balcanes, víctima de una gran pobreza. Cuando lo visitó san Juan Pablo II, fue recibido como un héroe por su papel en la caída del comunismo. Todo el mundo recuerda, por otra parte, el apoteósico final de una misa en Bucarest, cuando la multitud gritó «¡unidad! ¡unidad!»
Francisco ha viajado ahora en busca de concordia con los ortodoxos. Y con este lema en las alforjas: «Caminemos juntos». Si el de san Juan Pablo II, primer pontífice que lo hacía desde el cisma del 1054 entre Roma y Bizancio, fue sólo a Bucarest -condición entonces impuesta por el Patriarcado-, Francisco, en cambio, ha podido recorrer en tres días buena parte de la nación. Y dispensar amor y cercanía a los dos grupos étnicos minoritarios más importantes: húngaros y romaníes, ese pueblo gitano que no se cansó de esperar impaciente la visita del Papa defensor de los pobres y discriminados.
Superar la cultura del odio
El punto culminante fue la misa al aire libre celebrada el sábado en una región rural del centro-oeste, capital de la minoría húngara. Más de 110.000 personas asistieron a ella en el santuario mariano de Sumuleu Ciuc (centro), importante lugar de peregrinación católica. Francisco, por cierto, dispensó, ya digo, fino trato a los 200.000 greco-católicos de rito bizantino, residentes la mayoría en Transilvania (centro). Son producto de una escisión dentro de la Ortodoxia que se remonta a finales del siglo XVII, cuando esa zona montañosa formaba parte del Imperio Austrohúngaro. Francisco, que había aterrizado en Bucarest, «isla» latina en «un mar eslavo» dominado por la Ortodoxia mundial, regresó a Roma desde Sibiu, no sin haber antes dejado mensajes escuetos y profundos como los de superar la cultura del odio o el de provocar la revolución de la ternura.
Sus últimas horas en suelo rumano dejaron este regalo a los romaníes: «Llevo un peso en el corazón. Es el peso de las discriminaciones, de las segregaciones y de los maltratos que han sufrido vuestras comunidades. La historia nos dice que también los cristianos, también los católicos, no son ajenos a tanto mal. Quisiera pedir perdón por esto. Pido perdón —en nombre de la Iglesia al Señor y a vosotros— por todo lo que a lo largo de la historia, os hemos discriminado, maltratado o mirado de forma equivocada, con la mirada de Caín y no con la de Abel, y no fuimos capaces de reconoceros, valoraros y defenderos en vuestra singularidad […] No somos en el fondo cristianos, ni siquiera humanos, si no sabemos ver a la persona antes que sus acciones, antes que nuestros juicios y prejuicios».
«Superemos los temores y las sospechas, eliminemos las barreras que nos separan», había pedido en el video previo al viaje. Se comprende una vez sabido que en los últimos años ha crecido en Rumanía la línea conservadora, obstinadamente contraria a las propuestas ecuménicas de este Papa. Ojalá el viaje sirva para reconocer su error. No sería poco, máxime habida cuenta de que la entera Ortodoxia está precisamente ahora para pocos trotes después de lo del cisma entre Moscú y Constantinopla.