Este antiguo alto mando del KGB soviético arrastra de lejos sus descabelladas pretensiones de guerra "Europa es una piltrafa y Putin lo sabe"
Es también, en el fondo, una guerra contra los medios de comunicación, ya que se están cerrando redes informáticas presuntamente dedicadas a desinformar, confundir, tergiversar.
En un comunicado, el máximo responsable de la Agencia de la ONU para los Refugiados también pedía que se garantice la seguridad y el acceso de sus efectivos en Ucrania con el fin de poder continuar su asistencia humanitaria a desplazados y refugiados.
A uno le queda la sensación de que la parte más destacable de esta guerra sucia la están afrontando con sus anchas espaldas las sufridas gentes de a pie de los países vecinos.
A uno le queda la sensación de que la parte más destacable de esta guerra sucia la están afrontando con sus anchas espaldas las sufridas gentes de a pie de los países vecinos.
La frase es del escritor y periodista y miembro de la Real Academia Española, Arturo Pérez-Reverte, en la noche del 25 de febrero de 2022 a través de su perfil de Twitter: «Chicos y chicas valientes mueren otra vez, combatiendo solos y sin esperanza ante profesionales de la guerra. Europa es una piltrafa y Putin lo sabe. En unas semanas, quienes hoy lo critican negociarán sobre hechos consumados. "Hemos conseguido la paz", dirán. Y hasta la próxima».
La verdad es que la guerra que ahora mismo se libra en Ucrania va dejando a su paso pocas cosas en pie. El esquizofrénico inquilino del Kremlin está reduciendo Mariúpol a una descomunal putimorgue, como años atrás ocurrió a tantas ciudades de Siria. Y no contento con eso, hace además claudicar, vez tras vez, en su honorabilidad a los principales políticos europeos que se le acercan sobreabundantes de blablablá. Porque este antiguo alto mando del KGB soviético arrastra de lejos sus descabelladas pretensiones de guerra. Todavía recuerdo cuando escribí «Dios salve a Ucrania»: Religión Digital: 14.4.2016) aludiendo a su afán de refundar la Unión Soviética.
Lástima que la diplomacia europea esté, la pobre, para pocos trotes. De ahí que los encuentros online con el megalómano de Moscú hayan solido terminar hasta la fecha en cínicas putinadas. Es también, en el fondo, una guerra contra los medios de comunicación, ya que se están cerrando redes informáticas presuntamente dedicadas a desinformar, confundir, tergiversar. Los rusos ni siquiera han respetado a menudo su palabra -¿la tienen?- en lo de los corredores humanitarios.
Por otra parte, las autoridades rusas no hacen más que amenazar a empresas y compañías extranjeras con arrestos y embargos de activos, según informa 'Wall Street Journal'. En las amenazas van incluidas empresas como Coca-Cola, McDonald's, IBM, Procter & Gamble y Yum Brands, que es la matriz de las cadenas de KFC y Pizza Hut.
Las advertencias -según se ha podido saber en Estados Unidos- han llevado al menos a una de las empresas en el punto de mira a limitar las comunicaciones entre su negocio ruso y el resto de la empresa, por miedo a que intercepten correos o mensajes de texto entre trabajadores.
La oficina de derechos humanos de la ONU recordó a las autoridades de Rusia que cualquier ataque contra civiles e infraestructuras civiles, los bombardeos en ciudades y pueblos y otras formas de ataques indiscriminados están prohibidos por el derecho internacional y pueden constituir crímenes de guerra. Otra que tal va: palabras, y nada más que palabras.
La portavoz de la oficina, Liz Throssell, dijo y volvió a decir que los civiles en Ucrania «están muriendo y quedando mutilados en lo que parecen ser ataques indiscriminados, en los que las fuerzas rusas utilizan armas explosivas con efectos de amplio alcance en zonas pobladas o cerca de ellas».
Hablamos de misiles, proyectiles de artillería pesada y cohetes, así como ataques aéreos, además de «informaciones creíbles» de que Rusia ha utilizado bombas de racimo-en varias zonas pobladas. La ONU tendría que impedir semejantes atropellos y parar en seco tales abusos, pero ya se ve que no es su propósito llegar a tanto.
Se dice, sí, que en sesión extraordinaria de emergencia, la Asamblea General de la ONU aprobó el miércoles 2 de marzo una resolución que condena la invasión rusa de Ucrania. El documento, según las agencias, fue ratificado por 141 de los 193 países miembro de Naciones Unidas.
El texto «deplora» la agresión rusa contra Ucrania y «demanda» a Moscú que ponga fin y retire inmediatamente y sin condiciones sus tropas del país vecino. Pero la resolución no tiene carácter vinculante. O sea, que no sirve para nada. Dicho con palabras de Pérez-Reverte sobre Europa: que la ONU es otra piltrafa.
La ONU trabaja para la gestión de un enorme flujo de refugiados ucranianos hacia sus países vecinos tras la operación militar a gran escala con la que Rusia comenzó a invadir Ucrania. El Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) calcula que entre uno y cinco millones de personas podrían escapar de los ataques rusos y buscar refugio en sus países vecinos.
El más afectado, según este organismo de Naciones Unidas, sería Polonia, a donde podrían llegar hasta tres millones de refugiados en los próximos días, dependiendo del curso que tomen los combates y de si, finalmente, las tropas rusas toman Kiev, la capital, y deponen al Gobierno ucraniano, elegido democráticamente.
En un comunicado, el máximo responsable de la Agencia de la ONU para los Refugiados también pedía que se garantice la seguridad y el acceso de sus efectivos en Ucrania con el fin de poder continuar su asistencia humanitaria a desplazados y refugiados. Son peticiones, a fin de cuentas, con un tono de súplica que el mandatario del Kremlin se las pasa por donde no digo. Lo que en definitiva sale a la luz es el rápido deterioro de la situación y que las consecuencias de la guerra en las poblaciones civiles son devastadoras. En una guerra, la que sea, no hay ganadores sino incontables vidas destrozadas, miseria y muerte.
Después de todo, a uno le queda la sensación de que la parte más destacable de esta guerra sucia la están afrontando con sus anchas espaldas las sufridas gentes de a pie de los países vecinos -a veces no tan vecinos, v.gr. España-.
Esos que, de pronto, se levantan un día de buen ánimo por la mañana y con otros conocidos y amigos de generoso corazón organizan una especie de modesta ONG y se lanzan a la carretera para cubrir kilómetros y kilómetros hasta el lugar del conflicto.
Y, una vez allí, se preocupan de sacar de aquel infierno a cuantos se pueda para devolverles la libertad, darles acomodo, y prestarles los primeros auxilios lejos del lúgubre sonido de las sirenas de alarma, de los bombardeos, de los misiles, de las balas y demás instrumental de muerte.
Gestos así son Evangelio puro, Iglesia en salida y entrada: salida del horror y entrada en el sosiego. Lo demás, mire usted, no pasa de vainas y palabrería hueca de la OTAN, de la ONU, y de tantos organismos bien dotados de siglas, pero que luego no sirven para nada, ni siquiera para suministrarte alforjas de viaje. O sea, organizaciones de mucho boato, mucho dinero, mucha promesa y nula eficacia. También estos organismos, en consecuencia, pueden ser, a la postre, una piltrafa.
No lo sería la ONU, si, cuando se normalicen las cosas, fuera capaz, por ejemplo, de sentar al megalómano del Kremlin en el banquillo del Tribunal Penal Internacional de Justicia, que tiene su sede -¡ironías de la lengua!-en el Palacio de la Paz, en la Haya.