Servidor y promotor del «vibrante movimiento ecuménico»
Conocí a S.T.S. Bartolomé I en Fanar (Estambul) […] durante la audiencia que Demetrio I nos concedió a un numeroso grupo de ecumenistas, viajeros aquellos días por tierras de la Ortodoxia. Era el 11 de julio de 1981 y los ortodoxos celebraban ese día la fiesta de la virgen y mártir santa Eufemia de Calcedonia.
Su discurso en el acto académico de Salamanca es una bien trabada pieza oratoria en torno al ecumenismo y fue leído con el aplomo y la vigorosa voz a que nos tiene acostumbrados. Pronunciado en inglés, la «histórica y eminente institución académica» ha tenido el buen gusto, muy de agradecer, de colgar en su portal informático la versión española.
Hoy justamente, cuando estas notas escribo, 2 de noviembre de 2023, se cumplen los treinta y dos años de Patriarca, puesto que su elevación al Santo Trono fue el 2 de noviembre de 1991. Y es el 270.º sucesor de San Andrés, no el 27.º como alguien tiene escrito equivocadamente en Redes.
El brillante historial del Santo Trono pone de manifiesto que durante más de diecisiete siglos, Constantinopla ha facilitado desinteresadamente la causa de la unidad […] «Porque el servicio ecuménico es nada menos que el ADN mismo del Patriarcado Ecuménico» (Bartolomé I).
Constantinopla y Salamanca consiguieron en ese histórico momento de la investidura subir el ecumenismo a las más elevadas cumbres de la cortesía, donde, según el lírico Fray Luis, «vive el contento, reina la paz, y está asentado el Amor sagrado en rico y alto asiento de glorias y deleites rodeado».
Hoy justamente, cuando estas notas escribo, 2 de noviembre de 2023, se cumplen los treinta y dos años de Patriarca, puesto que su elevación al Santo Trono fue el 2 de noviembre de 1991. Y es el 270.º sucesor de San Andrés, no el 27.º como alguien tiene escrito equivocadamente en Redes.
El brillante historial del Santo Trono pone de manifiesto que durante más de diecisiete siglos, Constantinopla ha facilitado desinteresadamente la causa de la unidad […] «Porque el servicio ecuménico es nada menos que el ADN mismo del Patriarcado Ecuménico» (Bartolomé I).
Constantinopla y Salamanca consiguieron en ese histórico momento de la investidura subir el ecumenismo a las más elevadas cumbres de la cortesía, donde, según el lírico Fray Luis, «vive el contento, reina la paz, y está asentado el Amor sagrado en rico y alto asiento de glorias y deleites rodeado».
Constantinopla y Salamanca consiguieron en ese histórico momento de la investidura subir el ecumenismo a las más elevadas cumbres de la cortesía, donde, según el lírico Fray Luis, «vive el contento, reina la paz, y está asentado el Amor sagrado en rico y alto asiento de glorias y deleites rodeado».
Conocí a S.T.S. Bartolomé I en Fanar (Estambul) cuando él era obispo secretario de su santidad Demetrio I y yo profesor de Patrología y Agustinología en el Pontificio Instituto Patrístico Augustinianum de Roma. Fue durante la audiencia que Demetrio I nos concedió a un numeroso grupo de ecumenistas, viajeros aquellos días por tierras de la Ortodoxia bajo la experta dirección de don Julián García Hernando (Cf. Langa, P., «Por tierras de la Ortodoxia [y III]»: Religión y Cultura, 28 [1982] 157-188:179).
Era el 11 de julio de 1981 y los ortodoxos celebraban ese día la fiesta de la virgen y mártir santa Eufemia de Calcedonia. Los estudios cursados por mi joven interlocutor en el Pontificio Instituto Oriental de Roma (Universidad Gregoriana) desde 1963 hasta 1968 facilitaron un magnífico entendimiento en italiano durante aquella distendida conversación que entrambos mantuvimos mientras los componentes del grupo saludaban, de uno en uno, y despacio, a Su Santidad. Conservo vivísimas aquellas horas. De ahí que las recuerde con facilidad cuando tantos habrá, sobre todo en Madrid y Salamanca, que sientan todavía en la nuca el aliento acezante de su visita a España (14-18/10/23).
Histórica ciertamente al ser la primera de un patriarca de Constantinopla a nuestro país, determinada por el 50.º Aniversario de la Santa Iglesia Catedral de los Santos Andrés y Demetrio (Calle Nicaragua, 12 – 28016 Madrid), y por el 20.º de la creación de la Sacra Metrópolis Ortodoxa de España y Portugal.
Días, en este mismo orden de cosas, aprovechados también para un encuentro ecuménico de oración en la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, con el cardenal arzobispo de Madrid, monseñor José Cobo (15); un saludo cordial a su majestad Felipe VI en la Zarzuela (16); la investidura de doctor honoris causa por la Universidad Pontificia de Salamanca (17), y, como despedida antes de volar rumbo al Principado de Mónaco, para la visita del 18 por la mañana a la Conferencia Episcopal Española.
Quiero aquí, sin embargo, limitarme para mayor provecho de los lectores, sólo a su discurso de gracias en el acto académico de Salamanca. Es todo él una bien trabada pieza oratoria en torno al ecumenismo y fue leído con el aplomo y la vigorosa voz a que nos tiene acostumbrados. Pronunciado en inglés, la «histórica y eminente institución académica» ha tenido el buen gusto, muy de agradecer, de colgar en su portal informático la versión española.
1.-Preliminares. Bartolomé I empezó manifestando los íntimos sentimientos -«profundo honor y sincera gratitud»- con que acudía a recibir el doctorado de marras y la síntesis de sus motivos: «en razón de nuestro ministerio intercristiano y nuestra contribución al diálogo ecuménico».
A pesar de lo cual, «nos gustaría -prosiguió luego- llamar su atención no tanto sobre nuestros intereses particulares y logros personales, sino más bien sobre la visión esencial y misión excepcional de la Iglesia de Constantinopla, a la que hemos tenido la suerte de servir durante más de treinta años como su pastor espiritual».
Visión esencial, pues, y misión excepcional de la Iglesia de Constantinopla, o sea del Patriarcado Ecuménico, a cuyo servicio como pastor espiritual lleva ya más de treinta años: digamos, a fuer de preciso, que hoy justamente, cuando estas notas escribo, 2 de noviembre de 2023, se cumplen los treinta y dos años, puesto que su elevación al Santo Trono fue el 2 de noviembre de 1991.
Aclaremos de paso que no es el 27.º sucesor de San Andrés -alguien lo tiene por ahí escrito y estoy a la espera de que cante la palinodia-, sino el 270.º (ducentésimo septuagésimo) Arzobispo de Constantinopla, Nueva Roma, y Patriarca Ecuménico, bajo cuyo título es considerado como primus inter pares -(primero entre iguales) en la Iglesia ortodoxa y el líder espiritual de los ortodoxos todos del mundo, cuya cifra se estima en 300 millones. De modo que, para entendernos, supera con creces al venerable Atenágoras I, cuyo patriarcal servicio discurrió desde 1948 hasta 1972.
2.- El Patriarcado Ecuménico y la unidad. El brillante historial del Santo Trono pone de manifiesto que durante más de diecisiete siglos, Constantinopla ha facilitado desinteresadamente la causa de la unidad canónica entre la familia de Patriarcados hermanos ortodoxos y las Iglesias autocéfalas y, a lo largo del último siglo, también entre confesiones cristianas distanciadas y otras comunidades religiosas, bien por medio del vibrante movimiento ecuménico desde principios hasta mediados del siglo XX, bien a través del vital diálogo interreligioso en la última parte del siglo XX.
El Patriarcado Ecuménico, por otra parte, asumió durante este período una destacada iniciativa y un papel de liderazgo en la creación, configuración, colaboración y mantenimiento de diversas comunidades, incluido el CMI y la Conferencia de Iglesias de Europa. Al mismo tiempo, instituyó y mantuvo también una serie de diálogos bilaterales cruciales, pero desafiantes, con la Iglesia Católica Romana, así como con las Comuniones Anglicana y Reformada, a fin de promover la unidad mutuamente buscada.
Además de estos esfuerzos, estableció debates ecuménicos más amplios con judíos y musulmanes al objeto de promover mayor comprensión y tolerancia mutuas. Estos impulsos todos continúan cercanos y queridos para el corazón y el ministerio de Bartolomé I. Quedaba cumplidamente justificado así, por tanto, el doctorado salmantino junto a la holgada veintena que ya lucen en su vitrina.
3.-El servicio ecuménico, ADN del Patriarcado Ecuménico. El mundo se dio cuenta durante ese período crítico del siglo pasado de que es un escándalo para los cristianos no seguir el mandato de nuestro Señor «para que [sus discípulos] sean uno» (Juan 17, 21). También, por supuesto, de que era imposible que la paz prevaleciera en el mundo si las religiones no seguían el precepto compartido de la «regla de oro» en el sentido de que se ha de «tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros» (Lucas 6, 31).
Había que interpretar al respecto, en definitiva, la gratitud de Bartolomé I en nombre del Patriarcado Ecuménico por este doctorado honoris causa que se le acababa de conceder: «Porque el servicio ecuménico -aclaró con énfasis- es nada menos que el ADN mismo del Patriarcado Ecuménico».
Más todavía: añadió precisando en torno al modus operandi del Santo Trono. «A pesar de las críticas persistentes y equivocadas, la Iglesia de Constantinopla nunca ha percibido su ministerio o misión como una forma mundana o un modelo secular de expansionismo. Antes bien, entiende su propósito y aspiración como la aceptación universal y el avance de la dignidad humana y la justicia social en cada persona, creada a imagen de Dios y en cada rincón del mundo». Conocida la actual ruptura dentro de la Ortodoxia, se puede suponer la procedencia de tales críticas persistentes y equivocadas…
4.-Visión ecuménica puramente espiritual. Enteramente basada ella en las palabras fundacionales de San Pablo: «no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3, 28). Bartolomé I estima que ésta ha sido la base genuina y el enfoque del servicio ecuménico cristiano a lo largo de los siglos.
Por supuesto que ha habido momentos y lugares en que los cristianos no practicaron lo que afirmaban o creían. Pero, a juicio del titular del Santo Trono, esos ejemplos no son sino desviaciones del camino correcto y fracaso de quienes se comportaron con una actitud exclusivista o aislacionista en vez de ecuménica e inclusiva. Más trágico que este fracaso o hipocresía, es, a la postre, que los cristianos busquen justificar o legitimar prácticas de discriminación y división cuando las personas se sienten cómodas con su forma de vivir: separadas y rotas por barreras religiosas y raciales. Entiendo que semejante postura -¡desengañémonos!- no pasa de ser un ecumenismo enclenque y amojamado, que los hay.
Bien asido al salmista -«Busco excusas para los pecados que cometo» (Salmo 143)-, Bartolomé I volvió a bajar con san Pablo al vivo de la cuestión: «Deberíamos preguntarnos constantemente: ¿Cómo es posible que los cristianos nos levantemos con genuina integridad y buena intención para rezar el Padrenuestro cuando justificamos nuestra indiferencia, segregación y rechazo hacia los demás?». La respuesta podría ser: porque no todo ecumenismo es de recibo, aunque algunos que lo practican lo hagan «full time»…
5.-Diálogo y verdad en el ecumenismo. En un mundo destrozado por contrastes y conflictos, el intercambio de un diálogo pacífico y constructivo constituye la única manera de lograr la reconciliación y la unidad. Contrariamente a quienes se resisten o temen el diálogo, cabe destacar que la reconciliación doctrinal de las diferencias existentes entre las relaciones intercristianas –al igual que la resolución pacífica de las diferencias culturales entre comunidades interreligiosas– no implica infidelidad o alejamiento de la verdad.
«Porque la verdad no teme al diálogo; al contrario, la verdad siempre invita y persigue el diálogo». En cambio, el conservadurismo y el fanatismo provocan la persistencia defensiva de cada lado en sus propias posiciones y opiniones, consolidando así las diferencias y borrando cualquier esperanza de compromiso o conciliación.
Nuestro objetivo, en consecuencia, debe ser siempre perseguir y promover «todo lo que es verdadero, todo lo noble, todo lo correcto, todo lo puro, todo lo bello, todo lo digno de alabanza» en otras personas. (Filipenses 4, 8). Y nuestro énfasis siempre debe ser asimismo «vivir la verdad con amor» (Efesios 4, 15).
S.T.S. Bartolomé I derivó acto seguido a los complejos temas de la guerra y el cuidado del planeta para señalar las trágicas consecuencias de un mundo que rechaza el diálogo y refuerza la división, así como de las catastróficas repercusiones de la antipatía y el antagonismo.
«Fue a raíz de las dos guerras mundiales -comentó Bartolomé tirando de historia- cuando el movimiento ecuménico cobró impulso para poder superar la violencia y la hostilidad, el nacionalismo y el sectarismo».
Un vez aquí, no dudó en denunciar los dos conflictos que últimamente golpean devastadores en suelo intereclesial (Rusia en Ucrania) e interreligioso (el terrorismo de Hamás a Palestina e Israel en Oriente Medio). Tampoco le dolieron prendas en mandar un recadito a la Iglesia rusa.
Helo aquí: «En los últimos meses hemos observado la destrucción de vidas humanas y la devastación del medio ambiente natural en la invasión injustificada de Rusia, y no provocada, al territorio soberano de Ucrania. Ha sido personal y globalmente doloroso, trágico y reprensible, ser testigo de cómo la Federación Rusa –con el descarado apoyo y respaldo de la Iglesia rusa– elimina vidas humanas y destruye recursos naturales».
El patriarca de Constantinopla envió seguidamente otro mensaje a la beligerante situación en Gaza: «Y ahora, ante nuestros propios ojos, vemos la devastadora pérdida de innumerables vidas inocentes, junto con la pérdida destructiva de estructuras e infraestructuras en Oriente Medio, donde ha estallado nuevamente un conflicto perpetuo, porque como seres humanos no estamos dispuestos a colaborar y ceder por el bien de nuestros hermanos y hermanas, así como por la protección de la creación sagrada de Dios».
Concluyendo ya, recordó sus esfuerzos «junto con nuestro querido hermano, el Papa Francisco» por reunir y dialogar con los líderes de Israel y Palestina. «Hace sólo unos días -recordó- emitimos una firme declaración contra el uso de la violencia supuestamente para establecer la paz». Es el espíritu de diálogo sincero y amoroso que la Iglesia de Constantinopla ha puesto en práctica en sus relaciones entre los cristianos divididos, proclamándolo al mismo tiempo a todos los creyentes y personas de buena voluntad.
Está claro que la religión puede ser fácilmente utilizada de forma indebida como bandera de fanatismo y confrontación. Pero también que la «paz que sobrepasa todo entendimiento» (Filipenses 4, 7), y el «amor que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta» (1 Corintios 13, 7) finalmente prevalecerán, si nuestra fe en Dios nos llena también de fe unos en otros. «Paz y amor que pedimos en oración para todos ustedes. Gracias». (Salamanca, 17/10/ 2023).
Salamanca con su investidura honró a Bartolomé I, justo es reconocerlo; pero éste, a su vez, con su presencia y su premio y su discurso, supo también honrar a Salamanca. Constantinopla y Salamanca subieron el ecumenismo en ese histórico momento a las elevadas cumbres de la cortesía, donde, según el lírico Fray Luis, «vive el contento, reina la paz, y está asentado el Amor sagrado en rico y alto asiento de glorias y deleites rodeado».
El discurso quedará para siempre como referencial paradigma de sosiego y armonía, por su carga bíblica, su ajustada consonancia y su acento genuinamente dialógico; en resumen: por haber sabido exponer el laudable y luminoso esfuerzo, incesante y oportuno, espiritual y generoso del Santo Trono en la causa de la unidad. ¡Enhorabuena a S.T.S. Bartolomé I, y congratulación a la Universidad Pontificia de Salamanca por esta iniciativa académica!