"La epidemia de la discriminación erosiona la conciencia humana" ¿Por qué rezar juntos?
Cumple «dar voz y solidaridad a los muchos empobrecidos por la pandemia, a los que llevan demasiado tiempo sufriendo, porque hoy en día estamos predominantemente centrados en nuestras enfermedades o problemas. Y es que, perdidas las visiones del ayer, hay mucha ansiedad por el mañana» (Andrea Riccardi).
«No debemos hablar de la ecología como uno de los grandes fenómenos o temas del momento, sino como el mismo aire que respiramos» (Bartolomé I).
«Me gustaría reafirmar que la cura para el odio humano y el racismo es el antídoto que surge del corazón de las amargas experiencias vividas y que siente el que está dotado de una conciencia viva. Este antídoto es la hermandad humana, en la que veo una sólida inmunidad capaz de enfrentar la epidemias intelectuales y morales» (Gran Imán A-Tayyeb).
«Recemos al Altísimo para que, después de este tiempo de prueba, no haya más un “los otros”, sino un gran “nosotros” rico de diversidad» (Papa Francisco).
«Me gustaría reafirmar que la cura para el odio humano y el racismo es el antídoto que surge del corazón de las amargas experiencias vividas y que siente el que está dotado de una conciencia viva. Este antídoto es la hermandad humana, en la que veo una sólida inmunidad capaz de enfrentar la epidemias intelectuales y morales» (Gran Imán A-Tayyeb).
«Recemos al Altísimo para que, después de este tiempo de prueba, no haya más un “los otros”, sino un gran “nosotros” rico de diversidad» (Papa Francisco).
El fundador de la Comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi, abrió la tanda de discursos en el Encuentro de Oración por la Paz 2020 con las claves del evento. Hemos de rezar «porque la oración es la raíz de la paz, que purifica el corazón del odio y pide a Dios el fin de todas las guerras». Preludio de lo que la cumbre iba a deparar a partir de ese instante.
Andrea Riccardi tiró, por eso, del Espíritu de Asís para el análisis de por qué juntos: «El gran punto de inflexión en Asís-1986, fue que las religiones no siguieran rezando unas contra otras, como en los largos tiempos de distanciamiento u odio, sino las unas junto a las otras». De ahí la frase de san Juan Pablo II: «La paz espera a sus profetas».
Y estos han de llenar sus miradas con visiones de paz «a base de liberar energías para un nuevo lenguaje de paz, nuevos gestos de paz, que rompan las fatales cadenas de las divisiones heredadas de la historia o generadas por las ideologías modernas […] Debemos reconocer que una nueva paz también ha sido posible (porque la paz es siempre posible) y se ha establecido un clima de diálogo y fraternidad entre las religiones».
Como el mundo está sediento de palabras verdaderas que iluminen el incierto futuro en este momento grave en el que no se puede guardar silencio, cumple «dar voz y solidaridad a los muchos empobrecidos por la pandemia, a los que llevan demasiado tiempo sufriendo, porque hoy en día estamos predominantemente centrados en nuestras enfermedades o problemas. Y es que, perdidas las visiones del ayer, hay mucha ansiedad por el mañana».
"Los creyentes -concluyó Riccardi- ayudan soñando con aquellos que necesitan liberarse de la pobreza"
Riccardi echó luego mano de Fratelli tutti, invitando a la búsqueda del futuro a la luz de la fraternidad. Porque, de hacerlo “solo” -alertó-, «te arriesgas a tener espejismos que se convierten en pesadillas, la peor de las cuales es ciertamente la guerra, madre de toda la pobreza. Así que los creyentes -concluyó- ayudan soñando con aquellos que necesitan liberarse de la pobreza. Los enfermos. Las víctimas de la guerra, empezando por los niños. Los refugiados».
Intervino a continuación el presidente Matarella diciendo que«la guerra es una insensatez, tanto hoy como en el pasado», de modo que «la esperanza hay que vivirla en la vida diaria […] Roma e Italia están en este sentido orgullosas de ser también hoy una encrucijada de diálogo y de paz».
El patriarca Bartolomé I abrió con este feliz exordio: «Se nos da de nuevo la oportunidad de encontrarnos en este momento difícil para toda la humanidad, pero al mismo tiempo propicio para meditar, orar y actuar construyendo una sociedad mejor, capaz de aceptar los grandes desafíos del momento, que no sólo conciernen a algunos pueblos o naciones, sino a toda nuestra vida en esta maravillosa casa, el mundo, don de la misericordia de Dios».
El Patriarca verde aprovechó acto seguido la coyuntura de recordar que «nuestro Patriarcado Ecuménico ha identificado durante más de treinta años las raíces espirituales de la crisis ecológica, ha habido conferencias, reuniones, seminarios, Cartas Ecológicas, pero todo esto ha sido rápidamente suplantado por la crisis sanitaria y económica mundial, causada por la actual pandemia, origen de nuevas cuestiones». Incluso le dio tiempo de ser lapidario al agregar: «La agitación sociocultural y antropológica que sigue, por lo tanto, nos lleva a ver la ecología como un signo de la presencia de lo divino en la creación. No debemos, pues, hablar de la ecología como uno de los grandes fenómenos o temas del momento, sino como el mismo aire que respiramos […] En la Casa Común, - εν τῷ οίκῳ, - la fraternidad y la paz no son elementos de integrismo religioso o cultural, sino la verdadera libertad que nos hace entender en esta hora oscura de la tierra que “Nadie se salva solo”».
El discurso del Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, Sheykh de Al-Azhar, leído en su nombre por el representante del Islam, Mohamed Abdel Salam Abdellatif [Al-Tayyeb no pudo asistir al acto], empezó aludiendo a lapesadilla del Coronavirus, epidemia a la que pueblos enteros no han podido hacer frente, para derivar hacia otra terrible epidemia con este relacionada: "La epidemia de la discriminación y el racismo, una enfermedad que afecta y erosiona la conciencia humana. Pero..., en lugar de observar su desaparición, nos sorprendió ver nuevas formas de discriminación por el Coronavirus, hasta el punto de que hemos oído llamadas al abandono de ciertos grupos de personas a su destino priorizando el tratamiento a otras, hemos escuchado voces pidiendo para probar la vacuna en un cierto grupo de personas. Son rumores que sólo atestiguan la inhumanidad de quien los pronuncie».
Ahmad Al-Tayyeb aportó su punto de vista sobre la búsqueda de una droga que nos salve de semejante pesadilla: «Me gustaría reafirmar que la cura para el odio humano y el racismo es el antídoto que surge del corazón de las amargas experiencias vividas y que siente el que está dotado de una conciencia viva.
Este antídoto es la hermandad humana, en la que veo una sólida inmunidad capaz de enfrentar la epidemias intelectuales y morales». Alusión clara, como se ve, a la Declaración de Abu Dabi.
El Gran Imán concluyó sobre la globalización y sus peligros: «El nuevo orden mundial ha promovido el concepto de globalización y nos ha prometido que traería al mundo entero los valores de libertad, justicia e igualdad que representan valores humanos verdaderamente maravillosos.
Sin embargo, pronto descubrimos, por desgracia, que estos nobles valores han traído a la humanidad una explotación inhumana con la exclusión de los diferentes, la imposición de un modelo cultural único, la eliminación de las identidades, la afirmación del derecho a la protección de los pueblos, la reivindicación de la existencia de un modelo cultural único».
El papa Francisco, por su parte, abrió su turno recordando el pacto estipulado en la plaza del Campidoglio y fundado en un sueño de unidad, llevado a cabo posteriormente: la Europa unida. «Golpeados por la Covid-19, que amenaza la paz aumentando las desigualdades y los miedos, decimos con fuerza: nadie puede salvarse solo, ningún pueblo, nadie».
Y lo explicó así: «Las guerras y la paz, las pandemias y el cuidado de la salud, el hambre y el acceso al alimento, el calentamiento global y la sostenibilidad del desarrollo, etc., no afectan únicamente a cada nación. Lo entendemos mejor hoy, en un mundo lleno de conexiones, pero que frecuentemente pierde el sentido de la fraternidad. Somos hermanas y hermanos, ¡todos! Recemos al Altísimo para que, después de este tiempo de prueba, no haya más un “los otros”, sino un gran “nosotros” rico de diversidad.
Soñemos de nuevo que la paz es posible, necesaria, que un mundo sin guerras no es una utopía. Por eso queremos decir una vez más: «¡Nunca más la guerra!». De nuevo la Declaración de Abu Dabi sobrevolando las frases de uno de sus signatarios: el papa Francisco. Puesta la mente en los conflictos actuales, añadió contrariado: «La guerra ha vuelto a parecerle a muchos un camino posible para la solución de las controversias internacionales. No es así. Antes de que sea demasiado tarde, queremos recordar a todos que la guerra deja siempre el mundo peor que se lo encontró. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad. Requerimos a los gobernantes que rechacen el lenguaje de la división, a menudo sostenida por sentimientos de miedo y de desconfianza, y para que no se emprendan caminos de vuelta atrás. Miremos juntos a las víctimas. Hay muchos, demasiados conflictos todavía abiertos».
La conclusión me sonó a clarividente exhorto: A los responsables de los Estados les decimos: «trabajemos juntos por una nueva arquitectura de la paz. Unamos las fuerzas por la vida, la salud, la educación y la paz. Ha llegado el momento de utilizar los recursos empleados en producir armas cada vez más destructivas, promotoras de muerte, para elegir la vida, curar la humanidad y nuestra casa común.
¡No perdamos el tiempo! Comencemos por objetivos alcanzables: unamos desde hoy los esfuerzos para contener la difusión del virus hasta que tengamos una vacuna que sea idónea y accesible a todos. Esta pandemia nos está recordando que somos hermanas y hermanos de sangre».
A todos los creyentes, mujeres y hombres de buena voluntad, les decimos: «seamos con creatividad artesanos de la paz, construyamos amistad social, hagamos nuestra la cultura del diálogo […] Nadie piense que debe lavarse las manos. Todos somos corresponsables. Necesitamos perdonar y ser perdonados.
Las injusticias del mundo y de la historia se sanan no con el odio y la venganza, sino con el diálogo y el perdón. Que Dios inspire estos ideales convirtiéndonos en mensajeros de paz [...] Recemos al Altísimo que, después de este tiempo de prueba, no haya más un “los otros”, sino un gran “nosotros” rico de diversidad. Por eso decimos de nuevo: «¡Nunca más la guerra!». Pensamientos, en fin, con el copyright del Espíritu de Asís, adelantados antes por Riccardi.
Los mensajes aquí sintetizados, y alguno más omitido por falta de espacio, pero digno asimismo de figurar y ser incorporado cuando las Actas del Encuentro salgan publicadas por la previsora y eficaz gestión de la Comunidad de San Egidio, reaparecen tácitamente, como es obvio, en el Mensaje por la Paz 2020 que puso punto y final a las horas del Encuentro interreligioso en Roma, cuyo marco, ceremonial y desarrollo fueron de veras admirables.
La vida -se ha dicho- está hecha de momentos, unos buenos, otros malos, y otros a medias, pero parece que entre nosotros -visto lo que se ha visto y lo que se ve- siempre fueran malos.
Del Ébola al Coronavirus… como unos Lope de Vega redivivos con el toma y daca del A mis soledades voy,/de mis soledades vengo,/porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos. Esperemos, en fin, que lleguen tiempos mejores.