¿Es sincero el diálogo de la Iglesia ortodoxa rusa con la Iglesia católica?
«La Iglesia ortodoxa rusa considera que no se cumplen las condiciones para una visita del papa Francisco a Moscú». Lo ha dicho el 1 de junio por la agencia suiza católica Cath.ch. su eminencia el metropolita Hilarión de Volokolamsk, presidente del Departamento de Relaciones Eclesiásticas Externas del Patriarcado de Moscú. Yo entiendo que, si él lo ha dicho, por algo será. Hilarión es en la actualidad nada menos que el alter ego de Kirill, patriarca de Moscú y de toda Rusia. O sea, que no es un Juan Lanas. Lo malo es que a mí esta música me resulta conocida, porque solía recurrir a ella el que hoy es patriarca Kirill cuando estaba al frente del Departamento que ahora preside Hilarión, y si al primero se le daba bien el violín, a este parece dársele mejor el violón.
Tampoco el resto tiene desperdicio, empezando por su misma cronología. Y es que salió apenas una semana antes del 6 de junio, cuando se hizo público que el presidente Putin se propone viajar a Italia el próximo 4 de julio y visitar, ya de paso, al papa Francisco en el Vaticano: será la tercera entrevista que mantienen. Y eso, quiérase o no, tiene mucho morbo.
Seguro que a Hilarión no se le ha olvidado el momento en que Yeltsin, durante su visita a san Juan Pablo II, le cursó la invitación a visitar Rusia. El papa Wojtyla repuso inmediatamente que esperaría a que le invitara el Patriarca ruso (entonces Alexis II), invitación que nunca llegó... El Cuervo blanco del Kremlin -un alias de Yeltsin cuando en el Vaticano no había saltado aún el Vatileaks- quedó peor que Cagancho en Almagro. Aunque Putin sea más agudo que Yeltsin, a Hilarión no le cabe la menor duda de que sabe ser tan efusivo en invitaciones, siquiera sea sólo para quedar bien.
Claro que tampoco Hilarión es un lerdo y se sabe de memoria el protocolo y puede que hasta los temas a tratar en la visita. Porque la relación Iglesia-Estado en las Iglesias ortodoxas autocéfalas, sobremanera en la rusa, discurre a menudo entre intimidad y confidencia. De ahí la rapidez de Hilarión en salir a la palestra.
Su declaración completa, por tanto, añade interés a la frase de marras. Visto que se quedaba un tanto escueta, añadió el repunte: «Esto (la frase dicha) no está actualmente (¿Lo estuvo alguna vez?) en la agenda de nuestras relaciones bilaterales. Muchos en nuestra Iglesia, sean obispos, sacerdotes o fieles, no están listos para recibirla. No nos gustaría que nuestras relaciones fueran dañadas por tales actitudes. ¡Preferimos movernos despacio, con precaución!». Y de añadidura, este matiz: «Las relaciones entre la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa rusa siguen una evolución positiva».
Por la Oficina de Prensa de la Santa Sede conocemos la síntesis de lo que fueron las dos visitas anteriores de Putin al papa Francisco. La primera tuvo lugar el 25 de noviembre de 2013 y duró 35 minutos. Su quid nodular fue la crisis siria. Francisco subrayó entonces la urgencia de «poner fin a la violencia» y «fomentar iniciativas concretas para una solución pacífica del conflicto». La segunda fue el 10 de junio de 2015 y duro 50 minutos. Salieron en ella a relucir principalmente el conflicto en Ucrania y la situación en Oriente Medio, algo que tarde o pronto, más bien pronto, se tendrá que afrontar con todas las consecuencias, sobre todo ecuménicas.
Alargando el horizonte, cabe señalar que el primer jefe soviético en visitar el Vaticano fue Nikolái Podgorni en 1967. San Pablo VI, que se había informado previamente hasta de los cigarrillos que fumaba el visitante soviético, sorprendió a su huésped con un par de cajetillas sobre la mesa y la ruptura del protocolo para que éste pudiera fumar durante la audiencia. Pero todo siguió igual. Se ve que las volutas de humo apenas lograron remontar el aire y se quedaron impregnando de olor a nicotina el flamante traje azul oscuro del interlocutor.
De más resonancia, sin duda, también trascendencia, fue la segunda, ésta del presidente Mijaíl Gorbachov el 1.12.1989, apenas semanas después de la caída del Muro de Berlín (9.11.1989). Gorbachov mantuvo con Juan Pablo II una larga audiencia llena de cordialidad y simpatía, y prometió al final devolver las libertades en la URSS: la misa del Papa en Nochebuena sería televisada al inmenso territorio siberiano certificando la veracidad de sus palabras. Y le cursó varias veces la invitación a visitar Rusia, antes, pues, que Yeltsin. Pero lo desbarató todo la Iglesia ortodoxa rusa.
Cuando visité la Unión Soviética unos meses después, ya mediado julio de 1990, recién elegido patriarca Alexis II, comprobé que la Iglesia greco-católica de Ucrania empezaba a salir de las catacumbas. Mis informadores no quisieron posar todavía en público con mi grupo, por si las moscas, pero sí conmigo. El Patriarcado ruso empezó a notar pronto que los greco-católicos reivindicaban sus derechos y la devolución de su templos, pero la Iglesia ortodoxa rusa, con la actitud del avestruz, sigue todavía en sus trece, y por no pedir ni siquiera ha pedido todavía perdón de su desvergonzado comportamiento con los greco-católicos cuando el Pseudo-Sínodo de Leópolis en 1946.
El tercero en visitar a san Juan Pablo II fue Yeltsin. Atrás queda ya dicho el nulo resultado de su invitación. Un joven y apuesto Putin llegó a encontrarse con el anciano Juan Pablo II en dos ocasiones. Durante la última, el Papa le enseñó el icono de la Virgen de Kazán, que tenía junto a sí en la habitación. Meses más tarde se lo regalaría a Rusia eligiendo para la entrega al cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos.
Putin, no obstante, prosiguió con sus visitas al Vaticano. En marzo de 2007 (año de la muerte de Alexis II) tocó hacerlo con Benedicto XVI: examinaron algunas cuestiones bilaterales de interés común, también relativas a las relaciones entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, y se analizaron las internacionales de actualidad, en particular las de Oriente Medio. También prestaron atención a los problemas del extremismo y la intolerancia, graves amenazas para la coexistencia civil de las naciones.
La verdad es que durante los últimos decenios las relaciones Roma-Moscú han sido más políticas que religiosas. La Iglesia ortodoxa rusa cuenta en todo el mundo con unos 225 - 300 millones. En Rusia sólo hay un millón de católicos. De ahí que el Gobierno ruso apueste por el pragmatismo, y no quiera que sus visitas al Vaticano empañen sus relaciones con la Iglesia ortodoxa rusa.
Siguieron así las arriba dichas con el papa Francisco. Ordenado obispo por Alexis II, el metropolita Hilarión accedió al alto cargo que ahora ostenta poco tiempo después de haber sido elegido Kirill patriarca de Moscú y toda Rusia. Su mejor encaje de bolillos hasta la fecha, como titular del citado Departamento, es, sin duda, el encuentro del papa Francisco y del patriarca Kirill en el aeropuerto internacional José Martí, de La Habana (Cuba). Los cerebros del histórico evento fueron el cardenal Koch, de parte católica, y el metropolita Hilarión, de la ortodoxa rusa. Sabemos hoy, además, que Kirill había puesto como condición del encuentro un lugar fuera de Europa, viejo continente de tantas divisiones y cismas en el pasado. A Francisco el lugar le daba igual.
Desde entonces, Hilarión no ha hecho sino sacar aquello en las entrevistas, a veces sin venir a cuento. Pero de ahí no ha pasado. A nadie un tanto perspicaz se le oculta que Kirill e Hilarión interpretan desde entonces la misma sinfonía, unidos a Putin, por supuesto, y soñando los tres con hacer de Rusia el Gran Imperio de Iván el Terrible y los Zares escarlata.
Pronto, sin embargo, llegaron los desafinamientos. A mí me tuvieron al principio algo confundido y punto menos que presa de estupor. Tampoco por mucho tiempo, claro, porque advertí pronto que la causa estaba en el patriarca de Constantinopla. El desaire de Kirill al Concilio ecuménico panortodoxo de Creta, y últimamente el esperpéntico paso del cisma con motivo de la Iglesia ortodoxa local autocéfala de Ucrania, y la célebre autocefalía otorgada por el patriarca Bartolomé, fueron definitivos para cerciorarme de que han terminado perdiendo los papeles.
Afortunadamente el papa Francisco prosiguió firme en su ecumenismo de vanguardia, un ecumenismo integral en su célebre trilogía: de la sangre, de los pobres y de la misión. Por este orden cronológico:
1) Viaje papal a la isla italiana de Lampedusa el 8 de julio del 2013; y a Lesbos el sábado 16 de abril de 2016 (con Bartolomé y Hyeronimos, ¡pero no Kirill!, ojo, y eso que el encuentro de Cuba todavía coleaba).
2) Celebración del Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa: abierto el domingo 19 de junio de 2016, su primera sesión fue el lunes 20, la última el sábado 25, y el domingo 26 su clausura con la celebración de la Divina Liturgia. Concitó a 290 delegados de 10 Iglesias ortodoxas en Creta por primera vez en más de mil años de historia. ¿Ausentes? ¡Las Iglesias de Moscú, Bulgaria, Georgia y Antioquía! Las tres últimas, instigadas por Moscú.
3) Las reliquias de san Nicolás de Myra, que se conservan en la basílica de Bari, al sur de Italia, estuvieron en Rusia del 21 de mayo al 28 de julio del 2017, gracias a un acuerdo alcanzado entre el papa Francisco y el patriarca de Moscú, Kirill, cuando el encuentro de Cuba (12.2.2016). «Es un evento único, ya que las reliquias jamás han abandonado la Basílica de San Nicolás de Bari desde que fueron depositadas ahí hace 930 años», explicó Hilarión a la prensa rusa. Cientos de fieles rusos visitan cada año Bari para venerar las reliquias, pero «a la mayoría le resulta difícil hacer el viaje».
4) Viaje papal a Bari el 7 de julio de 2018 (hasta 19 líderes ortodoxos estuvieron presentes para rezar juntos por la paz en Oriente, donde hay 7 Iglesias católicas en comunión con Roma y otras 14 ortodoxas: el Papa quiso promover la fraternidad en paz y estrategias conjuntas para ayudar a los cristianos a poder vivir en paz en esta tan castigada región. Kirill dio de nuevo la espantada en una cumbre programada al máximo nivel de patriarcas... Se limitó a ser representado por su alter ego...
El tiempo corre inexorable. Cuando Juan Pablo II visitó Ucrania -para reforzar la fe de los católicos ucranios, greco-católicos sobre todo-, se sumó al recibimiento nada menos que Filaret, autoproclamado patriarca de Kiev, uno de los acérrimos enemigos de los greco-católicos, el cual, andando el tiempo, y hechas las paces, se lleva ahora estupendamente con el jefe supremo de estos, su beatitud Sviatoslav Shevchuk, a cuya entronización, por cierto, también asistió. Qué traten o dejen de tratar el 4 de julio Francisco y Putin, hoy por hoy ni se sabe. Sí es ya público, en cambio, que dos días después Francisco tiene citado en el Vaticano a Schviatoslav. ¿Habrá en la agenda, tal vez, algún viaje a Ucrania…?
Hilarión, a lo que se ve, no da su brazo a torcer. «Las relaciones entre la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa rusa siguen una evolución positiva», dice. Va listo si se lo cree. El encuentro en Cuba da ya para poco, y en todo caso, de 2016 a 2019 corre tiempo suficiente para que, a estas alturas, él se hubiera movido más, y hubiese conseguido un viaje de Kirill a Roma. Al menos eso. Lo ideal habría sido lograr también el de Francisco a Moscú. En toda la movida Lampedusa-Lesbos-Bari, a Kirill no se le vio el pelo ni el kukol. Ahora vamos sabiendo que la causa era Ucrania. Durante su visita relámpago a Estambul (31.8.2018), el patriarca de Constantinopla se lo dijo clarito a él y a Hilarión, porque la reprimenda a este último fue de no te menees. Eso sí que fue leerle la cartilla de pe a pa.
Así que la visita de Putin al Vaticano el 4 de julio abriendo tal vez -ojalá- vías de entendimiento ayudará a despejar incógnitas que dejen a Hilarión hecho un muermo. ¿Es, pues, sincero el diálogo de la Iglesia ortodoxa rusa -o mejor aún: de algunos de sus jerarcas- con la Iglesia católica? Hoy por hoy, me temo que no. El ecumenismo es… otra cosa. Nada de largar excomuniones a voleo, por favor. A uno le cuesta suponer que el añorado metropolita Nikodim de Leningrado (el que, por cierto, consagró obispo al patriarca Kirill) hubiera adoptado semejante comportamiento. En todo caso, el tiempo se encargará de dar o quitar razones.