Entrevista con el activista y economista catalán en su casa de Sant Cugat Arcadi Oliveres: “Es tanto el acompañamiento y el afecto que recibo, que estoy contento”
“Hay demasiados egoísmos, intereses creados, afán de riqueza y, por supuesto, falta de voluntad política para trabajar por el bien común”
“Tuve una escolarización privilegiada y el espíritu de los escolapios me marcó para siempre”
“Estoy seguro que la monarquía española caerá: es muy difícil frenar el descenso en picado que ha sufrido durante los últimos años”
“Estoy seguro que la monarquía española caerá: es muy difícil frenar el descenso en picado que ha sufrido durante los últimos años”
Arropado con mimo por los suyos, Arcadi Oliveres i Boadella (Barcelona, 1945) pasa sus últimos días en Can Oliveres, la casa de Sant Cugat del Vallès que heredó de su abuelo. Varias semanas después de hacer público que padece un cáncer en fase terminal, el hogar de este incansable activista y economista se ha convertido en un lugar de peregrinación por donde pasan sin cesar amigos y periodistas que desean departir con él por última vez y agradecer con amistad lo mucho que les ha dado. A todos y todas atiende Arcadi con la cercanía y el afecto de siempre. “Cuando te mueras, la gente te va a dedicar muchas muestras de cariño, así que mejor que lo hagan ahora para que puedas disfrutarlo”, le dijo uno de sus tres hijos poco después de conocer el mal pronóstico de la enfermedad.
Pese al breve horizonte vital que tiene por delante, Arcadi está disfrutando del momento. La morfina le ayuda a paliar los fuertes dolores y pasar “algunos ratos francamente buenos”. Últimamente ha pensado en mucha gente que ya no está, entre ellos su gran amigo Joan Gomis (Barcelona, 1902-2001), con quien colaborara estrechamente al frente de Justícia i Pau durante dos décadas; pero sobre todo ha pensado en su hijo Marcel, fallecido en septiembre de 2011 a los 28 años a causa de la misma enfermedad que hoy sufre él. La entereza y dignidad con que Marcel afrontó sus últimos días es lo que guía a su padre a atravesar este trance.
¿Ha mejorado el mundo desde que comenzara su labor como activista?
Algunas cosas han ido a mejor y otras a peor, de modo que habría que analizar detalladamente cada ámbito para poder responder a esta pregunta. En lo que se refiere a bienestar social, por ejemplo, seguramente estamos peor. Pero independiente de cómo estemos, lo que es seguro es que si quisiéramos podríamos estar mejor; porque disponemos de todos los elementos e instrumentos necesarios para estarlo. Lo que pasa es que hay demasiados egoísmos, intereses creados, afán de riqueza y, por supuesto, falta de voluntad política para trabajar por el bien común.
¿Qué es lo que más le preocupa de esta sociedad en que vivimos?
Vehicularía mi preocupación a través de dos palabras: educación y coherencia. La educación existe, pero el modo como se aplica hoy en día no proporciona buenos resultados. La gente joven está muy bien formada y dispone de los instrumentos adecuados para interpretar el mundo actual. Pero este conocimiento no se traduce en una mejora de la realidad del día a día. ¿Por qué? Porque a pesar de saber las cosas no se actúa en consecuencia. Pongamos por caso las pensiones de jubilación. Todo el mundo sabe que las paga el Estado y que lo hace gracias a los impuestos recaudados. Sin embargo, en la sociedad actual, cuando alguien necesita un mueble, en lugar de ir a una tienda tradicional del barrio, se va Ikea, y por comprar más barato, se olvida de que está dando su dinero a una empresa que estafa al fisco. De modo que no basta con saber las cosas si no que también hay que actuar en consecuencia.
Hace unos tres años tuvimos una conversación en el Café Zurich de Barcelona. Entre otros temas, hablamos de la monarquía española. Desde entonces hasta hoy la institución ha sufrido un deterioro tan notable como acelerado. Hace unos días usted reconocía en una entrevista que pronto la veremos caer. ¿Está seguro?
Segurísimo. A mi me lo va a impedir la enfermedad pero vosotros lo veréis. Y no solo por los escándalos, que también. Siempre he pensado que una monarquía, ya sea en España, Inglaterra u Holanda, no tiene ninguna razón de ser. ¿Por qué una familia, la familia real, ha de tener unos privilegios por encima de todas las demás? La monarquía es una institución detestable, una vergüenza democrática. Estoy convencido de que la española caerá: es muy difícil frenar el deterioro que ha sufrido durante los últimos años. Tenía la esperanza de verlo dentro de dos o tres años, pero como me quedan solo algunas semanas de vida, no tendré tiempo.
¿Cuál es la razón por la que casi siempre se ha movido en el ámbito de las instituciones de raíz cristiana.
Esto viene en parte de la familia y en parte de la educación. En mi casa no eran grandes beatos pero tampoco grandes ateos. Estudié en la Escuela Pia del Carrer Diputació y, como es bien sabido, entre mis profesores se encontraban personas tan abiertas e inspiradoras como Josep Maria Xirinacs o Jaume Botey.
Años más tarde supe que este colegio había llevado a cabo una labor muy importante al dar trabajo, después de la guerra, a profesores republicanos castigados por Franco. Otra anécdota que explica el tipo de educación que recibí es que al finalizar el bachillerato la escuela organizaba charlas para orientar al alumnado de cara al mundo universitario. Pues bien, cuando llegó mi turno, las charlas que presencié fueron —figúrate— sobre marxismo, sindicalismo y lucha de clases, entre otros temas. De modo que tuve una escolarización privilegiada y el espíritu de los escolapios me quedó marcado para siempre.
Más tarde, en la Facultad de Ciencias Económicas, tuve también profesores excelentes que me dejaron huella. Entre ellos, Casimir Martí, el profesor de Religión. Estos tres factores (familia, escolapios y universidad) sumados a la militancia posterior en organizaciones como Cristianos Socialistas o Pax Christi, dieron forma a este vínculo mío con el cristianismo.
En cuestión de fe, ¿nota algún cambio de percepción, alguna necesidad de aferrarse a algo trascendental a raíz de la enfermedad?
De momento no. Esta fe mía siempre ha sido muy tibia. Sin embargo, tengo la suerte de contar con el acompañamiento espiritual de Josep Maria Fisa. También vino a visitarme hace unos días, a sus 97 años, el capuchino ecuménico Joan Botam. No hago grandes elucubraciones teológicas ni filosóficas, simplemente me gusta y me hace bien el mensaje evangélico, y en particular las bienaventuranzas.
Lo que me preocupa en este momento es más bien lo que me puede pasar físicamente. Hasta ahora todo ha sido muy bonito gracias a los mensajes de apoyo de la gente y las visitas, pero veremos cómo va todo cuando mi estado de salud se complique y los riñones o los pulmones dejen de funcionar. La cosa va a peor, cada vez me cuesta más dormir y sufro más dolores de cabeza. Pero no me obsesiono: es tanto el acompañamiento y el afecto que recibo, que estoy contento. Y que pase lo que tenga que pasar.
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