40º aniversario del primer viaje de Juan Pablo II a España Raúl Berzosa: "Valencia, el día que Juan Pablo II nos ordenó sacerdotes, era el símbolo de lo local y de la catolicidad"
Raúl Berzosa, obispo emérito de Ciudad Rodrigo, recuerda muy bien el 8 de noviembre de 1982. Aquel día, el joven diácono burgalés, junto con otros 140, fue ordenado sacerdote en una ceremonia presidida por Juan Pablo II en Valencia
A nivel existencial, Juan Pablo II ha sido 'mi Papa': me ordenó sacerdote, me nombró obispo y he tenido que trabajar muy cerca de él, y para él, en diversos ámbitos y temáticas"
"La homilía que nos dirigió, en aquel momento, fue muy completa y muy valiente. Pisaba tierra y nos ofrecía las claves para vivir el presente con entusiasmo y el futuro con esperanza. No cabe duda que, hoy, hubiera sido el mismo contenido, si bien acentuando algunos aspectos: los mismos en los que está insistiendo el papa Francisco"
"La homilía que nos dirigió, en aquel momento, fue muy completa y muy valiente. Pisaba tierra y nos ofrecía las claves para vivir el presente con entusiasmo y el futuro con esperanza. No cabe duda que, hoy, hubiera sido el mismo contenido, si bien acentuando algunos aspectos: los mismos en los que está insistiendo el papa Francisco"
Raúl Berzosa, obispo emérito de Ciudad Rodrigo, recuerda muy bien el 8 de noviembre de 1982. Aquel día, el joven diácono burgalés, junto con otros 140, fue ordenado sacerdote en una ceremonia presidida por Juan Pablo II en Valencia. Como reconoce en esta entrevista, fue una jornada de "una inmensa alegría" que dejó en él "una huella imborrable".
Presididos por la imagen de la Virgen de los Desamparados y con un cáliz de oro donado por el Opus Dei para la ceremonia (la Obra de Escrivá de Balaguer aportaba 29 seminaristas, 83 las distintas diócesis españolas y 29 un total de 16 órdenes religiosas), Karol Wojtyla hizo votos para "que esta celebración traiga a toda la Iglesia en España una renovación de la gracia inagotable del sacerdocio católico; una mayor unidad entre todos los que han recibido la misma gracia del presbiterado; un aumento considerable de vocaciones sacerdotales entre los jóvenes, atraídos por el ejemplo gozoso de vuestra entrega, y la de tantos seminaristas aquí presentes". Más tarde tendría un encuentro multitudinario con sacerdotes y seminaristas en el seminario de Moncada.
¿Qué sintió aquel joven diácono al tener conocimiento de que sería ordenado sacerdote por Juan Pablo II en lo que era el primer viaje de un Papa a España?
El primer sentimiento era una mezcla de incredulidad y de enorme alegría. El segundo, de preocupación por el tema de su reciente atentado [ocurrido el 13 de mayo, apenas seis meses antes]. No sabíamos cómo estaba realmente de salud.
¿Qué huella ha dejado en su ministerio sacerdotal una ceremonia de ordenación tan extraordinaria como la vivida aquel día, el penúltimo de la estancia de Karol Wojtyla en España?
Una marca imborrable. Sin duda, a nivel existencial, Juan Pablo II ha sido “mi Papa”: me ordenó sacerdote, me nombró obispo y he tenido que trabajar muy cerca de él, y para él, en diversos ámbitos y temáticas.
¿Qué recuerdo permanece más nítido en su memoria de aquellos momentos?
Dos realidades inseparables y complementarias: por un lado, su propia persona y personalidad. Grande y magnífica. Por otro lado, el palpar una Iglesia de comunión. Valencia, aquel día, era el símbolo y realidad de lo particular y de lo universal, de lo local y de la catolicidad. Me sentí ordenado sacerdote para servir en una Iglesia concreta pero, a la vez, formando parte de la gran familia eclesial que vive en los cinco continentes.
¿Cómo cree que ha influido en los sacerdotes de aquella generación el pontificado de Wojtyla?
Totalmente, y en todos las dimensiones ministeriales. En su persona palpamos un testigo y maestro. En su mensaje, la necesidad de la nueva evangelización. Y, sobre todo, en su espiritualidad sacerdotal, nos hizo vivir, al mismo tiempo, el ser y estar configurados con Jesucristo como Cabeza (sirviendo y presidiendo comunidades), como Pastor y Siervo (totalmente expropiados y haciendo realidad el heroísmo de la caridad), y como esposos (viviendo en castidad/celibato, pobreza y obediencia). En este Papa Magno se hizo realidad que “lo que decía lo creía; lo que creía lo enseñaba; y lo que enseñaba lo vivía”, sin fisuras y con transparencia.
Hoy hay seminaristas y jóvenes sacerdotes que tienen como modelo a un papa como Juan Pablo II al que casi no conocieron. ¿Qué es lo que les atrae de su figura?
Sin duda, la fortaleza de su personalidad; su cercanía y cariño a los jóvenes; la seguridad doctrinal que inspiraba; su preocupación por la Iglesia entera y por la humanidad en su conjunto; la creatividad pastoral y de iniciativas evangelizadoras; y la alegría y entusiasmo que dejaba transparentar en sus múltiples encuentros de masas y más personales. Todo ello, unido a su profunda espiritualidad mariana y el comprobar cómo supo asumir el sufrimiento personal hasta el final.
Cuatro décadas después, en una sociedad fuertemente secularizada cuando no hostil a la Iglesia, donde se ha rasgado el velo que ocultaba la lacra de los abusos que tanto afecta a la imagen de los ordenados, ¿cree que Juan Pablo II habría añadido algún aspecto nuevo con respecto a las palabras que os dirigió en la homilía de la ceremonia de ordenaciones en Valencia?
La homilía que nos dirigió, en aquel momento, fue muy completa y muy valiente. Pisaba tierra y nos ofrecía las claves para vivir el presente con entusiasmo y el futuro con esperanza. No cabe duda que, hoy, hubiera sido el mismo contenido, si bien acentuando algunos aspectos: los mismos en los que está insistiendo el papa Francisco. En resumen, nos pediría ser sacerdotes de “cuerpo entero y con dedicación total”, y fomentar las cuatro cercanías: con el Señor, con el Obispo, con el Presbiterio y con los hermanos y hermanas de las comunidades a las que servimos. Todo ello con un doble estilo: kenótico (de abajamiento) y de verdadero servicio. En una sola frase: “Configurados con el Buen Pastor, para oler a Pastor y a ovejas”.
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