Pacelli no condenó públicamente al Nazismo, pero sí ayudó en la sombra a miles de judíos Werner Barasch: El judío al que Pío XII liberó del campo de prisioneros de Miranda de Ebro
La apertura del Archivo Secreto Vaticano saca a la luz la historia de un berlinés de pasado judío que fue liberado por el nuncio de España gracias a la intervención del papa Pacelli
Su historia es una de las miles que el papa Francisco ha sacado a la luz al hacer públicas de forma online y para todo el mundo cerca de 2.700 cartas del antiguo «Archivo Secreto» vaticano con las que se desmota el mito del supuesto ‘conchaveo’ entre el papa Pacelli y el régimen nazi
Las historias publicadas demuestran que si bien Pío XII –sabedor de lo que se cocía en Alemania, donde fue nuncio– no pudo condenar públicamente las atrocidades del Tercer Reich, sí actuó en la sombra para prestar ayuda a miles de judíos
Las historias publicadas demuestran que si bien Pío XII –sabedor de lo que se cocía en Alemania, donde fue nuncio– no pudo condenar públicamente las atrocidades del Tercer Reich, sí actuó en la sombra para prestar ayuda a miles de judíos
| Archiburgos
«Beatísimo Padre. Queráis perdonarme si me confío a Vuestra paternidad y caridad demostrada copiosamente en la asistencia y protección de tantas infelices víctimas de la situación política actual; me permito exponer a Vuestra Benevolencia el caso de Werner Barasch». Con estas palabras, la joven Paola Malchiodi escribe el 9 de febrero de 1942 al papa Pío XII suplicando ayuda para liberar a su amigo, «hijo de Arturo e Irene, nacido en Berlín en 1919, de origen judío, bautizado en junio de 1938 en el Instituto de los Neófitos de Roma» y hecho prisionero «en el campo de concentración de Miranda de Ebro».
Su historia es una de las miles que el papa Francisco ha sacado a la luz al hacer públicas de forma online y para todo el mundo cerca de 2.700 cartas del antiguo «Archivo Secreto» vaticano con las que se desmota el mito del supuesto ‘conchaveo’ entre el papa Pacelli y el régimen nazi. Las historias publicadas demuestran que si bien Pío XII –sabedor de lo que se cocía en Alemania, donde fue nuncio– no pudo condenar públicamente las atrocidades del Tercer Reich, sí actuó en la sombra para prestar ayuda a miles de judíos.
Werner emigró de Alemania a Roma en 1933 para comenzar sus estudios. De ahí se trasladó a Suiza y más tarde a París, donde apenas graduado como profesor le sorprendió la guerra en 1939. Huyó a Marsella con la intención de obtener un visado y escapar a Cuba, donde se refugiaba su madre. Pero fue detenido y lo condujeron al campo de concentración de Les Milles, de donde escapó para emprender un largo recorrido en bicicleta hasta llegar a Ginebra. Allí fue de nuevo extraditado, lo condujeron al campo de Argelès-sur-Mer, en Francia, y de ahí a Miranda de Ebro, donde fue obligado a diversos trabajos en la oficina de censura del campo de prisioneros.
Fue en Miranda donde se acordó de su vieja amiga romana y decidió enviarle una misiva firmada el 17 de enero de 1941, sabedor de que ella le podría «ayudar desde lejos» en la obtención de su visado para América desde Lisboa. La petición es clara: «Alguna autoridad tiene que dar su consentimiento para mi liberación», explica en la carta. «Pero necesariamente tiene que intervenir una persona de fuera». Y ese candidato para «salvar a estas ovejas», según Werner, no sería otra que el nuncio apostólico de Su Santidad en Madrid, Gaetano Cicognani. «Si lograra con una audiencia a Su Santidad el Papa o por otros medios proponerle mi caso, con lo que tenga que hacer, sería fácil liberarme para partir». «Otros, con esta intervención desde Roma han podido dejar el campo de concentración», explica Werner, sabedor de que la Santa Sede estaba logrando la liberación de varios presos de origen judío.
Malchiodi no duda en escribir al Papa, a quien recuerda que en agosto de 1941 otros solicitaron la intervención del nuncio para mediar en la liberación de Werner. Páginas más adelante del archivo, encontramos una petición de la Secretaría de Estado vaticana solicitando la intervención del nuncio madrileño.
El registro documental [ver páginas 7 a 26] calla sobre el éxito de la comunicación. No hay más cartas. Sin embargo, el United States Holacust Memorial Museum nos da una pista sobre el destino de Werner. Él mismo, en un vídeo grabado cuando sumaba 82 años, cuenta cómo su petición fue escuchada, fue liberado y cruzó el Atlántico para encontrarse con su madre en Estados Unidos. Allí estudió en las Universidades de Berkeley y Colorado, trabajando finalmente como químico toda su vida. Es la historia, con final feliz, de un huido de guerra al que salvó Pío XII de las garras del nazismo.
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