En el Centenario de la aprobación pontificia de la Institución Teresiana Una fecunda novedad
La fecha que celebramos recoge, con sabor de lo definitivo, el camino vivido por la Institución Teresiana desde sus inicios en 1911 en Covadonga, Asturias, pasando por la aprobación diocesana en la diócesis de Jaén en 1917 y la aprobación civil también en Jaén ese mismo año
Es la historia de un camino que bajo la guía y la inspiración de Pedro Poveda buscaba promover, a través de la cultura y de la educación como mediaciones imprescindibles, vidas humanas plenas, un humanismo inspirado en el misterio de la Encarnación de Cristo
| Aránzazu Aguado Arrese. (Directora de la Institución Teresiana 1988-2000)
El 11 de enero de 1924, día de la aprobación pontificia de la Institución Teresiana mediante el Breve Inter frugíferas de Su Santidad Pío XI, es una fecha siempre celebrada en la Institución. Su fundador, San Pedro Poveda, consideró que era ésta “la fecha más notable” y así lo expresó en una carta escrita el 11 de enero de 1935. Al inaugurar en 1928 y 1934 las dos Asambleas Generales de la Institución celebradas con su presencia después de la aprobación pontificia, declararía: “Gracias por la solemne aprobación de la Iglesia”.
La fecha que celebramos recoge, con sabor de lo definitivo, el camino vivido por la Institución Teresiana desde sus inicios en 1911 en Covadonga, Asturias, pasando por la aprobación diocesana en la diócesis de Jaén en 1917 y la aprobación civil también en Jaén ese mismo año. Es la historia de un camino que bajo la guía y la inspiración de Pedro Poveda buscaba promover, a través de la cultura y de la educación como mediaciones imprescindibles, vidas humanas plenas, un humanismo inspirado en el misterio de la Encarnación de Cristo.
Ante el 11 de enero de 1924, fecha sin duda para la memoria agradecida, cabe preguntarse por la novedad que encerró el acontecimiento, su significado más profundo, y por la novedad que encierra hoy para la Iglesia y para nuestro mundo. Porque lo que celebramos es un hecho eclesial de amplio alcance.
En octubre del año 1921, L’Osservatore Romano publicaba en italiano un artículo escrito por Pedro Poveda titulado “La Institución Teresiana”. Estaba ya en el horizonte la solicitud de aprobación, que llegaría a ser realidad cumplida dos años después. “Da una idea precisa de la Obra el artículo que escribí para L’Osservatore Romano”, diría años más tarde en 1936. En junio de 1923 se preparaba ya el viaje a Roma. Y el 19 de octubre se presentaban los Estatutos para su aprobación en la Congregación del Concilio. El Breve de Su Santidad Pio XI aprobando la Institución a perpetuidad como Pía Unión Primaria llegaría con fecha de 11 de enero de 1924.
Como es sabido, Josefa Segovia, Directora General, fue enviada a Roma por el Fundador para solicitar la aprobación. En mantenida conversación con él, gestionó admirablemente los asuntos y desarrolló las relaciones eclesiales necesarias, contando con cualificadas asesorías y sin duda con las imprescindibles dosis de oración, estudio y discernimiento que requería la ocasión[1].
¿Cómo dar nombre a la novedad que encerró el acontecimiento de la aprobación y su significado?
La experiencia profunda que suscitó el acontecimiento y que se prolonga para hoy y para mañana es un hecho de identidad iluminado por la finalidad para la que había nacido la Institución, que pedía ser vivida en la condición laical, y que en varios momentos en el transcurrir de los años Pedro Poveda quiso evocar y declarar con firmeza. Así se expresaba el 12 de septiembre de 1925, un año después de la aprobación: “La Institución Teresiana, ésta que yo fundé, siendo instrumento y nada más que instrumento de la Providencia, ha llegado a ser en el orden canónico todo lo que tenía que ser, que tal como ha sido aprobada por la benignidad de S.S. Pío XI, felizmente reinante, ha de permanecer siempre”. Años más tarde seguía manifestando su sentir y voluntad: “Yo en esto no he variado nunca. Siempre me pareció lo mismo, que ésta era la forma canónica más conveniente para nuestra Institución. Me decía a mí mismo: ¿Qué me he propuesto con esta fundación? Llegar a un fin. Pues esto tiene que ser así y no de otra manera” (1935).
La aprobación contiene, pues, un hecho de identidad, que se asienta en una eclesialidad vivida a fondo. Se trata de una pertenencia que, como muestra el acontecimiento de la aprobación y las circunstancias que lo rodearon, se nutre de la fe, del impulso a una misión en el mundo, vivida en la vocación laical y de una sólida concienciaasociativa.
Primero, la novedad de la fe
El nuevo comienzo que se dio con la aprobación pontificia de la Institución Teresiana estuvo marcado por la fe en la que descansaba el compromiso evangelizador en una misión llena de desafíos en las estructuras de la sociedad. Todo parece indicar que el acontecimiento contenía una fuerte llamada a la novedad de vida. En una carta escrita por Pedro Poveda el 6 de febrero de 1924, recién aprobada la Institución, afirmaba que se pedía “a la Obra y a sus miembros virtudes extraordinarias por comenzar una vida nueva, determinada por la aprobación pontificia y publicación de nuevas leyes”. E insistía, aludiendo a la Eucaristía como sacramento de unidad, que ésta era “requisito indispensable para acometer la vida de fervor que reclaman la aprobación pontificia y vuestro nuevo código”. Josefa Segovia, al recibir la noticia, reaccionaba con expresivas palabras: “¡Benditísima fe que nos ha traído la tan deseada aprobación!”.
Con la fe, la novedad de un nuevo impulso a la misión
El paso que supuso la aprobación significó una confirmación en la misión emprendida por la Institución Teresiana desde el origen y con ello un nuevo impulso. A partir del nacimiento de la Institución en 1911 se había abierto un camino de fuerte compromiso cristiano que fue convocando a lo largo de los años a un laicado dispuesto a llevar en sus vidas y en su enseñanza la buena noticia del Evangelio, unida a esa otra –son palabras de Poveda– “buena noticia de la educación y de la cultura”. La aprobación de la Institución Teresiana contribuía a abrir paso a un laicado de fuertes compromisos de vida cristiana en la vivencia de la radical novedad que deriva del Bautismo, así como de intensa dedicación evangelizadora, en términos que veríamos después dibujados en textos del Concilio Vaticano II y en otros de la etapa postconciliar.
Merece especial atención la exhortación apostólica Christifideles Laici sobre la vocación y la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo (1988), a la que Juan Pablo II se refirió en un mensaje inolvidable dirigido a la Institución Teresiana con ocasión de la aprobación de los nuevos Estatutos en 1990: “A una Institución llamada en las circunstancias actuales a ser signo y fermento del Reino de Dios en las mediaciones educativas y culturales, el Espíritu Santo otorgará, sin duda, la capacidad testimonial y profética que exige vuestra vocación”. Y añadía: “La manera propia de estar en el mundo, característica de vuestra Asociación –que se inspira en el misterio de la Encarnación– y vuestra experiencia educadora, os disponen bien para cooperar en la formación del laicado, para potenciar los valores cristianos de la familia, para estar presentes en modo testimonial y creativo en el mundo de la escuela y de la universidad”. Estas palabras han sido escuchadas y recibidas por personas que viven hoy la misión de la Institución Teresiana en una diversidad de culturas y países de cuatro continentes.
En la Exposición de la solicitud de aprobación al Papa Pío XI (3 octubre 1923), Pedro Poveda señaló con firmeza que el programa de la Institución “se compendia en estas palabras del apóstol S. Pedro: ‘Vosotros, pues, aplicando todo cuidado, juntad a vuestra fe virtud, y a la virtud ciencia, y a la ciencia, templanza, y a la templanza, paciencia y a la paciencia, piedad’”. Hoy resuena entre nosotros, como herencia y desafío irrenunciables, la convicción povedana repetidamente manifestada: “Junto a la fe pongo yo la ciencia”.
La misión educadora que este “juntar la fe y la virtud y la ciencia” conlleva se renueva constantemente en el diálogo con las sucesivas emergencias educativas y sociales, con una humilde y certera acción formadora y transformadora. Es éste un diálogo que hace posible “la apasionante tarea de despertar el alma cristiana y humana en el mundo de la educación, la cultura y la promoción integral de la persona”, en palabras de S.S. Benedicto XVI dirigidas a la Institución Teresiana (2006).
Con la fe y el impulso a la misión, una renovada conciencia asociativa
Bien podemos decir que la aprobación pontificia de la Institución Teresiana trasciende a la misma Institución, pues la Iglesia, al aprobarla definitivamente, discernía y acogía con generosa lucidez los nuevos gérmenes de vida y evangelización que apuntaban en ella. Ahora, evocado el acontecimiento a la distancia de un siglo, la mirada nos lleva a reconocer toda la trayectoria de vida asociativa laical en la Iglesia y lo que ha supuesto en este siglo la experiencia del laicado católico en la diversidad de asociaciones y carismas. Somos parte de esa historia de comunión eclesial y de servicio.
La conciencia del momento presente hacía reconocer a Pedro Poveda la realidad asociativa y su raigambre en la vida eclesial: “En la Iglesia ha sido siempre tradicional que se hayan ido haciendo cristalizaciones de celo apostólico según la época y parece que ésta es la cristalización de la época actual” (1924). En ella veía él virtualidad para producir frutos saludables, por su fin, por sus medios, por la oportunidad, por la adaptación. La aprobación pontificia llevó a su ánimo la satisfacción de ver que su Obra era, de modo incuestionable, Obra de la Iglesia y que con ella se abría además un camino nuevo.
Para Poveda, el hecho asociativo habla de una pertenencia que aporta novedad y crecimiento para quien la vive. Fruto de este espíritu son las numerosas realizaciones que a lo largo de su vida contribuyeron a desarrollar la experiencia asociativa: asociaciones de estudiantes, de mujeres católicas, de maestros, de jóvenes, de antiguas alumnas y otras iniciativas que mostraron la fecundidad asociativa de muchos proyectos y la capacidad aglutinadora del carisma povedano para convocar, cooperar y unir esfuerzos.
Una modalidad no indiferente
La fe, el impulso a la misión, la conciencia asociativa, apelan también a una modalidad de presencia evangelizadora en el mundo. Fortaleza y amor, audacia y humildad, firmeza y suavidad, muestran el espíritu que anima la presencia de los miembros de la Institución Teresiana en un mundo de tantas quiebras y rupturas. Es para Poveda un modo de estar y de actuar que, como la sal de la tierra, puede dar sabor, sanar heridas, librar de la corrupción.
Vale la pena recordar hoy algunas de sus expresiones más contundentes: “Rodearse de una intempestiva intransigencia valdría tanto como alejar de nosotros a ese mundo al que deseamos acercar a Dios. Como vuestra misión ha de ser de atracción, vuestro espíritu ha de ser atrayente” (1912). “La fisonomía de vuestra asociación es la de una dulce y suave fortaleza, fruto del amor, del sacrificio y del trabajo” (1912). Año tras año alentó Pedro Poveda un modo de diálogo que requería auténticos equilibrios: “Los verdaderos creyentes confiesan la fe seriamente, sin provocaciones, pero sin cobardías; con caridad, pero sin adulación; con respeto, pero sin timidez; sin ira, pero con dignidad; sin terquedad, pero con firmeza; con valor, pero sin ser temerarios” (1920).
La espiritualidad que Pedro Poveda alentó y sostuvo, nutre y expande las raíces de la fe, de la misión, de la conciencia asociativa, tres importantes significados que reconocemos en la entraña del acontecimiento centenario. En Teresa de Jesús, en los primeros cristianos, y sobre todo en la fuerza del misterio de la Encarnación de Cristo y en un atrayente marianismo, encontró claves de presencia y de actuación para ayer y para hoy.
En el primer aniversario de la aprobación de la Institución Teresiana, el 11 de enero de 1925, resonaba la voz de Josefa Segovia: “Obra de horizontes muy amplios, de exterior sencillo, sin trabas que dificultaran sus movimientos, con una semejanza muy notable con la vida de los primeros hijos de la Iglesia, con caracteres y notas que nos hacen recordar a los apóstoles de Cristo, a los discípulos venturosos del Maestro”.
Acogemos hoy con esperanza las palabras que el Papa Francisco ha dirigido a la Institución Teresiana en julio de 2023 con motivo de importantes reuniones celebradas el pasado verano: “Que el ejemplo de San Pedro Poveda y de tantas maestras ‘de la puerta de al lado’, que con su abnegación y entrega anunciaron a Jesucristo en diversos ámbitos de la educación y la cultura, los impulse a seguir trabajando incansablemente, como laicos y laicas de una Iglesia en salida, abiertos al diálogo con todos y especialmente sensibles a las realidades más vulnerables de la sociedad”.
¿No es ésta la fecunda novedad que celebramos y la responsabilidad a la que nos lanza este Centenario?
[1] Acompañaron a Josefa Segovia en este viaje Isabel del Castillo, Vicedirectora General, y Eulalia García Escriche, miembro del Directorio.
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