Desamparada y sin perspectivas de futuro, la juventud española ha dicho basta Malestar juvenil en un mundo incierto
Desatado a partir del caso Hasél y motivado por causas que vienen de lejos, el clamor de la juventud se ha hecho sentir durante las últimas semanas en diferentes ciudades españolas. Quieren respuestas porque son jóvenes, y como tal, sufren ante la falta perspectivas de futuro y viven intensamente el desastre socioeconómico del sistema.
Desamparo, rabia, incerteza ante un futuro en que los estudios no garantizan un empleo digno que permita la plena incorporación social. La juventud española se ha echado a la calle durante las últimas semanas en un ciclo de protestas que, si bien han tenido como detonante el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, esconden un cúmulo de causas que vienen de lejos y se componen de elementos diversos.
¿Qué está pasando? La respuesta no es sencilla. Expertos en educación y otros ámbitos intentan desde hace varias décadas explicar el mundo a partir del acrónimo VUCA: volatilidad, incierto (uncertainty en inglés), complejidad y ambigüedad. Cuatro adjetivos que se aplican básicamente para decir que el mundo se ha acelerado exponencialmente y cada vez es más diverso y complejo. Cualquier análisis simple de la realidad corre el riesgo de equivocarse.
“En las protestas a raíz del encarcelamiento de Pablo Hasél hay muchas capas superpuestas de fenómenos difíciles de explicar. Lo que pasa con los jóvenes siempre nos pone ante el espejo del mundo que estamos construyendo. Y si se pudiera resumir de algún modo esta situación, podríamos decir que se trata del malestar juvenil en un mundo que pinta de un modo muy incierto para ellos desde el punto de vista vital”, afirma Paco López, també profesor de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés-URL.
Los jóvenes viven de manera especialmente intensa el panorama actual, marcado por un malestar social que se ha visto acelerado o evidenciado por la pandemia. Porque la mayoría de cuestiones que hoy afligen a la sociedad en general y a la juventud en particular son pre-pandémicas: el éxito del neoliberalismo salvaje y sus consecuencias en forma precariedad a todos los niveles.
Las calles nuevamente
Como sucede siempre y es bien sabido, los que queman contenedores son una minoría, pocos pero muy revoltosos. Los actos vandálicos son siempre bienvenidos para llenar portadas en los medios de comunicación. Pero como decía Ramón Lobo en infoLibre, entre la multitud que se manifiesta, hay mucha más gente machacada por el sistema y “motivos que se deberían escuchar y problemas que deberíamos resolver”.
“Creo que se nos ha ido de las manos a todos y todas. La libertad de expresión es un derecho fundamental y no siempre lo tenemos, y desde arriba no se han hecho bien las cosas. Pero también creo que no se debe montar lo que se ha montado, debemos quejarnos y manifestar nuestra opinión desde la no violencia, de forma pacífica. Y el hecho de que los medios pongan el foco en este aspecto nos estigmatiza como colectivo”, argumenta Miguel Gómez, de 21 años, monitor del Esplai Arrels Centre Juvenil Salesians (CJS) Sant Boi y estudiante del Postgrado de artes escénicas en Timbal Centre de Formació i Creació Escènica.
"La libertad de expresión es un derecho fundamental que no siempre lo tenemos y desde arriba no se han hecho bien las cosas. Pero también creo que no se debe montar lo que se ha montado, debemos quejarnos y manifestar nuestra opinión desde la no violencia, de forma pacífica"
“Estoy contento de que la gente salga a la calle a protestar y que se hable de ello en los medios. Pero me incomoda que se dé más importancia a los desperfectos provocados por unos cuantos que a las agresiones policiales a personas ejerciendo su derecho a manifestación”, reconoce Alex Gutiérrez, de 26 años y estudiante de Educación Primaria en la Universitat Ramon Llull Blanquerna. El joven reconoce haberse unido a las manifestaciones un par de veces durante las últimas semanas y opina que los disturbios son cada vez menos un estigma y que hay una mayor parte de la población que los acepta o no los ve tan graves como antes.
“Cuando veo los disturbios y las protestas siento satisfacción y orgullo. A pesar de que en algún momento se ha ido de las manos, había que salir y decir que ya estamos hartos de todo. La chispa fue el encarcelamiento de Pablo Hasél, pero los jóvenes nos manifestamos por muchas otras cosas”, reconoce Ainhoa Sanz, estudiante de Humanidades en la UAB y monitora de Som-hi tots (CJS) Badalona. “Creo que se nos estigmatiza a todos, pero como todo, al final tendemos siempre a generalizar y ahora antes se nos consideraba vagos y ahora violentos. Al final es solo una manera que tiene la sociedad de clasificar a las personas”, añade.
“Puestos a analizar violencias, es verdad que hay un componente violento en el acto de quemar contenedores, pero también existe un violencia estructural de este mundo injusto que genera situaciones de pobreza extrema y condena a la muerte a millones de seres humanos en el planeta; o la violencia cultural provocada por prejuicios relacionados con raza, sexo o religión. Este análisis lleva a los jóvenes a pensar que, comparado con la violencia sistémica, la quema de contenedores tiene una importancia relativa, aunque esto no quiere decir que todos la justifiquen”, explica Pere López.
Desamparados y sin futuro
Ante un mercado laboral cada vez más precario y un paro juvenil que se sitúa en torno al 40% (22 puntos por encima de la media europea), cabe preguntarse si los jóvenes confían en que el hecho de estudiar les abra puertas en el mercado laboral en un futuro cercano. “A escala global —comenta Àlex— la solución no pasa porque todo el mundo estudie más, ya que el problema del paro y la precariedad es estructural y la solución, por tanto también lo ha de ser. Pero a escala individual estudiar sigue siendo la única herramienta, a parte de los contactos, para tener un buen futuro laboral. Aunque las cosas no sean como antes, sigue siendo mejor estudiar que no hacerlo. Y llegar a la universidad es un derecho que no todo el mundo tiene garantizado”, concluye.
"Estudiar sigue siendo la única herramienta, a parte de los contactos, para tener un buen futuro laboral. Aunque las cosas no sean como antes, sigue siendo mejor estudiar que no hacerlo. Y llegar a la universidad es un derecho que no todo el mundo tiene garantizado”
“Formarte facilita en muchos casos el acceso al mercado de trabajo, aunque no lo es todo ya que tienes que aprender a hacer contactos que de algún modo te ayuden a situarte. En mi opinión, vale la pena estudiar, no sólo porque te puede ayudar a encontrar trabajo sino porque ayuda a ser más crítica con la información que recibes diariamente”, apunta Núria Maresma, de 25 años, graduada en Ciencias Ambientales y Geología en la UAB y actualmente, en situación de desempleo.
En una de las ponencias del Congreso Internacional organizado recientemente por el Ateneu Universitario Sant Pacià, el Dr. Michel Wieviorka se hizo eco de la situación de la juventud actual para alertar de que nadie se ha interesado por los jóvenes, especialmente por los estudiantes, durante los últimos meses. ¿Se sienten desamparados? “Sí, como estudiante y como joven”, admite Ainhoa. “Creo que siempre somos los olvidados, que hacemos ruido y no se nos escucha, que queremos levantar la voz pero siempre hay alguien más grande y que alega que sabe más y no nos deja hablar. Reivindicamos aquello en lo que creemos, pedimos cambios para poder evolucionar como sociedad ya los que "mandan" les entra por un oído y les sale por el otro”, sentencia.
Núria se siente desamparada por la sociedad y por las administraciones en el sentido de que no se da prioridad a temáticas muy preocupantes como podría ser el cambio climático. “Por un lado —expone— la sociedad que no está dispuesta a hacer un cambio necesario y por otro, la administración no acompaña debidamente los cambios que hay que realizar con legislación”.
¿Qué hacer?
Decisiones trascendentales acerca de cómo labrarse un futuro, acceder a una vivienda y formar una familia, forman parte de las preocupaciones de todo joven. En este sentido, el panorama actual no ofrece buenas perspectivas de cara a satisfacer estas aspiraciones.
¿Qué tipo de medidas se deberían llevar a cabo desde las administraciones para empezar a revertir demandas que están pasando desapercibidas? Para Paco López, si bien la respuesta es compleja, existe una gran necesidad de ser proactivos y educar para el bien común. “El reto pasa por saber implementar una educación sociopolítica en el sentido más amplio del término. Educar a las nuevas generaciones para que sean personas difíciles de gobernar y capaces de convivir. Fomentar el espíritu crítico ante realidades monolíticas y fake news que impiden ver la complejidad del mundo en que vivimos”, concluye.
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