Tanda de ejercicios espirituales de los curas del Prado en Ávila El sacerdote y la vida eucarística
El tema central de profundización para la oración y contemplación en estos días ha sido “el ministerio sacerdotal y la vida eucarística"
Es de agradecer el trabajo callado y constante que esta asociación de sacerdotes del Prado está aportando en la iglesia española, su modo de enriquecer a las diócesis y de cuidar y animar a presbíteros en su ser diocesanos y apóstoles, sin más pretensión que ser fieles al evangelio y al Cristo pobre. Ojalá nos acerquemos más a su ideal: sacerdotes pobres para los pobres
Un año más los sacerdotes del Prado han organizado una tanda de ejercicios espirituales en Ávila, en la casa de oración de Santa Teresa en la última semana de agosto del 22 al 28. Cincuenta sacerdotes de distintas diócesis españolas hemos participado en dichas jornadas – otros nos han podido asistir por normas de prevención en la casa- , siendo acompañados en esta ocasión por el sacerdote Antonio Bravo, muy conocido por su recorrido sacerdotal en la iglesia española desde dicha asociación sacerdotal, cercano a los ochenta años, sigue fiel a su carisma pradosiano y su compromiso apostólico en la iglesia.
El tema central de profundización para la oración y contemplación en estos días ha sido “el ministerio sacerdotal y la vida eucarística”. La sacramentalidad de la eucaristía como clave de comprensión del ministerio sacerdotal. Con la pedagogía propia del estudio del evangelio, ha ido desgranando aquellos aspectos de la eucaristía que pueden permitir un mayor conocimiento de Jesucristo para más poder “mirarlo, comprenderlo y seguirlo” como centro de la vida y fundamento del ser y quehacer ministerial. La intuición del Padre Chevrier ha estado de fondo de los ejercicios: “Estudiar a Jesús en su vida mortal, en su vida eucarística, será todo mi estudio”. Iniciando con la meditación del texto de Emaús, los sacerdotes hemos sido invitados a profundizar en la espiritualidad de una verdadera vida eucarística del apóstol, a seguir reconociéndolo al partir el pan.
Las meditaciones y sus orientaciones han ido fijando de un modo contemplativo líneas de vida, espiritualidad y compromiso desde el ser - la vida- eucarística del discípulo:
1.- La eucaristía, don del Padre, nos ha de llevar al deseo de incorporarnos a Cristo para ser dados en él, para la vida del mundo. Nuestra vida eucarística ha de llevarnos a entendernos viviendo en él y como él nuestra existencia, con la conciencia de ser un cada uno de nosotros un don real para los demás.
2.- La autodonación de Jesús en la fracción del pan nos llama a la celebración de la eucaristía con fe viva, dejándonos introducir en la lógica del pastor mesiánico, que se descubre como don y dador. La eucaristía nos llama a vivir en el amor de oblativo, de entrega radical, a ser nosotros mismos en nuestro vivir eucaristía existencial.
3.- El Espíritu Santo es quien vivifica y hace vivificante la eucaristía, el pan vivo que da vida a los hombres. Hemos de ser hombres de la Palabra en el Espíritu, es la clave de nuestra vida eucarística y ministerial, sin ella no podemos llegar a ser hombres de comunión. Es en el encuentro abierto con la Palabra donde el Espíritu nos invade y nos penetra, a la vez que nos unifica.
4.- La eucaristía se comprende en el horizonte del Reino, como la misión del siervo. Nos movemos en el gozo del Reino que ya ha sido preparado para nosotros, ese Reino que ya actúa y que lo celebramos en el presente con la esperanza del futuro, aunque nos toque andar por caminos de oscuridad y de cruz. No podemos dejar que se pierdan el Reino aquellos que son los preferidos del Siervo. Deseamos que se sienten en nuestras mesas.
5.- La eucaristía entre el tabor y el calvario, con los doce. Vamos de camino, la tensión puede ser fuerte en la historia y en la vida, la contradicción forma parte de la realidad, estamos en éxodo. Pero Cristo nos invita a vivir en esa espiritualidad del deseo ardiente del Hijo y del Padre. El Espíritu nos mueve el deseo de trascender y transformar la historia. Escuchamos la vida que se trae a la mesa, a la comunidad, y se come de pie, pero la devolvemos transfigurada, pasada por el matiz del evangelio del Reino.
6.- La Eucaristía es sacramento de la Alianza, como lo es Dios y Jesucristo. Toda la realidad está llamada a la comunión de la vida eterna, estamos en el proceso de lo común y lo saludable, de la plenitud. Es alianza cósmica y humana, que se realiza en el amor de Dios, ese es el Cristo glorioso con el que comulgamos mientras vamos de camino y alimentamos nuestra esperanza. Desde la eucaristía, unidos en el cuerpo y en la sangre, estamos llamados a ser apóstoles de la esperanza verdadera, la que necesita y busca nuestro mundo.
7.- Nos deshacemos en la presidencia de la eucaristía, solo El nos preside y nosotros presidimos con él si nos revestimos con su desnudez, su toalla y su lebrillo. Llamados a mirar creyentemente, a compartir fraternalmente, y a esperar comprometidos con el reino, nuestra presidencia ha de ser la del servicio a la comunidad, como lo ha hecho el maestro y el Señor.
8.- La mística de la eucaristía, no podemos tener otra mística que la que alimenta la mesa del pan partido: convidados en comunidad, exaltados por el abajamiento del Señor, siendo hermanos por la sangre de aquél que nos amó hasta el extremo, enviados con la fuerza de este alimento a todo el mundo para que este sea el pan de lo más pobres y olvidados, y sabiendo que él, ha resucitado y nos aguarda para liberarnos de todas nuestras cruces y conflictos en la plenitud de su gloria. No podemos ser sacerdotes sin la mística de la eucaristía, son la vida eucarística. El sacerdocio sin este espíritu, solo en la letra y en el rito, mata.
Han sido días de escucha atenta de la Palabra trabajada por este hermano mayor, de oración y estudio personal, de celebraciones tranquilas y compartidas, en un espacio de luz, paz, naturaleza. Una gracia poder cada año ir a un sitio tranquilo a descansar y encontrarse con el Señor. Es verdad que la tarea es mucha y andamos a veces agobiados, pero estos momentos de encuentro y silencio nos ayudan a renovarnos de un modo nuevo. También alegra ver a sacerdotes mayores llenos de espíritu apostólico, como a jóvenes con el corazón abierto recibiendo su palabra y su memoria, embarcados en un espíritu vivo y profundo del concilio vaticano II.
Es de agradecer el trabajo callado y constante que esta asociación de sacerdotes del Prado está aportando en la iglesia española, su modo de enriquecer a las diócesis y de cuidar y animar a presbíteros en su ser diocesanos y apóstoles, sin más pretensión que ser fieles al evangelio y al Cristo pobre. Ojalá nos acerquemos más a su ideal: sacerdotes pobres para los pobres.