"Momentos de gracia" Recuerdos psicológicos y diaconales en tiempos de pandemia
A mediados de marzo de 2020, en medio del confinamiento por la pandemia, me encontraba formando parte de un grupo de psicólogos, colegiados, voluntarios que asistimos al personal sanitario con terapia telefónica
Fue duro hablar con estos profesionales. El colofón fue que los psicólogos que participamos en esto fuimos homenajeados en los Teatros del Canal en un acto presidido por la Comunidad de Madrid
"Cuando regresé a mi hogar y le conté a mi mujer lo impresionados que habíamos salido del homenaje, me dijo: "Ya podían haberte hecho lo mismo con tu entrega como diácono en la pandemia, que fue mucho mayor y nadie te ha agradecido nada… Y desde luego, que es cierto lo primero"
"Cuando regresé a mi hogar y le conté a mi mujer lo impresionados que habíamos salido del homenaje, me dijo: "Ya podían haberte hecho lo mismo con tu entrega como diácono en la pandemia, que fue mucho mayor y nadie te ha agradecido nada… Y desde luego, que es cierto lo primero"
Mediados de marzo de 2020, en medio del confinamiento por la pandemia. Tan solo fueron llamadas telefónicas, pero el contexto era desolador. Una de ellas fue con una enfermera que se encontraba viviendo sola en Madrid, porque su familia vivía en un pueblo costero y tenía que asistir al hospital envuelta en un traje que parecía de astronauta a personas que estaban a punto de morir, sin tener familiares cerca.
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Su profesión sanitaria era crucial, pero la situación laboral no podía ser más estresante y angustiosa. En los momentos que podía hablamos y le proporcionaba herramientas y estrategias para afrontar de la mejor manera posible esa angustiosa situación. Me encontraba formando parte de un grupo de psicólogos, colegiados, voluntarios que asistimos al personal sanitario con terapia telefónica.
Reconozco que fue duro hablar con estos profesionales, especialmente porque uno no sabía muy bien cómo concienciarles de la importancia de su entrega, que lo estaban haciendo bien, que valía la pena. Cierto es que quitaba mérito a esta labor el que nos remunerasen estos servicios, y el colofón fue que los psicólogos que participamos en esto fuimos citados el 29 de noviembre de 2023 en los Teatros del Canal a un acto homenaje presidido por la presidenta de la Comunidad de Madrid, en el que nos dijo: “Tenemos una deuda eterna de gratitud con vosotros”.., “por no escatimar nunca esfuerzos ni horas de trabajo y atender a todos los que lo han necesitado en los momentos más difíciles”. “Quiero agradecer de corazón lo que hacéis, sois fundamentales y tenemos todos los ciudadanos una deuda eterna de gratitud con vosotros por lo que hicisteis entonces y por lo que seguís haciendo cada día”. Fue un acto precioso en el que se nos nombró uno a uno, subimos y se nos entregó un diploma recordatorio y una bonita insignia de plata.
Cuando regresé a mi hogar y le conté a mi mujer lo impresionados que habíamos salido del homenaje, me dijo: “Ya podían haberte hecho lo mismo con tu entrega como diácono en la pandemia, que fue mucho mayor y nadie te ha agradecido nada”
Y desde luego, que es ciertolo primero, en cuanto que fue una dedicación mil veces mayor, de lunes a domingo y en persona en el cementerio. Mi parroquia tiene un convenio con el vecino cementerio y los ministros de la parroquia asistimos con el rito de exequias en el momento de la sepultura. Desde hace casi veinte años imparto responsos, siempre desinteresadamente, y en la medida que me lo permite mis deberes laborales, que últimamente por horarios de trabajo, tan solo se limitan al fin de semana, pero durante el confinamiento pude asistir de lunes a domingo a celebrar responsos.
Subrayo que fue muchísimo más duro sin comparación que el servicio de psicólogo. Normalmente se realizan una media de dos entierros en este cementerio, pues en la pandemia todos los días se realizaban quince, que es el máximo. Al principio los sepultureros iban todos con su traje EPI y yo únicamente con la mascarilla, pero finalmente ya no realizaba el rito a pie de tumba, sino que los dábamos en la puerta del cementerio, la gran mayoría de las veces solo, acompañado por el conductor del vehículo funerario. ¡Qué dureza!, Pero qué ocasión la mía para poder darles personalmente el último adiós, despedir yo en nombre de la Iglesia a estos difuntos. Recuerdo que en una ocasión le di el responso yo solo con el conductor al que fue durante años capellán de la Congregación de la Asunción, un jesuita de gran fama y siempre rodeado de seguidores y en ese último momento solo conmigo. En otra ocasión la difunta era una monja y me di cuenta que su ataúd no tenía cruz, y al decírselo al conductor, me dijo que se habían acabado, de tantas muertes estaban desbordados.
Sin duda, fueron momentos durísimos, pero llenos de gracia y para mí desde luego, más razones para darle gracias a Dios por este regalo que es el diaconado, del que no soy digno. Tengo la certeza que donde mejor pagan es en el cielo. Homenajes. actos de reconocimiento no hubo, pero si una grandísima satisfacción de haber recibido mucho más que lo dado, de poder asegurar con San Francisco de Asís: “Dando es como se recibe; olvidando, como se encuentra; perdonando, como se es perdonado y muriendo, como se resucita a la vida eterna”.
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