LA RESURRECCION DE JESÚS DE NAZARET:  PLENITUD DE VIDA PARA TODOS Y PARA TODA LA CREACION

LA RESURRECCION DE JESÚS DE NAZARET:  PLENITUD DE VIDA PARA TODOS Y PARA TODA LA CREACION

Porque Resucita para todos y para toda la creación, a fin de que todos y todo tengamos vida y vida en abundancia y para siempre.

La muerte forma parte de la vida para que la vida siga siendo más vida bajo una nueva forma más perfecta de vivir. No vivimos para morir, sino que morimos para vivir más y mejor. La vida es solo una, que empieza y no termina nunca. Por eso los llamados muertos, no son muertos, sino vivos, en un nuevo estado de vida mejor y más perfecto. No nos acabamos con la muerte, sino que nos transformamos por ella, porque representa la puerta de entrada en un mundo que no conoce la muerte, donde el tiempo ya no cuenta porque es vida que no tiene fin, vida eterna”. (Condensado tomado de Leonardo Boff).

La vida es una sola, tan solo tiene dos orillas. Por tanto, morir no es perder la vida, sino pasar de esta orilla de la vida a la otra orilla de la vida, porque lo que empieza no termina nunca. La vida es eterna, porque empieza para siempre, tan solo cambia, es para siempre. La muerte no tiene la última palabra. La muerte no rompe la vida, sino que la prolonga indefinidamente de un modo nuevo.

La humanidad, de una u otra manera, siempre ha creído en una supervivencia porque ha sentido la necesidad de ella, todos los seres vivos sentimos esa necesidad, como sentimos necesidad de felicidad, salvo que una patología adversa altere nuestro mundo personal. En lo más profundo de todo ser vivo, late el ansia de vida, todo se resiste a morir, todo quiere vivir. Pero en la muerte de Jesús se da un hecho nuevo. Jesús murió violentamente en la cruz.

“Este hombre justo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal, que no transigió en nada con la mentira, la injusticia y la opresión, fue asesinado. Pero, en contra de todo lo que se podía esperar, este hombre sale victorioso de la muerte. Impotente, abandonado y vencido en la cruz, triunfa: no vence el opresor sino el oprimido; no vence el verdugo sino la víctima; no vencen los crucificadores sino el crucificado. El hombre justo, -y por justo, crucificado-resucita en plenitud de vida”. (Condensado tomado de Benjamín Forcano).

Los apóstoles, convivieron con Jesús y le acompañaron durante varios años. Hombres con pocos conocimientos, tardaron bastante en comprender el mensaje de Jesús y su alcance. De hecho, después de su condena a muerte lo dieron por definitivamente acabado, a pesar de todo lo que le habían oído y visto en El. La resurrección de Jesús, que tardaron un tiempo en asimilar (como era lógico), fue lo que los convenció definitivamente para seguirlo por encima de todo, y es lo primero que anuncian y transmiten al pueblo. Lo hacen con valentía, con decisión: “Pedro, levantando la voz dijo: Judíos y habitantes todos de Jerusalén, que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: “A Jesús Nazareno, hombre a quien Dios acreditó ante vosotros con milagros, prodigios y señales, como vosotros mismos sabéis, a este, Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte…; permitidme que os diga bien claro: a este Jesús, Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos. Sepa con certeza todo Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Ver capítulo 2 de los hechos de los Apóstoles). Y en el siguiente capítulo, Pedro, en otro discurso dice: “Israelitas… Dios ha glorificado a su siervo Jesús a quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato… Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello”. En el capítulo 10 Pedro vuelve a insistir: “Vosotros sabéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, como Jesús de Nazaret pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el mal, y nosotros somos testigos de todo lo hizo en la región de los Judíos y en Jerusalén, a quien llegaron a matar colgándolo de un madero: a este, Dios lo resucitó al tercer día… y nos lo hizo ver a nosotros, que hemos comido y bebido con El, después de su resurrección”.

Jesús resucitado ya no pertenece a la historia humana con sus limitaciones, sufrimientos, impotencias, frustraciones. La resurrección trasciende esta vida, inicia otra forma de existir que es de plenitud, que colma todos los anhelos que nos podamos imaginar y mucho más.

La resurrección se sitúa más allá de la historia, no pertenece a este mundo. Es metahistórica. A Jesús nadie de este mundo pudo verle resucitar, porque la resurrección pertenece a otra dimensión más allá de esta vida, que no está al alcance de nuestra percepción en esta etapa de la vida, justamente para que esta vida continue en plenitud, en más y mejor vida. Esto no es comprobable por los sentidos ni por la razón, sino solo aceptable por la fe en Jesús y el valor y coherencia de su vida y su Mensaje. Lo más que alcanzamos a comprender es que responde a nuestros anhelos más profundos de vivir para siempre y en plenitud, y no de morir para quedar muertos. Jesús se esforzó una y otra vez en convencer a los discípulos de que estaba vivo de nuevo, de que no había muerto para quedar muerto. Ellos nos transmitieron su experiencia de tratar con Jesús resucitado, para que la sintamos como propia.

Los cuatro evangelistas cuentan de muchas maneras la experiencia de haber tratado con Jesús resucitado, pero todos coinciden en afirmar lo mismo: Jesús ha resucitado. Fueron muy honestos en sus narraciones, pues a pesar del absoluto machismo imperante, recogen las apariciones a María Magdalena y a otras mujeres como las primeras que hizo Jesús, e incluso recogen cómo les manda a ellas ir a anunciar a los discípulos que ha resucitado, y en concreto a María Magdalena. A partir del hecho de la resurrección de Jesús, todos los apóstoles y discípulos empiezan a llamarle Señor, nombre reservado en la Biblia especialmente para Dios. Y estaban tan convencidos de ello que dieron su vida por esta causa. La resurrección de Jesús fue lo primero que empezaron a enseñar y a atestiguar, porque se dieron cuenta de que era el hecho cumbre y más importante de su vida, para El y para todos.

Si no fuera así, ¿quién compensaría a tantos seres humanos y tantos seres vivos, que son víctimas de una muerte injusta por el hambre, la sed, las guerras, la violencia, las torturas, las mayores crueldades, como engordar y luego matar a niños para vender sus órganos, las injusticias, las dictaduras,  como le pasó al propio Jesús, y les pasó a lo largo de la historia a millones de personas, como a los esclavos de la antigüedad, los llevados por los negreros a América, los muertos en las dos guerras mundiales, o les está pasando ahora en Ucrania y pasó recientemente en otros países como en Guatemala o Ruanda, y está sanado en la R.D. del Congo, en Sudán del Sur, en todos los casos con crueldades inauditas, sobre todo contra las mujeres y los niños, que horroriza transcribir, y por eso no lo hacemos? Si murieron para quedar muertos, y muertas, eso es una espantosa injusticia. Ya nadie les puede reparar un daño tan grande.

 Nosotros tampoco podemos hacerlo, solo recordarlo para que no se repita. Por eso, morir para quedar muertos es inadmisible, absurdo e insoportable. La aspiración de todo ser vivo es vivir para siempre y feliz: la respuesta a esta aspiración es Jesús resucitado, y no solo para los seres humanos, sino también para toda la creación. Sin duda tiene que haber y va a haber plenitud de vida para todos y para todo, y por eso les manda a los discípulos que anuncien el Evangelio, o la Buena Noticia, a toda la creación (Marcos 16,15).

Jesús de Nazaret, sin ser profesor de ninguna asignatura, sin embargo fue un gran maestro de vida, porque fue maestro de amor, enseñándonos a amarnos unos a otros; maestro de fraternidad, enseñándonos a tratarnos como hermanos; maestro de solidaridad, enseñándonos a compartir los bienes con los más necesitados; maestro de salud, curando a los enfermos; maestro de justicia, para que seamos justos unos con otros, porque sin justicia no hay paz; maestro de esperanza, para que nunca nos dejemos arrastrar por la desesperación; maestro de luz, para que seamos luz de vida para nosotros y para los demás; maestro de fe para saber que nuestra vida no se acaba con la muerte y al final nos espera Dios; maestro de salvación, para este mundo y para la vida eterna; maestro de sentido de la vida, para que sepamos siempre por qué y para qué hacemos el bien y evitamos el mal; maestro de entrega a los demás, para que hagamos un mundo mejor y más bueno para todos los seres humanos y para toda la creación. De todas estas asignaturas, las más importantes para la vida, todos podemos ser excelentes profesores.

A la luz de la resurrección, todo lo que mata, destruye, hace sufrir, daña, perjudica, es indigno; y ya solo es digno aquello que potencia y facilita la vida, la felicidad, la alegría, la igualdad, la esperanza, la fraternidad, la solidaridad, el amor, la ternura, la belleza, la compasión, la amabilidad, el cuidado de todas las criaturas: todo lo mejor para todos y para todo. Luchar por estos grandes valores ya anticipa un poco la resurrección porque nos hace más felices ya en este mundo, y al mismo tiempo nos hace también más dignos y confiados de poseerla un día en su plenitud, en compañía de toda la humanidad y toda la creación.

Para terminar recogemos unas palabras atribuidas a san Agustín: La muerte no es nada. No he hecho más que pasar al otro lado. Yo sigo siendo yo. Tú sigues siendo tú. Lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo. Dame el nombre que siempre me diste. Háblame como siempre me hablaste. No emplees un tono distinto. No adoptes una expresión solemne ni triste. Sigue riendo de lo que nos hacía reír juntos... Reza, sonríe, piensa en mí, reza conmigo. Que mi nombre se pronuncie en casa como siempre lo fue, sin énfasis alguno, sin huella alguna de sombra. La vida sigue significando lo que siempre significó. La vida es lo que siempre fue: el hilo no se ha cortado. ¿Por qué habría de estar yo fuera de tus pensamientos? ¿Sólo porque estoy fuera de tu vista? No estoy lejos, tan sólo a la vuelta del camino. Lo ves, todo está bien. Volverás a encontrar mi corazón, volverás a encontrar su ternura acendrada. Enjuga tus lágrimas, y no llores si me amas”.

Feliz Pascua de Resurrección a todas y a todos, amigas y amigos, y especialmente para vosotras, hermanas mujeres, que habéis sido las primeras en recibir la NOTICIA de Jesús resucitado y anunciarla a los Apóstoles: que pronto os sea reconocodo con todas las consecuencias. Muchas gracias por compartir estas sencillas consideraciones con vuestros contactos.

Un abrazo muy cordial.-Faustino

Volver arriba