El seguimiento de Jesús de Nazaret
| Faustino Vilabrille
EL SEGUIMIENTO DE JESUS
La gran pregunta: Si todos los que nos decimos cristianos o católicos, diéramos la mitad de lo que tenemos a los empobrecidos, ¿cómo sería el mundo? Y si por lo menos, diéramos la mitad de lo que nos sobra, ¿Cómo sería el mundo?
La gran pregunta: si la Iglesia española devolviera la mitad los 34.961 bienes de los que se apropió con las inmatriculaciones, ¿no mejoraría un poco el riesgo de pobreza en que están casi 12 millones de españoles?
La gran pregunta: si el Deán de la catedral de México diera los 25.000 euros que gasta al mes en conservar su catedral, ¿no aliviaría un poco las penurias tan grandes que sufre Haití, el país más pobre de América?
La fe se mide por el compromiso, y el compromiso es el seguimiento de Jesús para hacer en este mundo lo que El hizo: luchar por una vida digna para todo ser humano, especialmente para los más empobrecidos y necesitados, hasta dar la vida por esta causa si hace falta, como El lo hizo. La fe, pues, no es otra cosa más que seguir a Jesús para hacer lo que El hizo.
El escrito que hemos enviado el domingo pasado, titulado “Estados Unidos el gran fariseo”, es posible que a los que hemos nacido, vivido y fuimos “educados” en el contexto de la civilización occidental, nos haya resultado un poco provocativo, porque, sin darnos cuenta, tal vez consideramos como normales cosas que no lo deberían ser, como que haya ricos y haya pobres, como que unos tengamos un coche utilitario y otros uno lujoso, tengamos una vivienda corriente o un chalet, o que unos puedan ir de vacaciones y otros no, etc.
También posiblemente que consideremos como normal que unos vayan a misa bien vestidos y otros más pobremente, que unos celebren bodas lujosas y otros austeras en una misma iglesia.
Es posible que también veamos como normal que unos sean más ricos y otros más pobres, y que sea normal que haya diferencias y desigualdades económicas y sociales entre unos y otros. Y que también veamos como normal que haya parroquias ricas y parroquias pobres…
Es posible incluso que veamos como normal que todas esas cosas sean compatibles con Jesucristo y su mensaje. Sobre esto queremos decir algo hoy, porque el Evangelio de este domingo (Lucas 19,1-10) habla de un hombre pequeño, recaudador de impuestos para Roma y por eso mal visto por el pueblo, llamado Zaqueo, que quería ver a Jesús y se subió a un árbol para poder verlo pasar. Pero Jesús se fijó en él y le dijo: “bájate, que hoy quiero hospedarme en tu casa”. El bajó enseguida y lo recibió muy contento. La gente criticaba a Jesús porque había ido a alojarse a casa de un pecador. Pero Zaqueo, puesto en pie, le dice a Jesús: “la mitad de mis bienes, Señor, se la voy a dar a los pobres, y si de alguno me he aprovechado le devolveré cuatro veces más”. Jesús le contesta: “hoy ha venido la salvación a esta casa”.
La gran pregunta: Si todos los que nos decimos cristianos o católicos, hiciéramos lo que hizo Zaqueo, ¿cómo sería este mundo?
Incluso, si hiciéramos tan solo lo primero que dice Zaqueo: dar la mitad de lo que tenemos, sin ni siquiera llegar a devolver cuatro veces más, ¿cómo sería el mundo? Y si por lo menos diéramos la mitad de lo que nos sobra…Pero, ¿quiénes estamos dispuestos a dar la mitad de lo que tenemos, o incluso la mitad de lo que nos sobra?
Y si la Iglesia Católica diera la mitad de lo que tiene, y si los EE.UU. y los países europeos, donde se fraguó la civilización occidental, en gran parte impregnada de religiosidad cristiana, diéramos la mitad de lo que tenemos, sobraría muchísimo para acabar con los más grandes problemas que tiene la humanidad: el hambre, las enfermedades curables, la pobreza de África, la de la India, Hispanoamérica o Bangladés; sobraría para acabar con la falta de médicos y medicinas, de hospitales, o la falta de escuelas, universidades, comunicaciones. Se arrancarían de raíz las causas de las guerras, del terrorismo, de las emigraciones, las injusticias, la violencia, y cerraríamos miles de cárceles…
Necesitamos convertirnos como Zaqueo, convertirnos con los hechos, con una fe, no de cabeza y de sentimientos, ni de ritos y peregrinaciones, ni de catedrales y monumentos, ni de grandes eventos o celebraciones solemnes, sino con una fe que toque el bolsillo, la cartera, la cuenta corriente, la caja fuerte, el desprendimiento de lo superfluo (con esto solo bastaría, pero hay tantas cosas superfluas que consideramos necesarias…, pero que no lo son); una fe impregnada de generosidad, de compromiso liberador, de solidaridad comprometida y liberadora de los oprimidos. Una fe llena de alegría por poder hacer algo por los que más lo necesitan sin esperar nada a cambio.
El Reino de Dios que Jesús practicó, enseñando, curando, alimentando, rehabilitando, es para este mundo, es para aquí, es para ahora, es para esta vida, porque Jesús quiere que todos tengamos vida y vida en abundancia en este mundo. Así lo dice El mismo: “Yo he venido para que todos tengan vida y vida en abundancia” (Evangelio de Juan 10,10). Dios quiere el bien, la alegría, y la felicidad de todos, aquí y ahora: hacerlo posible es cosa nuestra, depende de nosotros, y no le podemos pedir a El lo que podemos y debemos hacer nosotros. Construir el Reino de Dios en este mundo, es justamente lo que nos hace dignos de su plenitud más allá de las fronteras de esta vida. La vida es solo una, que empieza pero no termina nunca, tan solo cambia. Estos días recordamos a los hermanos difuntos, pero no los deberíamos llamar así, sino vivos para siempre, pues para Dios todos están vivos porque “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para El todos están vivos”, dice Jesús (Evangelio de Lucas 20,38). No hay dos vidas: la vida es una, tan solo tiene dos orillas: una orilla de este lado de la vida, y otra orilla del otro lado de la vida. Lo que llamamos morir es tan solo pasar de esta horilla de la vida a la otra orilla de la vida.
Luchar por la dignidad de todo ser humano en este mundo es lo que nos hace dignos de la plenitud de la dimensión trascendente del Reino de Dios, más allá de las limitadas fronteras de la vida de esta etapa de la existencia.
Al final, Jesucristo, no le va a preguntar al Deán de México por la catedral, sino por los empobrecidos de Haití (Evangelio de Lucas 25,31-46)
Dentro de unos días nos llegarán los proyectos de cooperación para 2023: que nuestra generosidad para apoyarlos, demuestre la autenticidad de nuestra fe.
Feliz domingo a tod@s.-Faustino