Actualizar nuestra fe como exigencia de cada tiempo presente Consuelo Vélez: "La llamada 'primavera de Francisco' no acaba de instalarse porque las resistencias son muchas"
"Cada vez menos gente le encuentra sentido a vivir su fe dentro de la Iglesia católica y, mucho menos, a la práctica de los sacramentos, a la misa dominical y tantas otras expresiones de fe. ¿Qué podríamos hacer para renovar desde dentro nuestra fe y ofrecerla a nuestros contemporáneos?"
"La jerarquía y, en concreto Francisco, siente que no puede mantenerse más la asimetría entre los distintos miembros de la Iglesia"
Con el inicio del año y la renovación a que se invita en todas las cosas, estaría bien proponer una renovación de nuestra fe, un volver a darle un impulso que la haga más actual, más pertinente, más ajustada a los tiempos actuales. Todo esto no por un esnobismo o algo pasajero sino porque, continuamente tenemos que actualizarnos en todos los aspectos, pero, además, porque la crisis de la iglesia y del testimonio de los cristianos, es una realidad.
Aunque surjan grupos que convocan jóvenes o se fortalecen algunas pastorales, el panorama global no es muy alentador. Cada vez menos gente le encuentra sentido a vivir su fe dentro de la Iglesia católica y, mucho menos, a la práctica de los sacramentos, a la misa dominical y tantas otras expresiones de fe. ¿Qué podríamos hacer para renovar desde dentro nuestra fe y ofrecerla a nuestros contemporáneos?
No hay recetas mágicas para ofrecer y cualquier palabra que se diga se va a quedar corta y, además, no aplica lo mismo para tantos contextos diversos. Pero propongamos algunas posibles. En primer lugar, refirámonos a la Sagrada Escritura. Las personas siguen buscando “libros de sabiduría”, “libros de autoayuda”, etc., porque necesitan dar sentido a su vida, aunque no lo hagan en el seno de la Iglesia católica. La Sagrada Escritura es el testimonio de un pueblo que encontró el sentido de su vida en la fe en el Dios vivo y presente en la historia, y da testimonio de ello, en diferentes géneros literarios, con múltiples experiencias de vida, con muchísimos recursos distintos con el objetivo de llegar a los destinatarios de su tiempo y de todos los tiempos.
A ese testimonio de vida, los creyentes le consideramos palabra de Dios, expresión privilegiada del querer de Dios sobre la humanidad. Pero ¿qué pasa que los católicos no logran apropiarse de la Biblia, no consiguen entenderla, esta no parece ofrecerles esas palabras de sabiduría que buscan? Creo que una de las respuestas es que mientras no la presentemos, valiéndonos de los recursos exegéticos y literarios actuales para entenderla bien, no puede menos que permanecer en la penumbra de la incomprensión y de la desactualización para las personas de hoy. No estamos en tiempos de atraer a otros por el poder de la “autoridad”: “así lo manda Dios”, sino por la actitud de diálogo y ofrecimiento gratuito de propuestas iluminadoras y que cobran sentido cuando no se imponen, sino que se interpretan adecuadamente. En la Biblia no podemos encontrar las respuestas puntuales sobre un tema y otro y menos sobre los problemas actuales -totalmente ausentes de los tiempos bíblicos- pero si podemos preguntar por el sentido del actuar de Dios ante los acontecimientos de aquellos tiempos y discernir cuál sería el sentido para nuestros tiempos.
En segundo lugar, está la cuestión de la participación de todo el pueblo de Dios en la marcha de la Iglesia. La jerarquía y, en concreto Francisco, siente que no puede mantenerse más la asimetría entre los distintos miembros de la Iglesia. La propuesta de la sinodalidad es un esfuerzo por abrir espacios, sin embargo, aún siguen muchas resistencias que el mismo documento de trabajo sobre la sinodalidad muestra al seguir manteniendo la diferencia entre “todos” (laicado), entre “algunos” (obispos) y entre “uno” (Papa).
Por supuesto que no se tienen que borrar los diferentes ministerios, pero estos han de ser para el servicio de todos y no para el poder de algunos. Mientras los niveles de decisión sigan concentrados en la jerarquía, no se vive la corresponsabilidad y es menos la gente que se siente convocada a participar de una institución que no da pasos en dirección de una participación más plena para todos sus miembros. Esto depende no solo de la jerarquía sino del propio laicado. Hemos de apropiarnos del bautismo que hemos recibido y que nos hace partícipes del sacerdocio, profetismo y reinado del mismo Cristo; es decir, no somos miembros de segunda categoría ni mucho menos depositarios de la misión, sino agentes de la misma misión. Por eso es indispensable dar nuestra palabra y tomarnos en serio el protagonismo laical que ha estado tan ausente en la Iglesia de nuestro tiempo.
En tercer lugar, es muy importante revisar la actuación política de los cristianos. No hay que identificar fe con política en el sentido de hacer una política creyente -como las fuerzas ultraconservadoras lo pretenden una y otra vez- sino buscar que la persona de fe tenga la claridad suficiente para apoyar los procesos democráticos y los cambios necesarios para alcanzar la justicia social. No es suficiente tener la postura fundamentalista de oponerse a proyectos de ley que difieren de la moral católica -sin mirar el conjunto de las propuestas- porque se cae en un fundamentalismo moral que niega la visión pluralista y diversa que hoy es un signo de los tiempos irreversible en nuestro mundo actual.
En lo que respecta al cultivo de la espiritualidad, las liturgias rígidas, solemnes, con solo protagonismo del clero -aunque atraen a algunos- no están diciendo casi nada a los jóvenes de hoy, salvo a los muy necesitados de autoridad y seguridades. Esto no significa que los rituales y espacios de alabanza o de conexión con la creación que se hacen desde otras espiritualidades no tengan mucho de formas y pasos a seguir que también a veces resultan demasiado extravagantes, pero tal vez, los contenidos que vehiculan están más cercanos a lo que la gente necesita, busca, pretende. Lo cierto es que cada vez más gente asume otras prácticas que llaman de espiritualidad (en ocasiones sin Dios) y menos lo establecido en la liturgia. Un repensarla y actualizarla es necesario, no por moda sino porque una fe que, en sus expresiones, no se conecta con la vida, pierde su sentido.
Finalmente, cada uno podría dar diferentes iniciativas para darle un impulso nuevo a nuestra fe y a nuestra vivencia eclesial. La llamada “primavera de Francisco” no acaba de instalarse porque las resistencias son muchas, pero también, porque más de un cristiano no ve la urgencia de revitalizar nuestra fe y actualizarla para el hoy, quedándose en echarle la culpa a la realidad actual -que algo influye, por supuesto- sin responsabilizarse por la necesaria actualización que cada tiempo exige a todas las realidades, incluida la fe que profesamos.
(Foto tomada de: https://www.youtube.com/watch?v=vUnVMY1BnvE)
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