¡Feliz Año!
Es interesante constatar que lo que nos deseamos al terminar el año, es felicidad para el año que viene. ¡Feliz año! Repetimos una y otra vez y solo deseamos cosas buenas: que haya más éxito, más salud, más alegrías, más paz, nuevas perspectivas y oportunidades. Esto refleja la capacidad humana de seguir apuntando al bien y de que no nos resignamos con el mal y el fracaso, ni con la enfermedad o la muerte -aunque esta covid la haya explicitado tanto-.
Para los creyentes esta apuesta por un tiempo mejor no proviene solo de esa capacidad humana que acabamos de señalar sino también de la confianza puesta en el “Dios de la vida” en quien creemos. Nuestro Dios es el Dios de las Buenas Noticias. Es buena noticia el Dios que salió al encuentro del pueblo de Israel, no porque fueran el pueblo más grande y numeroso sino precisamente por ser un pueblo pequeño e indefenso (Dt 7,7). Es buena noticia el Dios que liberó a su pueblo del poder de los egipcios y les entregó la tierra que mana leche y miel (Ex 3, 8). Es buena noticia el Dios que, a pesar del pecado del pueblo, jamás se apartó de ellos y no revocó su promesa en ningún instante (Jer 31,33). Pero, sobre todo es buena noticia el Dios en quien creemos que se hizo ser humano en Jesús, “un Dios con nosotros” (Mt 1,23), compartiendo así, nuestra condición humana y mostrándonos que, desde la humanidad que sentimos limitada y pequeña, se puede ser un ser humano de la talla de Dios mismo.
Y ¿qué significa ser humano al estilo de Dios? Para eso hay que mirar a Jesús lo que hizo y dijo y si Él, siendo humano, pudo hacerlo, con toda seguridad podemos hacerlo también nosotros.
Si miramos los textos del Nuevo Testamento, vemos a un Jesús a quien describen como aquel que “pasó haciendo el bien” (Hc 10, 38). Una frase muy corta pero muy profunda para describir a Jesús y para invitarnos a ser como Él.
Todos podemos pasar “haciendo el bien”, cuando nos interesa la vida de los otros y no pasamos de largo frente a ellos. Cuando escuchamos su voz, su punto de vista, sus sentimientos, sus dolores y no juzgamos de antemano. Cuando nos disponemos a dar el primer paso para solucionar un problema, aclarar un desacuerdo, reconstruir una relación rota. Cuando nos dejamos tocar por las necesidades de los demás y descubrimos todo lo que somos capaces de dar de nosotros mismos para remediarlas. Cuando tenemos una actitud agradecida frente a todo lo que son los demás y cómo nos enriquecen con sus dones personales. Y así podríamos seguir enumerando tantas maneras de hacer el bien y todo el fruto que esto daría para hacer del próximo año, un año feliz.
Por supuesto no podemos olvidar las actitudes negativas que también salen de nuestro interior y que percibimos en los que nos rodean. Todo aquello que enturbia la posibilidad de hacer el bien. Tantos rencores, envidias, orgullos, y una infinita lista de actitudes que también viven en el corazón humano y con las que tenemos que lidiar a diario. Pero para eso también nos enseñó Jesús con su propia vida, la liberación que da el perdonar, la fuerza que da el volver a comenzar de nuevo, la alegría que inunda la vida cuando reconociendo las propias faltas, volvemos a emprender el camino.
Ser humano es estar caminando, con sus avances y retrocesos, con sus logros y fracasos. Pero ser humano creyendo en Jesús -Dios con nosotros- es tener la certeza de que Él nos lleva por verdes prados y aguas que refrescan pero que también no se aparta de nuestro lado cuando pasamos por valles oscuros (Sal 23).
El mensaje cristiano está siendo dejado de lado por muchas personas, especialmente por los jóvenes. No logran encontrar en él una palabra que les atraiga y les convoque. Tal vez se nos ha olvidado mostrar toda la humanidad que encierra, testimoniar que no es un mensaje de normas por cumplir, de pecados por confesar, sino de vida que vivir. Vida de amor, de justicia, de paz, de compromiso, de futuro, de felicidad.
Tal vez hace falta comunicar más las Bienaventuranzas que son el programa del Reino de Dios anunciado por Jesús en Mateo (5, 1-12) y cómo ponerlo en práctica. Felices los “pobres de espíritu”, es decir, los que no viven llenos de sí sino que están abiertos a la relación, al otro y, sobre todo a Dios; Felices los mansos o humildes, que según Santa Teresa, son los que viven en verdad; reconociendo sus riquezas y sus limitaciones y por eso saben comprender las riquezas y limitaciones de los otros; Felices los que lloran, es decir, aquellos que se dejan afectar por el dolor del mundo, no lo rehúyen, lo asumen y buscan transformarlo. En fin, podríamos seguir con cada una de las Bienaventuranzas, pero se pueden resumir en felices lo que se arriesgan a vivir desde el amor y asumen todo lo que él implica (Ver 1 Cor 13, 4-8).
Queda poco para decir muchas veces ¡Feliz Año! Que llenemos esa palabra “felicidad” del contenido que la vida del Dios hecho ser humano en Jesús nos comunica. Atrevámonos a ser felices de la manera como lo enseñó Jesús. Seguramente así el año que pronto comenzamos será un año mucho más feliz para nosotros y para todos los que nos rodean.
(foto tomada de: Redactar mejor: ¡Feliz Año Nuevo para todos!)