Ser misioneros de la misericordia
Desde el pasado 8 de diciembre, estamos celebrando el Año Jubilar de la misericordia. Como “Año jubilar extraordinario” es una ocasión que no podemos pasar de largo. Más aún, la llamada a la misión que compartimos, nos convoca a realizarla desde el horizonte de la misericordia de manera contundente y audaz.
El Papa Francisco afirmaba en la Bula “Misericordiae Vultus (MV -El rostro de la misericordia-)” -con la que convocaba a este acontecimiento- que “tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. (…) la tentación de pretender siempre y solamente la justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable pero, la iglesia no obstante, necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa” (MV. 10). En otras palabras, es el momento propicio para repensar nuestro actuar misionero, confrontarlo con la misericordia que debe acompañar nuestro anuncio y desplegarlo para que alcance a muchos y puedan reconocer el rostro de un Dios misericordia, una iglesia sacramento de la misericordiosa, una misión portadora del evangelio de la misericordia.
¿Cómo revitalizar y relanzar nuestro anuncio misionero desde el horizonte de la misericordia? Pues como lo dice la Bula papal, la misericordia tiene “rostro” y es el de Dios mismo hecho ser humano en Jesús con su actuar misericordioso tan claro y definitivo. Lamentablemente la imagen que a veces la gente tiene de Dios se centra más en el poder divino, en sus mandatos para nuestra vida y, hasta en el castigo que puede infligirnos por nuestras malas acciones. Es verdad que en el Antiguo Testamento hay algunos pasajes que presentan más la figura del “Dios de los Ejércitos” (Is 1,24; 1 Sam 17, 45; etc.) pero estos nombres hay que entenderlos en su contexto y en el género literario en que se expresan. Lo definitivo, es el rostro del Padre misericordioso que nos revela Jesús. Todo lo que la Biblia declara sobre el Dios de la misericordia se concreta en la vida de Jesús: El amor de Dios “se ha hecho visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (MV 8).
De este rostro misericordioso de Dios, la Iglesia ha de ser sacramento. Y esto no es posible sino cuando todo en su acción pastoral este revestido por la ternura, y nada de lo que ella es, sea ajeno a la misericordia. Su credibilidad se juega en su amor misericordioso y compasivo. Ella ha de vivir un deseo inagotable de brindar misericordia (Cf. MV 10). Estas palabras son cuestionadoras e interpelantes. El rostro sacramental de la Iglesia muchas veces no refleja esa misericordia divina. Por eso el Papa continua diciendo “ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (MV 11). ¡Qué palabras tan oportunas para nuestra realidad colombiana tan urgida de perdón y reconciliación para alcanzar la paz! Si toda la Iglesia universal ha de ser sacramento del perdón y de la misericordia, la Iglesia colombiana tiene una exigencia irrenunciable en este momento histórico. ¿Cómo nos disponemos para ello? No es un perdón y misericordia ingenuas, pero si es un perdón y misericordia real, como la de Dios mismo.
Por tanto, la misión evangelizadora de la Iglesia tiene que abrir la “Puerta de la misericordia” a todos los destinatarios, haciéndoles experimentar que “el amor de Dios siempre consuela, perdona y ofrece esperanza” (MV 3). “Ha de usar la medicina de la misericordia antes que las armas de la severidad” (MV 4). “Ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios. A todos, creyentes y lejanos, ha de llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros” (MV 5). En la misión “el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral” (MV 12).
Anunciar la misericordia de manera contundente y audaz, como dijimos al principio, implica no tener miedo de proclamarla, vivirla y exhortar a que muchos otros la vivan. No es fácil proclamarla en medio de sociedades con conflictos tan grandes, como la nuestra, pero es imprescindible. No es sencillo vivirla porque podemos ser mal interpretados, en algunos casos, hasta aprovechados por aquellos que confunden misericordia con debilidad. Pero como el Padre de la parábola que no fue entendido por el hijo mayor, nuestra misión ha de dar un testimonio audaz que pretenda convencer a los demás desde la experiencia de encuentro y no desde la coacción.
El Papa propuso enviar “Misioneros de la misericordia” en este año jubilar (MV 18). También nosotros podemos y debemos sentirnos inmersos en esta misión y disponernos a hacer de nuestra vida un testimonio vivo de la misericordia divina. Que la comprensión hacia los demás sea nuestra actitud permanente. La búsqueda de la justicia ha de ir de la mano de la misericordia que anunciamos (MV 20) Y, con María, madre de la misericordia, podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios (MV 14) que se haga viva y eficaz en nuestra vida y en la de todos los que reciban nuestro anuncio.
El Papa Francisco afirmaba en la Bula “Misericordiae Vultus (MV -El rostro de la misericordia-)” -con la que convocaba a este acontecimiento- que “tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. (…) la tentación de pretender siempre y solamente la justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable pero, la iglesia no obstante, necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa” (MV. 10). En otras palabras, es el momento propicio para repensar nuestro actuar misionero, confrontarlo con la misericordia que debe acompañar nuestro anuncio y desplegarlo para que alcance a muchos y puedan reconocer el rostro de un Dios misericordia, una iglesia sacramento de la misericordiosa, una misión portadora del evangelio de la misericordia.
¿Cómo revitalizar y relanzar nuestro anuncio misionero desde el horizonte de la misericordia? Pues como lo dice la Bula papal, la misericordia tiene “rostro” y es el de Dios mismo hecho ser humano en Jesús con su actuar misericordioso tan claro y definitivo. Lamentablemente la imagen que a veces la gente tiene de Dios se centra más en el poder divino, en sus mandatos para nuestra vida y, hasta en el castigo que puede infligirnos por nuestras malas acciones. Es verdad que en el Antiguo Testamento hay algunos pasajes que presentan más la figura del “Dios de los Ejércitos” (Is 1,24; 1 Sam 17, 45; etc.) pero estos nombres hay que entenderlos en su contexto y en el género literario en que se expresan. Lo definitivo, es el rostro del Padre misericordioso que nos revela Jesús. Todo lo que la Biblia declara sobre el Dios de la misericordia se concreta en la vida de Jesús: El amor de Dios “se ha hecho visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (MV 8).
De este rostro misericordioso de Dios, la Iglesia ha de ser sacramento. Y esto no es posible sino cuando todo en su acción pastoral este revestido por la ternura, y nada de lo que ella es, sea ajeno a la misericordia. Su credibilidad se juega en su amor misericordioso y compasivo. Ella ha de vivir un deseo inagotable de brindar misericordia (Cf. MV 10). Estas palabras son cuestionadoras e interpelantes. El rostro sacramental de la Iglesia muchas veces no refleja esa misericordia divina. Por eso el Papa continua diciendo “ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (MV 11). ¡Qué palabras tan oportunas para nuestra realidad colombiana tan urgida de perdón y reconciliación para alcanzar la paz! Si toda la Iglesia universal ha de ser sacramento del perdón y de la misericordia, la Iglesia colombiana tiene una exigencia irrenunciable en este momento histórico. ¿Cómo nos disponemos para ello? No es un perdón y misericordia ingenuas, pero si es un perdón y misericordia real, como la de Dios mismo.
Por tanto, la misión evangelizadora de la Iglesia tiene que abrir la “Puerta de la misericordia” a todos los destinatarios, haciéndoles experimentar que “el amor de Dios siempre consuela, perdona y ofrece esperanza” (MV 3). “Ha de usar la medicina de la misericordia antes que las armas de la severidad” (MV 4). “Ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios. A todos, creyentes y lejanos, ha de llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros” (MV 5). En la misión “el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral” (MV 12).
Anunciar la misericordia de manera contundente y audaz, como dijimos al principio, implica no tener miedo de proclamarla, vivirla y exhortar a que muchos otros la vivan. No es fácil proclamarla en medio de sociedades con conflictos tan grandes, como la nuestra, pero es imprescindible. No es sencillo vivirla porque podemos ser mal interpretados, en algunos casos, hasta aprovechados por aquellos que confunden misericordia con debilidad. Pero como el Padre de la parábola que no fue entendido por el hijo mayor, nuestra misión ha de dar un testimonio audaz que pretenda convencer a los demás desde la experiencia de encuentro y no desde la coacción.
El Papa propuso enviar “Misioneros de la misericordia” en este año jubilar (MV 18). También nosotros podemos y debemos sentirnos inmersos en esta misión y disponernos a hacer de nuestra vida un testimonio vivo de la misericordia divina. Que la comprensión hacia los demás sea nuestra actitud permanente. La búsqueda de la justicia ha de ir de la mano de la misericordia que anunciamos (MV 20) Y, con María, madre de la misericordia, podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios (MV 14) que se haga viva y eficaz en nuestra vida y en la de todos los que reciban nuestro anuncio.