La paz una apuesta irrenunciable desde nuestra fe
Y los que hemos sido más ‘espectadores’ del conflicto –porque no hemos tenido directamente una afectación, aunque prácticamente casi nadie puede estar totalmente ajeno porque la realidad de ser un país con semejante conflicto y por tanto tiempo, de alguna manera permea todos los estamentos y estamos marcados por esta guerra interna-, hemos de contribuir decisivamente, poniendo todo lo que está de nuestra parte para que avance y se consolide el proceso de paz. Mucho más si nos decimos creyentes. Ojala nos convenciéramos de una vez por todas: la guerra no engendra sino más guerra, el odio no trae sino más odio, la venganza no deja ninguna salida. Es verdad que no queremos una paz con “perdón y olvido” –como se ha realizado en algunos lugares o se pide por algunos estamentos-. El olvido no permite sanar. Es sólo la capacidad de nombrar de nuevo y de que no quede en el olvido la memoria de las víctimas lo que puede abrir caminos de futuro. En el país se ha avanzado en ese sentido y por eso la verdad, justicia y reparación se impone y los centros de memoria son mediaciones indispensables para que la historia vivida forme parte de lo que somos y permita soñar con un futuro que sabe de dónde parte y tiene certeza de lo que no debe permitir que pase ¡nunca más!
El anuncio del reinado de Dios que hizo Jesús, nos muestra esa apuesta por la paz de todas las formas. Él no callo su palabra profética. Supo denunciar a los victimarios de su tiempo. Incomodó, interpeló, y se “ganó la muerte” –como se dice hoy en la reflexión teológica sobre la cruz de Jesús-. Pero creyó en el corazón humano, en la capacidad de conversión y en la posibilidad de un nuevo comienzo. Sus milagros son signos de que se puede incorporar a los excluidos de la sociedad –por la causa que sea- y que se puede ser casa que acoja y posibilite la vida de los que –en muchos casos- por el sistema injusto se vieron abocados a tomar las armas o simplemente se fueron metiendo en el espiral del mal que envuelve y parece no dejar salida.
¿Cómo desmontar este aparato de guerra construido durante tantos años para ventaja de unos y de otros? Y ¿cómo desmontar nuestros corazones que tantas veces sólo ven la realidad de un lado y no quiere o no puede acoger y escuchar la verdad del otro? La cuota del cristianismo es indispensable en este momento. El Dios que ama a todos y a nadie le niega la vida. El Dios que interpela pero que perdona. El Dios que exige verdad y conversión y no se desdice de su promesa de salvación. Ese Dios quiere hacerse presente a través nuestro y la apuesta por la paz es una ocasión única y definitiva.