"Para el público secular, la Iglesia no contribuye a la sociedad en nada positivo" Siguiendo por Alemania: ¿Para qué, todavía, la Iglesia? [es+de+en+pt]
"El año pasado, 522.821 personas en Alemania respondieron, más o menos, que 'para nada', y terminaron oficialmente su membrecía en la Iglesia católica"
"Otro tema que contribuye al rechazo público que experimenta la Iglesia en Alemania, es la mala administración de sus grandes fortunas"
"Aumentan el clericalismo y la supremacía arrogante de gran parte del clero, con el apoyo de una parte (cada vez menor) del laicado"
"Aumentan el clericalismo y la supremacía arrogante de gran parte del clero, con el apoyo de una parte (cada vez menor) del laicado"
Para hablar de la situación religiosa en Alemania, nos acompaña esta vez, desde allí mismo, el doctor Stefan SILBER, profesor de teología dogmática y fundamental en la Universidad de Vechta, que fue durante años misionero laico en Bolivia, muy involucrado en la pastoral y en la docencia teológica en Cochabamba. Con él la palabra:
«Bajo esta pregunta se puede resumir múltiples crisis en Alemania: es una duda que se presenta a nivel individual o personal, comunitario y nacional: ¿Para qué sirve, en una sociedad cada vez más secularizada, la Iglesia, sea católica o protestante? ¿Para qué sirve, en mi vida personal, incluso en mi espiritualidad, ser todavía miembro de una iglesia?
El año pasado, 522.821 personas en Alemania respondieron, más o menos, que “para nada”, y terminaron oficialmente su membrecía en la Iglesia católica. Unos 380.000 miembros de las grandes iglesias evangélicas –luteranas y reformadas– dieron el mismo paso. Fue el número de bajas más alto de la historia. Católicos y protestantes ya no representan la mayoría de la población alemana, y lo que se muestra en las estadísticas es un hecho todavía más notorio a nivel de la sociedad civil: las iglesias ya no son un factor importante en la sociedad y la política alemanas.
La Iglesia Católica en Alemania –voy a limitarme ahora a mi propia comunidad– ha contribuido mucho a desarrollar una imagen negativa de sí misma en los últimos años: de mala gana, los obispos admitieron, desde 2010 más o menos, poco a poco, que no solamente miles de niños y niñas, jóvenes y adultos habían sufrido violencia sexual (y otras) de parte de sacerdotes católicos, sino que además los obispos y las administraciones diocesanas habían hecho todo lo posible para que estos hechos no salieran a la luz ni mucho menos pudieran ser castigados.
Hasta el presente, el arzobispo de Colonia, el cardenal Woelki, gasta un montón de dinero en abogados y comunicadores para desmentir y perseguir judicialmente las acusaciones de encubrimiento en su contra. La Iglesia es identificada, en los medios de comunicación, como una organización criminal, o al menos de encubrimiento.
Otro tema que contribuye al rechazo público que experimenta la Iglesia en Alemania, es la mala administración de sus grandes fortunas. Su riqueza económica tiene causas históricas, pero muchos la relacionan con el sistema del “impuesto para la Iglesia” (Kirchensteuer). En Alemania, este impuesto se descuenta directamente de los ingresos de cada trabajador y empleado que es miembro de una Iglesia; este es el motivo, por el que es posible dejar esta membrecía en una oficina del Estado.
Lo curioso es que mientras en las últimas décadas la membrecía de la Iglesia cayó considerablemente (medio millón de católicos, como ya hemos dicho, en el año 2022), los ingresos por ese impuesto siguen creciendo cada año. Este dinero es administrado (y no pocas veces despilfarrado) por las diócesis, y casi no llega a las comunidades y parroquias, que sufren, desde hace varias décadas, la necesidad de reducir gastos. ¿Para qué seguir pagando el impuesto a la Iglesia?, es la pregunta de muchos al ver los descuentos mensuales de su salario.
Todo ello realmente no presentaría un problema mayor, si la Iglesia pudiera ofrecer una respuesta a la pregunta de para qué sirve. Sin embargo, a nivel local la escasez de sacerdotes lleva a una reducción de actividades pastorales. Aunque la Iglesia alemana cuenta con un gran número de diáconos permanentes, teólogas y teólogos laicos empleados para el servicio pastoral y otro personal calificado, las administraciones diocesanas han reducido consecuentemente el servicio pastoral en las comunidades y parroquias. Todo tiene que ser centralizado en las pocas sedes parroquiales que todavía cuentan con un sacerdote, y no se fomenta el compromiso de las y los fieles que todavía quieren comprometerse a vivir su fe en una comunidad eclesial. Aumentan el clericalismo y la supremacía arrogante de gran parte del clero, con el apoyo de una parte (cada vez menor) del laicado.
En estas circunstancias, el llamado “Camino sinodal” de la Iglesia en Alemania, no ha podido pretender solucionar todos los problemas que se han presentado. Al menos ha dado un paso para mostrar algunas soluciones para la equidad de género, el abuso de poder en la Iglesia y la necesaria transformación de la moral (¡y la teología!) sexual. Puso al desnudo, al mismo tiempo y más o menos involuntariamente, una profunda división en la Iglesia. Fue la primera vez que se hicieron públicos los desacuerdos fundamentales entre algunos obispos. Una minoría muy pequeña de la Iglesia alemana -que tuvo a su disposición los medios de comunicación, pocos obispos alemanes y algunos cardenales de la curia romana-, vociferó fuertemente contra supuestas irregularidades y heterodoxias de la Iglesia en Alemania.
Sin embargo, al público secularizado en Alemania le dejaron indiferente los pocos avances del camino sinodal. En este país, desde 2017 todas las parejas que quieren pueden contraer un matrimonio civil, y si son homosexuales, pueden registrar a sus hijos –propios o adoptivos– como dos padres o dos madres. Desde 2018, las personas no binarias pueden registrarse oficialmente como “diversas”, y las discriminaciones por género son discutidas y repudiadas públicamente. Los pocos avances de la Iglesia, que ni siquiera han llegado a transformarse en estructuras o prácticas nuevas, se consideran como los esfuerzos de algunos rezagados poniéndose finalmente al día.
¿Para qué todavía la Iglesia? Desde la perspectiva del público secular –y en primer lugar de las generaciones menores de 50 años– la Iglesia no contribuye a la sociedad en nada positivo. Los obispos casi ya no se pronuncian públicamente en asuntos políticos, y cuando lo hacen –como en la actual crisis de la guerra en Ucrania– simplemente hacen eco a la postura del gobierno, o siguen repitiendo sus posiciones expiradas hace tiempo.
Es obvio que muchos en la Iglesia confían en los privilegios que su estatus legal da a las Iglesias en Alemania. Por la Constitución alemana y por contratos y leyes del pasado, ella no solamente dispone de los abundantes ingresos del impuesto para la Iglesia. Además, el Estado tiene que pagar directamente los sueldos de obispos y otros altos rangos de las diócesis (los controvertidos “Staatsleistungen”), tiene que garantizar (y pagar por) la enseñanza religiosa (confesional) en las escuelas públicas, proporcionar facultades e institutos teológicos en las universidades, y exime a las Iglesias de grandes partes del régimen tributario.
Encima de esto, paga subsidios a muchas obras sociales, caritativas y de educación de la Iglesia. Como es muy difícil –tanto legal como políticamente– introducir cambios en este complicado sistema de interrelaciones entre Estado e Iglesias, parece muy probable que, en un futuro cercano, lo más estable de las Iglesias serán sus sistemas administrativos y financieros, aunque la vivencia de la fe, las comunidades y hasta las personas individuales desaparezcan.
Pero éstas no desaparecen: se nota que cada vez más las personas y las comunidades empiezan a organizar su vivencia de fe independientemente de las instituciones eclesiales. Hay cada vez más personas que renuncian a su membrecía católica precisamente por motivos de fe, y buscan nuevos lugares y nuevas comunidades para compartirla. Por el momento, éstas son experiencias muy minoritarias, precarias y efímeras. Estas comunidades, sin embargo, tendrán la oportunidad de demostrar para qué sirve, si no la Iglesia, al menos la fe vivida en comunidad: hay comunidades de fe que se comprometen en el rescate y la acogida de migrantes y refugiados, otras trabajan por una nueva conciencia ecológica frente al cambio climático, otras abogan por la no violencia en tiempos de guerra, etc.
Estas comunidades y pequeños movimientos proféticos (o “minorías abrahámicas” como los llamara Dom Hélder Câmara) no son un factor muy representativo de la Iglesia en Alemania, pero tampoco se las puede desestimar. No aparecen en las estadísticas, y muchos de sus integrantes ya no pertenecen a ninguna de las Iglesias. Sin embargo, son ellas las que dan respuesta a la pregunta que intitula este texto: es preciso que transformemos la concepción que tenemos de “la Iglesia”».
[Auf Deutsch]
Weiter mit Deutschland: Wozu immer noch die Kirche?
Dr. Stefan SILBER, Verwalter der Professur für Dogmatik und Fundamentaltheologie an der Universität Vechta, war mehrere Jahre lang als Laientheologe in Bolivien tätig und engagierte sich in der Seelsorge und in der theologischen Lehre in Potosí und Cochabamba. Er begleitet uns dieses Mal, um über die religiöse Situation in zu sprechen Deuschland. Ich gebe ihm das Wort:
„Wozu immer noch die Kirche? Unter diese Frage lassen sich zahlreiche Krisen in Deutschland zusammenfassen: Es ist ein Zweifel, der sowohl auf individueller oder persönlicher, als auch auf gemeinschaftlicher und nationaler Ebene entsteht: Welchen Nutzen bietet die Kirche, katholisch oder protestantisch, in einer zunehmend säkularisierten Gesellschaft? Welchen Nutzen hat es für mein Privatleben, ja für meine Spiritualität, immer noch Mitglied einer Kirche zu sein?
Im vergangenen Jahr antworteten 522.821 Menschen in Deutschland mehr oder weniger mit „für nichts“ und beendeten offiziell ihre Mitgliedschaft in der katholischen Kirche. Etwa 380.000 Mitglieder der großen evangelischen Kirchen – lutherische und reformierte – haben den gleichen Schritt unternommen. Es war die höchste Zahl an Austritten in der Geschichte. Katholik:innen und Protestant:innen stellen zusammen nicht mehr die Mehrheit der deutschen Bevölkerung dar, und was die Statistik zeigt, zeigt sich auf der Ebene der Zivilgesellschaft noch deutlicher: Die Kirchen sind kein wichtiger Faktor mehr in der deutschen Gesellschaft und Politik.
Die katholische Kirche in Deutschland – ich beschränke mich jetzt auf meine eigene Gemeinschaft – hat in den letzten Jahren viel selbst dazu beigetragen, ein negatives Bild von sich zu entwickeln: Nur zögernd haben die Bischöfe zugegeben, nach und nach etwa seit 2010, dass nicht nur Tausende von Kindern, Jugendlichen und Erwachsenen sexuelle (und andere) Gewalt durch katholische Priester erlitten haben, sondern auch, dass die Bischöfe und Diözesanleitungen alles getan hatten, um sicherzustellen, dass diese Tatsachen nicht ans Licht kamen, geschweige denn bestraft werden konnten.
Bis heute gibt der Kölner Erzbischof Kardinal Woelki viel Geld für Anwälte und Medienfachlaute aus, um die gegen ihn erhobenen Vertuschungsvorwürfe zu widerlegen und strafrechtlich zu verfolgen. Die Kirche wird in den Medien als kriminelle Organisation oder zumindest als Vertuschungsorganisation identifiziert.
Ein weiteres Problem, das zur öffentlichen Ablehnung der Kirche in Deutschland beiträgt, ist die schlechte Verwaltung ihrer großen Vermögen. Ihr wirtschaftlicher Reichtum hat historische Ursachen, wird aber von vielen mit dem Kirchensteuersystem in Verbindung gebracht. In Deutschland wird diese Steuer direkt vom Einkommen der Arbeiter:innen und Angestellten abgezogen, die einer Kirche angehören; aus diesem Grund ist es möglich, diese Mitgliedschaft in einer öffentlichen Behörde zu beenden.
Das Merkwürdige ist, dass die Mitgliederzahl der Kirche in den letzten Jahrzehnten zwar erheblich zurückgegangen ist (eine halbe Million Katholik:innen, wie bereits gesagt, im Jahr 2022), die Einnahmen aus dieser Steuer jedoch jedes Jahr weiter steigen. Dieses Geld wird von den Diözesen verwaltet (und nicht selten verschwendet) und kommt kaum bei den Gemeinden und Pfarreien an, die seit mehreren Jahrzehnten unter der Notwendigkeit leiden, ihre Ausgaben zu senken. Warum weiterhin die Kirchensteuer zahlen, fragen sich viele, wenn sie die monatlichen Abzüge vom Gehalt sehen.
All dies würde eigentlich kein großes Problem darstellen, wenn die Kirche eine Antwort auf die Frage geben könnte, wozu sie dient. Auf lokaler Ebene führt der Priestermangel jedoch zu einer Verringerung der pastoralen Aktivitäten. Obwohl es in der deutschen Kirche eine große Zahl von ständigen Diakonen, Laientheolog:innen und anderen qualifizierten Mitarbeiter:innen gibt, haben die Diözesanverwaltungen die Seelsorge in den Gemeinden und Pfarreien konsequent reduziert. Alles muss in den wenigen Pfarrgemeinden zentralisiert werden, die noch einen Priester haben, und das Engagement der Gläubigen, die sich noch dazu bereit erklären, ihren Glauben in einer kirchlichen Gemeinschaft zu leben, wird nicht gefördert. Der Klerikalismus und die arrogante Überheblichkeit eines großen Teils des Klerus, unterstützt von einem immer kleiner werdenden Teil der Laien, nehmen zu.
Unter diesen Umständen konnte der sogenannte „Synodale Weg“ der Kirche in Deutschland nicht den Anspruch erheben, alle aufgetretenen Probleme zu lösen. Zumindest hat er einen Schritt getan, um einige Lösungen für die Gleichstellung der Geschlechter, den Machtmissbrauch in der Kirche und die notwendigen Veränderungen der Sexualmoral (und der zugehörigen Theologie!) aufzuzeigen. Gleichzeitig hat er, mehr oder weniger unbeabsichtigt, eine tiefe Spaltung der Kirche offengelegt. Es war das erste Mal, dass grundlegende Differenzen zwischen einigen Bischöfen öffentlich wurden. Eine sehr kleine Minderheit der deutschen Kirche – die über einige Medien, wenige deutsche Bischöfe und einige Kardinäle der römischen Kurie verfügte – erhob lautstark ihre Stimme gegen angebliche Unregelmäßigkeiten und Irrlehren der Kirche in Deutschland.
Der säkularisierten Öffentlichkeit in Deutschland waren die kleinen Fortschritte auf dem synodalen Weg jedoch ziemlich gleichgültig. Seit 2017 können alle Paare, die das wünschen, in Deutschland eine zivile Ehe eingehen, und wenn sie homosexuell sind, können sie ihre Kinder – ihre eigenen oder adoptierte – als zwei Väter oder zwei Mütter registrieren. Seit 2018 können sich nicht-binäre Menschen offiziell als „divers“ registrieren lassen, und Diskriminierungen aufgrund des Geschlechts werden öffentlich diskutiert und zurückgewisen. Die wenigen Fortschritte der Kirche, die noch nicht einmal in neue Strukturen oder Praktiken umgesetzt wurden, werden als Bemühungen einiger weniger Nachzügler gesehen, die endlich auch aufholen.
Wofür ist die Kirche noch da? Aus der Sicht der säkularen Öffentlichkeit – und vor allem der Generation unter 50 Jahren – leistet die Kirche keinen positiven Beitrag zur Gesellschaft. Die Bischöfe äußern sich kaum noch öffentlich zu politischen Themen, und wenn sie es tun – wie in der aktuellen Krise des Kriegs in der Ukraine –, dann geben sie einfach die Position der Bundesregierung wieder oder wiederholen längst überholte kirchliche Positionen.
Offensichtlich verlassen sich viele in der Kirche auf die Privilegien, die den Kirchen in Deutschland durch ihren Rechtsstatus zustehen. Durch das Grundgesetz und durch Verträge und Gesetze der Vergangenheit stehen der Kirche nicht nur die üppigen Steuereinnahmen zur Verfügung. Darüber hinaus muss der Staat die Gehälter der Bischöfe und anderer hoher Amtsträger der Diözesen (die umstrittenen „Staatsleistungen“) direkt bezahlen, den (konfessionellen!) Religionsunterricht an öffentlichen Schulen garantieren (und bezahlen), theologische Fakultäten und Institute an den Universitäten bereitstellen und die Kirchen von großen Teilen des Steuersystems befreien.
Darüber hinaus zahlt er Subventionen für viele soziale, karitative und erzieherische Werke der Kirche. Da es sowohl rechtlich als auch politisch sehr schwierig ist, in diesem komplizierten System der Wechselbeziehungen zwischen Staat und Kirche Änderungen vorzunehmen, scheint es sehr wahrscheinlich, dass in naher Zukunft der stabilste Teil der Kirchen ihre Verwaltungs- und Finanzsysteme sein werden, selbst wenn das Glaubensleben, die Gemeinden und sogar die einzelnen Gläubigen verschwinden.
Aber sie verschwinden nicht: Es ist zu beobachten, dass immer mehr Menschen und Gemeinschaften beginnen, ihre Glaubenserfahrung unabhängig von kirchlichen Institutionen zu organisieren. Immer mehr Menschen verzichten gerade aus Glaubensgründen auf ihre Kirchenmitgliedschaft und suchen nach neuen Orten und neuen Gemeinschaften, um ihren Glauben zu teilen. Im Moment sind dies noch sehr wenige, prekäre und flüchtige Erfahrungen. Diese Gemeinschaften werden jedoch die Gelegenheit haben, zu zeigen, wozu ein in Gemeinschaft gelebter Glauben gut ist, wenn schon der Sinn der Institution Kirche in Frage steht: Es gibt Glaubensgemeinschaften, die sich für die Rettung und Aufnahme von Migranten und Flüchtlingen engagieren, andere setzen sich angesichts des Klimawandels für ein neues ökologisches Bewusstsein ein, wieder andere treten in Zeiten des Krieges für Gewaltlosigkeit ein, usw.
Diese Gemeinschaften und kleinen prophetischen Bewegungen (oder „abrahamitischen Minderheiten“, wie Dom Hélder Câmara sie nannte) sind kein sehr repräsentativer Faktor für die Kirche in Deutschland, aber sie dürfen auch nicht vernachlässigt werden. Sie tauchen in den Statistiken nicht auf, und viele ihrer Mitglieder gehören keiner Kirche mehr an. Dennoch sind sie es, die eine Antwort auf die Frage im Titel dieses Textes geben: Dafür müssen wir aber unseren Begriff von der Kirche ändern.
[In English]
Continuing with Germany: What is the Church still for?
Dr. Stefan SILBER, professor of dogmatics and fundamental theology at the University of Vechta (Germany), who was a lay missionary in Bolivia for years and was very involved in pastoral work and theological teaching in Potosí and Cochabamba, accompanies us this time to talk about the religious situation in Germany. The floor is his:
“What is the Church still for? This question summarizes multiple crises in Germany: it is a doubt that arises at the individual or personal, community and national level: what is the use, in an increasingly secularized society, of the Church, be it Catholic or Protestant? What is the use, in my personal life, even in my spirituality, of still being a member of a church?
Last year, 522,821 people in Germany more or less answered “for nothing” and officially ended their membership in the Catholic Church. Some 380,000 members of the large evangelical churches—Lutheran and Reformed—took the same step. It was the highest number of withdrawals in history. Catholics and Protestants together no longer represent the majority of the German population, and what the statistics show is an even more noticeable fact at the level of civil society: the churches are no longer an important factor in German society and politics.
The Catholic Church in Germany—I am now going to limit myself to my own community—has done much to develop a negative image it itself in recent years: only reluctantly, the bishops admitted, since about 2010, little by little, that not only thousands of children, young people and adults had suffered sexual (and other) violence from Catholic priests, but also that the bishops and diocesan administrations had done everything possible to ensure that these facts did not come to light, let alone be punished.
To this day, the Archbishop of Cologne, Cardinal Woelki, spends a lot of money on lawyers and media professionals to dismiss and prosecute legally the accusations of cover-up against him. The Church is identified in the media as a criminal organization, or at least a cover-up organization.
Another issue contributing to the public rejection of the Church in Germany is the bad administration of its large fortunes. Its economic wealth has historical causes, but many relate it to the “church tax” (Kirchensteuer) system. In Germany, this tax is deducted directly from the income of every worker and employee who is a member of a church; this is the reason why it is possible to cancel this membership in a public office.
The curious thing is that while in the last decades the membership of the Church fell considerably (half a million Catholics, as we have already said, in the year 2022), the income from this tax continues to grow every year. This money is administered (and not infrequently squandered) by the dioceses, and hardly reaches the communities and parishes, which have been suffering, for several decades, the need to reduce expenses. Why continue to pay the Church tax?, is the question of many when they see the monthly deductions from their salaries.
All this would not really present a major problem if the Church could provide an answer to the question of what it is for. However, at the local level the shortage of priests leads to a reduction in pastoral activities. Although the German Church has a large number of permanent deacons, lay theologians (male and female) employed for pastoral service and other qualified personnel, the diocesan administrations have consistently reduced pastoral service in the communities and parishes. Everything has to be centralized in the few parish seats that still have a priest, and the commitment of the faithful who still want to commit themselves to living their faith in an ecclesial community is not encouraged. Clericalism and the arrogant supremacy of a large part of the clergy, with the support of an increasingly smaller part of the laity, are on the rise.
Under these circumstances, the so-called “Synodal Path” of the Church in Germany could not claim to solve all the problems that had arisen. At least it has taken a step to show some solutions for gender equality, the abuse of power in the Church and the necessary transformation of sexual morality (and theology!). It laid bare, at the same time and more or less unintentionally, a deep division in the Church. It was the first time that fundamental disagreements between some bishops were made public. A very small minority of the German Church—which had at its disposal the media, a few German bishops and some cardinals of the Roman Curia—vociferated loudly against alleged irregularities and heterodoxies of the Church in Germany.
However, the secularized public in Germany was left indifferent to the few developments of the Synodal Path. In this country, since 2017 all couples who want to can enter into a civil marriage, and if they are homosexual, they can register their children—their own or adopted ones—as two fathers or two mothers. Since 2018, non-binary people can officially register as “diverse”, and gender discriminations are publicly discussed and repudiated. The few advances of the Church, which have not even gone so far as to transform into new structures or practices, are seen as the efforts of some laggards finally catching up.
What is the Church still for? From the perspective of the secular public—and first and foremost of the under-50 generation—the Church does not contribute anything positive to society. The bishops hardly speak out publicly on political issues anymore, and when they do—as in the current war crisis in Ukraine—they simply echo the federal government’s position, or keep repeating their long-expired positions.
It is obvious that many in the Church rely on the privileges that their legal status gives to the Churches in Germany. By the German Constitution and by contracts and laws of the past, the Church not only disposes of the abundant tax revenues. In addition, the state has to pay directly the salaries of bishops and other high ranks of the dioceses (the controversial "Staatsleistungen"), has to guarantee (and pay for) religious (denominational) education in the schools, must provide theological faculties and institutes at universities, and exempts the Churches from large parts of the tax regime.
On top of this, the state pays subsidies to many social, charitable and educational works of the Church. Since it is very difficult—both legally and politically—to introduce changes in this complicated system of interrelations between the State and the Churches, it seems very likely that, in the near future, the most stable part of the Churches will be their administrative and financial systems, although the living of faith, the communities and even the individual persons will disappear.
But these are not disappearing: it is noticeable that more and more people and communities are beginning to organize their faith experience independently of ecclesial institutions. More and more people are renouncing their Catholic membership precisely for reasons of faith, and are looking for new places and new communities to share their faith. For the moment, these are very minoritarian, precarious and ephemeral experiences. These communities, however, will have the opportunity to demonstrate what, if not the Church, at least faith lived in community is for: there are communities of faith that are committed to the rescue and welcome of migrants and refugees, others work for a new ecological awareness in the face of climate change, others advocate non-violence in times of war, etc.
These communities and small prophetic movements (or "Abrahamic minorities" as Dom Hélder Câmara called them) are not a very representative factor of the Church in Germany, but they cannot be dismissed either. They do not appear in the statistics, and many of their members no longer belong to any of the Churches. Nevertheless, it is they who provide the answer to the question that is the title of this text: we need to change the way we think of "the Church".
[Em português:]
Publicado pelo IHU, Instituto Humanitas, da Unisinos, São Leopoldo, RS, Brasil, aquí.
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