¿Crédulos o creyentes?
Las palabras no son otra cosa que sustitución verbal, y mental, de la realidad. Algo así como el dinero que sustituye el producto del trabajo.
No es cuestión baladí ésta de la "imago mentis" que suscita una palabra. De tal modo ha llegado a ser parte esencial del desarrollo del niño, que sin palabras no hay conocimiento. De ahí la controversia histórica suscitada en la Filosofía: ¿qué conocemos, la realidad o la imagen verbal de la realidad? ¿Y qué es la realidad? ¿Está fuera de nosotros? Más que nada porque casi todo lo que conocemos no lo es por relación directa con la realidad sino con la expresión de tal realidad. De ahí que en muchos aspectos, conocer no sea otra cosa que verbalizar.
La palabra como bagaje de la persona tiene un componente "ad extra" y otro "ad intra", la palabra recrea la realidad pero la personalidad de cada uno imprime un sello especial en el uso de la palabra, en el lenguaje. La persona recibe el mensaje y a su vez se manifiesta en su lenguaje, en lo que dice y en la forma de decirlo.
La misma religión, en este caso la cristiana, ha elevado a componente divino lo que es parte esencial del conglomerado cultural y social del hombre, su palabra: "In principio erat Verbum". Dios hecho Palabra.
El asunto que hoy nos trae, tiene que ver con el poder evocador de las palabras en su uso "ad extra", su valor connotativo y denotativo.
Como aludido en dos artículos de M.Barreda y en relación a la urticaria producida por el uso del término CRÉDULOS en lugar de CREYENTES, me permito repetir por enésima vez el porqué de utilizar la palabra "crédulos".
Descendiendo al terreno de la polémica, donde la palabra se convierte en arma, nos encontramos con denominaciones pletóricas de carga connotativa.
En el subconsciente colectivo la palabra "creyente" se ha grabado en el colectivo común como postura ante la vida digna y positiva. Frente a ellos, permítaseme la ironía, están los "malvados" que no creen. Pero --y he aquí su poder connotativo-- a estos que no creen NO se les llama "increyentes" sino "incrédulos". El matiz, para quien quiera percibirlo, es evidente.
Visto el asunto verbal desde el otro lado, el de los "incrédulos" y en pura lógica, la de la Lógica Gramatical, el positivo de "incrédulo" ha de ser "crédulo", no "creyente". ¿Me siguen los creyentes/crédulos? ¿Son capaces de entenderlo?
Ése y no otro es el motivo de que mientras yo siga viendo en escritos oficiales, v.g. Evangelios, Encíclicas, sermones clericales... la palabra "incrédulos", necesariamente tendré que emplear la palabra "crédulos". Poder connotativo de las palabras.
Quien quiera ver ofensa en tal denominación puede pedir árnica para curarse de ella, el árnica de su propia inteligencia. Simplemente basta entender lo que se le dice. Y tener la necesaria ecuanimidad razonadora.
Pedir capacidad deductiva es otra cosa, no está al alcance de quien hace de su ACTITUD oficio intelectual.