Dejarse engatusar por la palabrería.
| Pablo Heras Alonso.
El sino vital de todo creyente fervoroso es buscar a Dios. Y tiene la convicción de que, buscándole, lo encuentra. Cierto que luego, con la humildad que tal encuentro exige, afirma que es Dios el que le encuentra a uno. Tras ese proceso de búsqueda, con la certeza segura de su compleción, afirma como dice el panfleto:
Dios es una experiencia superadora que tenemos en la vida; un motor que lo lleva todo hacia delante y que se manifiesta en forma contradictoria: por un lado como “relámpago brillante” y por otro como “noche oscura”.
Y a partir de palabras de este jaez, todos cuantos han “sentido” a Dios se convierten en teólogos vivenciales de la nueva religión. Más aún, pueden ser requeridos, si el nivel de vivencia es elevado y el verbo que les acompaña fluido, como conferenciantes en las mil reuniones progresistas o publicistas, divulgadores de esa nueva religiosidad vivida “a fondo”, engatusadores de audiencias predispuestas, dando testimonio y siendo ejemplo vivo de cómo el Espíritu Santo se ha adueñado de ellos.
Quisiera apelar a la seriedad en el juicio que uno se puede formar de tales creyentes vitalistas, porque se puede caer en la confusión y en la mezcolanza de sensaciones y experiencias con formaciones del psiquismo. Una cosa son las emociones, los sentimientos, la fascinación de una experiencia social, la vivencia artística y similar, y otra el juicio sereno y la constatación crítica de lo que se vive, además del poso que todo eso deja en la personalidad.
Porque muchos pueden hacer derivar o confundir vivencias coyunturales con estados estructurales o esenciales. No se puede caer en la vulgaridad que implica la frase “Dios existe porque lo siento”. En buena lógica, se le podría responder con un retruécano digno de igual vivencia: Lo siento, pero ese Dios no existe. Y a continuación, la subsiguiente explicación: Lo que existe es “tu” experiencia múltiple a la cual das el nombre de Dios.
Experiencias sensibleras se tienen muchas en la vida sin tener que corporeizar algunas de ellas en seres que sólo existen en la imaginación. Una imaginación que puede ser no sólo individual sino también colectiva o colectivizada, puesta en común. Cuando esas experiencias desaparecen o se diluyen, sea por la edad, por la separación, por la falta de “alimentación” creyendo que ya uno tiene suficiente bagaje, por traumas varios personales, familiares o sociales, ese “dios” desaparece.
Quizá también, en cuestión de experiencias verbalizadas, lo procedente fuera ponerse de acuerdo, también, en las palabras con que se expresan o con que se definen.
Encuentro “por ahí” (Tesoro Bíblico) un ejemplo de palabrería barata, con afirmaciones exorbitadas, voluntariosas, metafóricas también, y, en el fondo, vacías de contenido. Su lectura me ha sugerido los párrafos anteriores.
La palabra de Dios no solamente resuelve los problemas con una exactitud asombrosa, sino que sobre todo y antes que todo, resuelve el problema espiritual del hombre, que es el mayor de todos los problemas que aquejan a la humanidad. Este libro contiene la mente de Dios, la condición del hombre, el camino de salvación, el destino de los pecadores y la bienaventuranza de los creyentes. Sus historias son verdaderas y sus decretos son inmutables. Se ha dicho que la Biblia es el mapa del viajero, el bordón del peregrino, la brújula del piloto, la espada del soldado. La Carta Magna del cristiano es el agua del sediento, el pan del hambriento, la luz del perdido.