Dios puede ser cualquier cosa. Y siempre algo creado por el hombre.
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Panteísmo o Nominalismo, como se quiera, cuando la realidad se puede denominar de muchas maneras. Y cuando el origen de "dios" hay que buscarlo en las entrañas más profundas e ignotas de la historia de la humanidad.
La epifanía de Dios –epifáinomai, mostrar, enseñar, aparecer— viene a ser la propia creación, pero hay quien afirma que tal epifanía viene a ser Dios. Lógicamente, con esto caemos en una nueva "quaestio nominis" o "quaestio de verbis", es decir, un asunto que se disuelve en palabras, que desbarata cualquier ulterior explicación de lo que es Dios.
Lo cual no es otra cosa que llamar "Dios" a lo que queramos, en este caso al conjunto de "la creación", pero también podría decirse "dios" a una entelequia, al "conjunto de normas que rigen el destino del universo".
Y si trascendemos la maravilla de la "creación" y paramos mientes en la naturaleza humana,"dios" vendría a ser "la ética impresa en el hombre por la naturaleza", o "dios" el "consenso universal de las leyes que rigen la vida". De nuevo cuestión nominalista en la que cualquiera puede creer y no ser tildado de "ateo". ¡Cuántos filósofos han mantenido esta postura!
Insistimos en la oposición de conceptos. El "creyente" convencido habla de un Dios como ente real y existente; el "otro" deduciría que Dios es palabra, denominación, forma de llamar a determinadas cosas o fenómenos. El compromiso entre ambos conceptos es imposible.
Si de los filósofos pasamos a los teólogos, quizá en los teólogos tengamos la mismísima entidad divina ¡identificada con la palabra! Palabra y Dios, lo mismo: logro genial. El Verbo se hizo carne. Y la carne (divina) es verbo, palabra.
Aunque cueste entenderla, la frase del Diccionario de Teología que sigue es una afirmación categórica de que Dios, como ser, existe necesariamente:
No hay ninguna autoafirmación de un ser infinito; y no hay ningún coraje de ser en el cual no sea efectivo el fundamento del ser y su poder de vencer la nada.
Tras la ironía de identificar "dios" y "palabra", expresiones tan despiadadas para el intelecto como las citadas merecen una crítica también despiadada: cuando alguien, para demostrar la existencia de Dios partiendo de la experiencia sobre él –en especial la experiencia mística--, recurre a textos similares o galimatías de ese cariz, es que ha perdido los papeles o él mismo ha trascendido el mundo racional y vive en la inmanencia divina, lejos del alcance racional de los mortales.
Las pseudofilosofías teologales suelen recurrir a algarabías mentales de ese estilo para no tener que decir directamente: Dios es, pero no me lo creo.