La Iglesia vende, el creyente compra.

Para comprar algo, la persona normal mira y remira, comprueba, pregunta, se informa... ¿Se puede aplicar tal conducta a lo que vende la Iglesia?

Ya no sé ni qué escribir ni sobre qué discutir cuando me acerco a este reducto piadoso que es Religión Digital. ¡Está todo dicho! Lo circunstancial impera en el ámbito de lo religioso cuando de ello se escribe o se diserta, que si tal cura, que si tal obispo, que si tales monjas, que si el papa sí o el papa no... Sobre lo esencial no se habla ni se discute. Hay que aceptarlo todo porque si no, el tinglado se viene abajo. Y el tinglado es mucho tinglado.

Pero yo, erre que erre, me pongo a ello. Por ejemplo, lo que sigue. Cosa extraña es el que todo un Dios nos diga que, por cosas que a las personas normales parecen naderías, uno pueda ser castigado con los mayores tormentos que imaginarse puedan y además por toda la eternidad. Y eso pensando en lo que es Dios: amor, padre, todo bondad, salvador y redentor, providente, que vela por sus criaturas... Pero, qué digo, de esto ya ni se habla.

Bien es verdad que una persona normal, ni cree en eternidades ni menos en tormentos de esa calaña. Pero sucede que la persona normal, aunque creyente, siempre quiere saber más, se muestra inquieta por el conocimiento y no se contenta con lo que le dicen si sospecha o duda de que hay gato encerrado. Y cuando piensa en los otros, los que sí creen toda esa sarta de irracionalidades, y las temen, esa persona normal no puede dejar de preguntarse con inquietud por aquellos, personas creyentes, que sí se ven sujetos y sojuzgados por los dictados de una sociedad de creyentes, la Iglesia, en la que se encuadran. 

Digan lo que digan los nuevos creyentes irenistas --todo es bondad y amor-- que se desligan de ese conglomerado siniestro, el magisterio de la Iglesia afirma todo eso y ordena creerlo. Y. en cuestión dogmática. ese magisterio es infalible porque habla en nombre de Dios. Pero, volviendo a la persona normal, ¿cómo una institución tan respetable, o así lo parece, puede decir cosas tan extrañas sin justificarlas, sin aportar pruebas de ello, sin procurar que parezca creíble? ¿Es que basta con acatar lo que a uno le dicen para saber que son ciertas? 

¿Por qué los creyentes no aplican su capacidad racional también a las creencias que admiten sin más? ¿Por qué en otros aspectos de la vida sí se muestran "racionales" y en el mundo de lo religioso, no? Pongamos un ejemplo de años pasados: las famosas "acciones preferentes", que parece que sus efectos todavía colean. En su momento a este impositor que quería sacar un mayor rendimiento a la herencia de sus padres, le dijeron que podía adquirir acciones preferentes, que eran lo mejor de lo mejor en cuanto a rentabilidad. Y confiado en la palabra, en la garantía que le ofrecía el experto, en la solvencia del banco, en el “sursum corda”, adquirió acciones preferentes. Y cayó en la trampa hasta perder todo lo que había invertido. Cuando sufrió las consecuencias y se dio cuenta del fraude, ejercitó su derecho y demandó justicia. Esa persona que ejerció sus derechos de rembolso se rigió por su sentido común, por su razón, "usó su cabeza".

En cuestión de sentimientos, la Iglesia es un inmenso conglomerado que vende acciones preferentes a mansalva. Y la Iglesia, como el Banco de turno, se muestra como institución garantista, solvente, que no engaña ni puede engañar. Y la persona pretendidamente normal se convierte en creyente.

Lo que es normal en la vida diaria, cual es comprobar la autenticidad de lo que le venden, no se aplica a lo que la Iglesia trajina. ¿Cómo es posible que una persona normal crea que deglutiendo un trozo de harina en forma de oblea consigue la fuerza necesaria para sobrellevar los sinsabores diarios o alcanzar la felicidad? ¿Cómo es posible que una persona normal crea que debe lavar un pecado que cometió el primer "homo sapiens" echando agua encima de la cabeza del recién nacido? ¿Cómo es posible que una persona normal pueda defender que una mujer puede quedar fecundada por un espíritu? Y así podríamos pasar por el resto de dogmas de obligada creencia.

En primer lugar y respecto a determinados dogmas de grueso calibre, admitirán los creyentes que haya quienes duden de ellos, que sospechen que nada de eso pueda ser cierto, como los adquirentes de acciones preferentes comenzaron a dudar cuando alguien aireó el timo. ¿Lo admiten? ¿Lo pueden hacer sin insultar al que duda? Decimos sin insultar, porque es lo poco que pueden hacer en nuestro tiempo, cuando uno ha podido expresar públicamente tales dudas: antes era llevado directamente al Tribunal del Santo Oficio y si persistía en ellas, a la hoguera.

¿Qué garantías tiene la persona normal de que esas verdades defendidas como ciertas, lo son? ¿La palabra de la Iglesia que durante siglos ha dicho, impuesto, lo mismo?

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