Reflexiones sobre la convivencia conventual.

Muchos son los testimonios, libros, artículos, reportajes... que se han escrito sobre la vida interna de los conventos. Hoy ya se sabe todo y no ha quedado en buen lugar lo que de tales antros se ha llegado a conocer. A cualquier persona con un mínimo sentido crítico, de convivencia social normal y emotividad equilibrada, dichas prácticas le ponen los pelos de punta.

Hasta llegar a la inundación actual, varios han sido los diques que la “organización” ha puesto para contener la marea. Los medios de que se ha valido la autoridad competente para silenciar testimonios, cuando alguien “de dentro” ha tratado de “contar” lo que allí se cocinaba, siempre han seguido el camino de anular a la persona, denigrar al mensajero o, lo que se ve hoy día, contraponer otros testimonios de "amor inmenso", de “bien para la humanidad”, de “entrega abnegada”, etc. Y cuando nada de esto servía, el silencio y el paso del tiempo como medicina infalible.

Hay algunos, y en este blog lo he leído, que, por no dar nombres o lugares, califican de invenciones tales testimonios. Bueno, son más proclives a creer los milagros consignados en los evangelios o los de cualquier santo medieval que los hechos que se les ponen delante.

Repitámoslo por activa y por pasiva: lo mismo que un grano no hace granero ni una golondrina hace verano ni la oveja negra es todo el rebaño, así la vida ejemplar, abnegada, entregada, estudiosa... de unos cientos de “consagrados al Señor”, que los hay, no puede ocultar los miles y miles de vidas frustradas buscando una perfección donde no existe, buscando una felicidad engañosa, buscando una satisfacción personal en la propia insatisfacción. Sodoma y Gomorra no se salvaron por unos pocos.

No por extravagantes y raras dejaban de ser algo “normal” las "anécdotas" referidas  Lo más insólito del caso es que el testimonio proviene de una persona integrada en una comunidad religiosa femenina ¡¡nacida para dar enseñanza reglada a niñas pobres!!, es decir, en estrecho contacto con la "vida".

Contraponen testimonios, decimos, de verdadera “santidad” dentro de sus muros. ¡Qué estafa! La supuesta “santidad” de determinados frailes y monjas, la que ellos mismos santifican, no es sino la consecuencia extrema, llevada hasta el paroxismo, de un modo de vida desnaturalizado, incluso dañino y depravado para el individuo, propio de sectas, que ha perdurado --más en comunidades de monjas que de frailes--, hasta nuestros días. Lo que aquí se ha referido no es algo sucedido en la Edad Media, aunque su origen está en ella, ni contenido de las célebres “Vidas de santos” de antaño.

No sé si alguna vez han caído en la cuenta de que, lo quieran ver o no, fundan la santidad “intra muros” en meditaciones y rezos continuados, penitencias buscadas, sacrificios inconsecuentes, silencios espesos, vigilias extenuantes, arrobamientos, misticismos, ritos y ritos y ritos... La santidad por el rito. La práctica de los signos que indican santidad: los verdaderos santos hacían esto y lo otro, yo lo hago por prescripción reglada para ver si soy santo. Tal cual lo comprobé en la autobiografía de Santa Emilia de Rodat.

Es de suponer que ahora los caminos de la santificación van por otros derroteros. Dirán que sí, que van por otros itinerarios relacionados con el “hermano al que se acoge y se atiende”, pero no es así. No todos los religiosos se dedican a eso; hay muchas vidas encerradas y entregadas al rito. Y todavía las canonizaciones siguen presentando modelos que no se reconocen como tales ni entre sus propias filas (dejando aparte las canonizaciones "ipso facto", los mártires).

Por otra parte ¿cómo es la santidad de las monjas que tienen más de 65 años, es decir, del 70% del personal religioso que no pueden entregarse a tareas de brega? ¿Y su "humanidad"?

Si lo referido se podría tildar de anecdótico y como tal no afectar a la personalidad, no es así. Tal modo de vida conduce a la quiebra del psiquismo: hay aspectos psíquicos calificables de neurosis.

Hay algo que debiera quedar patente y que se niegan a aceptar: No se puede forzar a la Naturaleza, quebrar la propia voluntad, contradecir los instintos más naturales, ver transgredida la esfera de la propia intimidad, violentar los procesos naturales de socialización... sin que aquélla se cobre justa venganza. Los mecanismos de sublimación no llegan a todos.

Hay demasiado "mito" en torno a la "vocación", en primer lugar porque presuponían vocación en casos donde sólo existía proselitismo las más de las veces bien rastrero; luego, porque tal “vocación” se realiza en un recinto opaco que hace ascos a la vida normal de personas adultas y formadas; y por último, las prácticas internas conventuales de hace unas décadas eran todo menos espirituales (antihumanas, depravantes, masoquistas...). Incluso hoy la convivencia interna deja mucho que desear cuando no es fuente de conflictos serios psicológicos, depresiones, neurosis varias...

La frecuencia estadística de patologías depresivas es porcentualmente significativa dentro de los muros conventuales. En otras palabras, a igual población se dan más casos depresivos dentro que fuera. La culpa no es del individuo, es del sistema que se impone sobre la perona.

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