Salvador Freixedo


Estoy ojeando, que no leyendo, su libro “Cristianismo, un mito más”. Después de tantos años, vamos hacia los ocho, escribiendo a diario en el blog Humanismo sin Credos y con la necesidad lógica de bucear en tantos y tantos temas, nada de lo que dice D.Salvador Freixedo me “suena” a nuevo. Ni siquiera los datos que maneja.

¿Por qué entonces mostrar interés por este ex sacerdote reconvertido en propagador de doctrinas que ahora chocan frontalmente con lo que la Iglesia predica?

Pues… No tanto por lo que dice cuanto por su trayectoria vital. Cualquiera que pare mientes en tal persona debería pensar en los porqués del giro radical que cobró su vida cuando, a la fuerza o por convicción propia tuvo primero que dar de lado y enfrentarse, después, a aquello que durante tantos años fue su vida, aquello que él mismo propagó y con lo que estuvo vital y laboralmente comprometido. Esa vida espiritual fue el sustento de sus días y empapó todas sus vivencias. En un momento determinado fue consciente del engaño en que había vivido.

Respecto a sus nuevas ideas una aparente objeción surge al considerar el sesgo de sus investigaciones y publicaciones: la ufología, ovnis, los fenómenos paranormales… ¿Cree en todo eso o son simple motivo de “pre-ocupación”? Da igual... que de algo hay que vivir. No nos fijamos tanto en lo que él ahora escribe sino en el hecho de que, por pensar de otra manera respecto a doctrinas más primordiales y comprometidas, cambió de vida. No sólo abandonó el reducto protector jesuítico sino que se situó enfrente, denunciando los mitos con que la Iglesia engaña a sus fieles y gracias a los cuales erige "reino".

No podrán decir de personas como S. Freixedo que habiendo vivido “dentro” durante 30 años su fe fuera falsa, acomodaticia o aparente. Con toda seguridad, en esos años de ilusiones y proyectos, los de la madurez productiva, su fe era convencimiento, era ilusión, era proyecto y era fundamento de su existir vital y también laboral.

Pero, vistas las cosas a posteriori,convencidos estamos de que tales “certezas” dogmáticas eran ideas imbuidas, inculcadas, sugestionadas, a la par que falsas, asumidas las más de las veces por motivos totalmente espurios; eran ideas convertidas en ideales por otros; eran cáscara conceptual. Nunca llegaron a ser convencimiento personal como lo puedan ser los valores humanos de fraternidad, solidaridad, honradez, laboriosidad, lealtad, austeridad, vida familiar, preocupación por los suyos…

Ante las afirmaciones y declaraciones nuevas vertidas en sus numerosos libros en denuncia de las fábulas en que se sustenta la vida eclesial, no podrán venir a decir, como en estos pagos blogueros leemos, que “no tiene ni idea”, que “no sabe lo que es la verdadera fe” y simplezas por el estilo. No. Personas como ésta no son “uno cualquiera” porque son individuos que conocen perfectamente aquello que denigran. Quizá el hecho de haber sido, entre otras ocupaciones, profesor de Historia de la Iglesia le hizo percibir que algo raro había sucedido en algunas épocas de la misma. Y, como dice en su libro, la forma sibilina que usa la Iglesia para esconder determinados hechos históricos, en otras palabras, la miasma que esconden sus dos mil años de tiranía mental... y social.

Hablábamos antes de motivos espurios para abrazar la “religión” (hacerse jesuita). Repasando brevemente su biografía, similar a muchas otras, se aprecia algún que otro elemento que le impulsó a tomar el mismo camino que otros habían trazado: familia profundamente religiosa, un hermano jesuita, una hermana monja… Añádase el ambiente social de la época: ingresa con 16 años (1939), se ordena sacerdote con 30 años, en 1953… desarrollando su ministerio sacerdotal durante los 30 años de vida sacerdotal, pletórica de actividades docentes, sociales y editoras.

Sus periplos americanos y sus inquietudes personales le llevaron a chocar frontalmente con las autoridades, tanto civiles como de su propia Orden. Sus publicaciones, su postura crítica frente al poder (su libro “40 Casos de Injusticia Social”) y, cómo no, por instigación episcopal, fue encarcelado (Venezuela, “Mitos religiosos en las relaciones humanas”). A sus 46 años fue expulsado de la Orden (en su libro “Mi Iglesia duerme” hablaba de una Iglesia encorsetada, del poco espíritu evangélico de sus dirigentes, de la irracionalidad de algunos dogmas).

Casos como el de Salvador Freixedo confirman lo que repetidas veces hemos analizado en este blog, que podría resumirse en la inconsistencia de los credos. Sólo cuando se han dado de lado, se percibe su vaporosidad e inconsistencia. Y cuando alguien para mientes y se detiene a repensar, analizar y comparar aquello que cree, cuando alguien delibera sobre sus “dudas de fe” y las analiza profundamente, cuando alguien confronta credulidades actuales y pasadas y bucea tanto en los orígenes de la Iglesia como en su pasado tenebroso –que por imposible de obviar, es preciso tener en cuenta— termina dando de lado ese “mundillo”.
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