El género humano cree y no hay vuelta de hoja.

¿O sí?

Continúo con el pensamiento vertido en el último artículo publicado aquí, “Prospectiva de la religión católica en España” y la afirmación “grosera” de que la Religión Católica, como otras grandes religiones del pasado, fenecerá. Y me he sumido en la duda al releer esta frase del periodista H.L. Mencken:

La más común y mayor de todas las debilidades consiste en creer apasionadamente en lo que, de forma patente, no es verdad. Es la principal ocupación del género humano".

El género humano, digamos la inmensa mayoría del género humano, cree en cosas paradójicamente “increíbles”, sean las que sean, como si dentro de la naturaleza “natural” del hombre sobreviviera, implícito, el hecho de creer, sea lo que sea.

Cuando hablamos de culturas presuponemos un concepto múltiple, poliédrico: un concepto que engloba tanto lo que consideramos productos como pensamientos, verdades apodícticas como imaginaciones, logros que perviven cual mutaciones benéficas para el hombre como fuegos de artificio que duraron lo que duró el interés por ellos.

La historia de la humanidad nos ha hecho ver que unas culturas se han solapado a otras; unas han destruido a otras más débiles; y las hay que han pervivido reasumiendo las coetáneas... Logros científicos, sanitarios, arquitectónicos e incluso determinados avances sociales benéficos han pervivido; otras verdades, sin embargo, han fenecido con la cultura que las generó... Todo muy normal.

Entre los contenidos culturales que no han periclitado están ciertos postulados difíciles de englobar en algún género de conocimiento propiamente humano que unas y otras, las culturas emergentes y las periclitadas, han generado o atesorado y que a más de uno producen cierta perplejidad racional.

Veamos algunas de ese género perplejo que han pervivido como verdades inamovibles, arraigadas, inalterables y permanentes a lo largo de muchos milenios y dentro de culturas disímiles entre sí:

  • que el alma tiene una existencia real más allá de la muerte;
  • que se pueden cambiar las leyes físicas y sociales por medio de rituales "ad hoc"
  • que tales cambios son realizados por personas especiales, segregadas del resto;
  • que hay determinados individuos que tienen el don de conocer por adivinación la verdad de las cosas;
  • que ciertas enfermedades o desgracias sobrevenidas pueden ser aliviadas por intervención divina, por influjo de algún intermediador o por la convicción del paciente que se entrega a rituales 'ad hoc';
  • que existe un mundo no real distinto a éste poblado por espíritus, fantasmas, santos, hadas, ángeles, demonios, serafines, genios, diablos y dioses.

Y no hablamos del pasado. Hoy sucede lo mismo y no precisamente en países en franco marasmo cultural y económico. En la muy "progresada" y no tanto progresista sociedad usamericana, asimismo muy dada a realizar este tipo de encuestas, alguna de ellas ha revelado los datos siguientes, datos no muy actualizados pero que sirven al efecto:  

  • más de una 1/4 parte cree en brujas
  • casi la mitad cree en fantasmas y el mismo porcentaje en el diablo
  • alrededor del 50% cree que el libro del Génesis es literalmente cierto
  • el 69% cree en la existencia de ángeles
  • el 80% cree que Jesús resucitó de entre los muertos
  • el 96% cree en un Dios o en un Espíritu Universal.

A la vista de todo eso, ¿cómo se explica que nuestra mente, “diseñada” para fiarse de datos comprobados y que en la vida corriente desarrolla conductas acordes con el sentido común, acepte como algo normal hechos y supuestas verdades que contradicen frontalmente el sistema de conocimiento y acceso a la verdad humanos?

Y por otra parte y todavía peor, la necesaria pregunta sobre si de la persistencia de estas constantes se deduce la verdad de su contenido.

Dejamos estas preguntas en el aire como absortos ante la realidad que a la vista se nos presenta: la creencia existe, es un hecho, es una situación. Ante eso, ¿es posible un cambio en la humanidad hacia la racionalidad, hacia lo comprobado científicamente?

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