Tanto se ha hablado de la muerte de Dios… Pues sí, se nos muere.
¿Y a mí qué me importa si no sé siquiera de qué estáis hablando? [Plebe]
| Pablo Heras Alonso.
Siento la satisfacción de que al menos dos asiduos comentaristas de este Blog, que firman como Elifaz y Moisés, demuestren suficiente inteligencia para argumentar con razones y no con exabruptos. La edad confiere moderación a las palabras y razón a los sentimientos.
Concedo: por una parte, no se puede atacar de esta manera a los que creen en Dios intentando convencerles de que están en la inopia; por otra, ni el que cree en Dios ni el que lo niega, tienen la CERTEZA absoluta de tal aserción. La razón de seguir “erre que erre” en “mis trece” se debe muchas veces a razones extrínsecas. Es el caso de lo que sigue.
********************************************************
Muchos son ya los que, ante asuntos religiosos, callan, no les interesa, prescinden, “pasan”... No hay muerte mayor ni más absoluta que la del desdén, la ignorancia o el olvido. Dios ha sido una moda mental durante milenios, una inercia de las ideas en tanto llegaba el conocimiento. Aparte de una compulsión ordenada por el miedo.
En la ausencia de conocimiento, la costumbre lo llenaba todo y Dios ha llenado no sólo la solución de los problemas sino incluso hasta las mismas preguntas por los problemas: Dios, hoy, te sigue preguntando... suelen decir los dignatarios de la credulidad.
Entre esos problemas "pegados" a Dios, está “el mal”, sobre todo el mal absoluto, la muerte. Pero hoy, rodeados de muertes diarias servidas a domicilio por gracia de otras gracias más humanas y ausente Dios de la niñez, el hombre ha gritado, al fin se ha hecho grito contra el “Dios compendio y el dios remedio”: Hasta aquí hemos llegado, ha dicho la humanidad.
El camino que no sirve, no sirve al fin ni siquiera para saber que no sirve: se olvida, desaparece, se esfuma. Ni siquiera los hijos de labriegos saben ya lo que es una parva, un trillo de lascas, el arado de vertedera, la pareja de bueyes o el par de mulas.
Ese Dios dueño de vidas y haciendas ha impuesto una arbitrariedad secular que ni entendemos ni admitimos. El Dios arbitrario se ha vuelto atrabiliario.
Dicen sus sacerdotes que a Dios no le entendemos, que sus designios no son nuestros designios. ¿Es que sus voceros no van a admitir alguna vez que el hombre es de vida corta? ¿que si Dios quiere hablar lo tiene que hacer “aquí y ahora”? ¿que la pretendida salvación es, para el hombre, para su vida, la suya, la propia, la del individuo? ¿que sólo dispone de esa vida para conseguirla?
Pues el hombre de hoy sí ha caído en la cuenta de que su vida es suya y que es demasiado corta para tantos proyectos sin cumplir como le forjan. Designios de dos mil años, al hombre de hoy no le sirven.
Por eso el hombre es ya capaz de alzarse contra santurrones y gazmoños; y es capaz de gritarles a esos santones que ese “su” Dios se busque un reino de entendedores con entendederas; un lugar donde los que le oigan le entiendan; un templo donde su voz resuene y quienes le oigan sepan lo que dice. Y que lo que dice, sirva para algo.
Pero es el caso que hoy todos los dioses son el Baal del que Elías se mofaba.