¿En contra o al margen? ¿Descristianización o separación? – 9

La defensa sangrienta de la fe católica.

La defensa sangrienta de la fe.

Resulta curioso que países protestantes avanzados, en sus declaraciones institucionales, en su organización estatal más o menos invocan a Dios y en sus constituciones se confiesan cristianos; en cambio, países tradicionalmente católicos han avanzado en su legislación constitucional hacia la separación entre Iglesia y estado; el estado se ha declarado libre de la confesionalidad.

Esto no nos debe llevar a confusión, porque si miramos la masa social que es el soporte de las creencias, tan en mengua están los credos protestantes como los católicos, por no decir más. En los países protestantes la religión está supeditada al estado, en muchos de ellos depende del erario público y son un elemento decorativo del organigrama estatal. Es otra forma distinta de secularización.

Hoy día y en España, a nadie escandaliza o preocupa que vayan desapareciendo símbolos cristianos, que el estado se declare aconfesional; muy pocos se alarman por que no se renueve la plantilla de servidores de la fe y por la despoblación de las iglesias..., es decir, que vaya desapareciendo la religión del ámbito social.

Pero sí hubo un tiempo, aciago tiempo para la fe, en que determinados gobernantes quisieron hacer beber al pueblo la pócima liberal y anti cristiana. A pesar del enorme esfuerzo de la Iglesia por evitarlo, le mecha prendió en amplias capas de la población. Las masas siempre han tomado el rábano por las hojas o han sido víctimas de agitadores sociales que pretendidamente buscaban el bien del pueblo: la revolución francesa, la guerra civil española, la revolución bolchevique de 1917, el levantamiento mejicano de 1926...

La Iglesia furibunda se alzó contra ese estado de cosas; enardeció a los creyentes; proclamo una y otra vez que Dios debía seguir siendo el fundamento de las leyes y del orden cultural y social; gritó con todas sus fuerzas que no hay salvación para los hombres, para los pueblos, para la sociedad, sino en la medida en que se acepta a Dios. Dos papas destacan en esta cruzada, Pío IX, que instituyó la festividad del Corazón de Jesús (1875) y Pío XI que estatuyó la festividad de Cristo Rey (1925).

Digamos, de pasada, que tales fiestas entraron en el calendario litúrgico con el calzador del momento histórico. La primera, fruto de las visiones de una desequilibrada, Margarita María de Alacoque, inundó de estatuas y templos el orbe entero, colonizando o secuestrando el paisaje; la segunda, Cristo Rey, en radical contradicción con el Evangelio. Hace relativamente poco, 30 junio 2019, Carlos Osoro renovó la consagración de España al Sagrado Corazón. Los benéficos dones que han llovido sobre España, están en la mente y la boca de todos: un gobierno en quiebra, una pandemia desastrosa... Actos como éste les resultan a los españoles por supuesto anacrónicos, pero también chuscos y hasta jocosos.

Siguiendo con el asunto primero, Pío XI decía (Encíclica Quas primas):

«...el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes»

Y hubo grandes grupos de población que se alzaron contra sus gobiernos en defensa de su fe, pagando masivamente con su vida por defender lo que creían era la esencia de la misma. Ya es sintomático que, de los tres momentos históricos citados, únicamente hubo mártires en los países católicos. Terrible fue, en los inicios de la Revolución Francesa, la sublevación contra las medidas anti católicas en la región de La Vendèe, entre 1793 y 1796. Produce espanto ver cómo sufrió la población creyente, la gran cantidad de víctimas –mártires—que hubo y la saña y vesania con que se reprimió el levantamiento.

En México la nueva constitución de 1917 enervó de tal manera a las masas católicas, azuzadas principalmente por los párrocos (los obispos trataron de negociar con el gobierno), que llegó a formarse todo un ejército de más de 50.000 combatientes, el ejército cristero, para defender las esencias cristianas. La guerra se prolongó desde 1926 hasta 1929. El ejército se ensañó de manera cruel con los cristeros capturados, con sus familias y con sus haciendas.

De la Guerra Civil española no procede añadir nada, porque está todo dicho. Para la Iglesia fue una Cruzada y se involucró activamente con el bando vencedor. Interesante y riguroso es el libro de Antonio Montero Moreno publicado por la B.A.C. Historia de la persecución religiosa en España. 1936-1939 BAC 204, al que remito.

No sé si los católicos, al entrar a considerar tales acontecimientos que cualquier persona de bien rechaza y denuesta, se preguntan el porqué de tal ensañamiento con los católicos, tanto jerarquía y sacerdotes como creyentes y practicantes. Lo dejo aquí a pesar de que tales razones ya han sido explicitadas en muy diversos foros, eso sí, cada uno de ellos tintado con el color del sectarismo. Pero digo: el asesinato jamás tiene justificación.

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