¿En contra o al margen? ¿descristianización o separación? – 4
| Pablo HERAS ALONSO
La Iglesia del siglo XVI se siente pletórica de vida y poder a pesar de todo lo dicho sobre espíritu renacentista y zarpazo luterano. La labor de España en el continente americano, las misiones jesuíticas, franciscanas y dominicas por Oriente incrementan la masa de creyentes. Los teólogos de este siglo acrecientan el acervo doctrinal...
Todo eso es cierto, pero volvemos a lo dicho: dentro del cuerpo eclesial europeo se está gestando el cáncer corrosivo de la duda, la contestación, la secularización de la vida y el individualismo. En el siglo XVII, el siglo del clasicismo, se logra un equilibrio entre la herencia del humanismo renacentista, que es una forma de paganismo, y el espíritu cristiano de las masas. Protestantismo y cristianismo buscando una convivencia de circunstancias.
Paul Hazard (1878-1944), intelectual francés, quizá sea el que mejor ha explicitado las corrientes de pensamiento que surgen a finales del siglo XVII en sus dos libros más interesantes, La crisis de la conciencia europea (1680-1715) y El pensamiento europeo en el siglo XVIII, editados en España en 1946 por “Revista de Occidente”. Fue en esos años por él estudiados, preludio del llamado “Siglo de las Luces”, cuando alumbran dos corrientes fundamentales para entender el siglo XVIII: la corriente racionalista y la corriente sentimental. En sus palabras: "un período tan denso y cargado que parece confuso".
La simbiosis entre mundo secular e Iglesia que supuso el siglo XVII, más bien la entente cordial entre ambos, se rompe otra vez. El libre examen de la corriente protestante exige e impone, en el mundo católico, un mayor campo de emancipación, que abarca todos los ámbitos de la vida, lo mismo que fe e Iglesia pretenden abarcarla toda.
Prefiero copiar del libro “El pensamiento europeo en el siglo XVIII” dos párrafos ilustrativos del pensamiento de Hazard en relación a esta crisis de pensamiento, crisis ligada a la fe:
«Primero se alza un gran clamor crítico; reprochan a sus antecesores no haberles transmitido más que una sociedad mal hecha, toda de ilusiones y sufrimiento... Pronto aparece el acusado: Cristo. El siglo XVIII no se contentó con una Reforma; lo que quiso abatir es la cruz; lo que quiso borrar es la idea de una comunicación de Dios con el hombre, de una revelación; lo que quiso destruir es una concepción religiosa de la vida”.
«Estos audaces también reconstruían; la luz de su razón disiparía las grandes masas de sombra de que estaba cubierta la tierra; volverían a encontrar el plan de la naturaleza y sólo tendrían que seguirlo para recobrar la felicidad perdida. Instituirían un nuevo derecho, que ya no tendría que ver nada con el derecho divino; una nueva moral, independiente de toda teología; una nueva política que transformaría a los súbditos en ciudadanos. Y para impedir a sus hijos recaer en los errores antiguos darían nuevos principios a la educación. Entonces el cielo bajaría a la tierra»
Pero de nuevo volvemos a lo dicho en artículos anteriores: ¿y el pueblo, qué? El pueblo no entiende nada, al pueblo no le llega nada. Esas prédicas intelectuales no disponen de sacerdotes dominicales que hagan homilías filosóficas. De eso se prevale la Iglesia Católica: las masas siguen siendo creyentes sin fisuras. Y corresponden a la fe con diezmos y primicias. No saben ni siquiera conjeturan los requiebros intelectuales que emanan de las alturas supuestamente dirigidos a ellos, los creyentes.