A vueltas con el pensamiento del jefe.
| Pablo HERAS ALONSO
Se da por supuesto que el jefe, por supuesto supremo, a que nos referimos se llama Francisco. Y también se da por supuesto que lo que él dice va a misa, es decir, será mensaje repetido por activa, que no por pasiva, en todos los templos del mundo. Eso ha sido así desde que yo supe que había un señor en Roma que mandaba mucho y al que se referían todos cuantos sabían del asunto.
Pues es el caso que nos vamos haciendo mayores, que vamos leyendo mucho, que lo que uno dice el otro lo contradice e incluso recuerdan los libros de historia que hubo una vez un rey al que las masas incultas y ávidas de sangre cortaron la cabeza, que tampoco había que llegar a tanto.
O sea, que lo que dice el papa ya no va a misa, más que nada porque son muchos los que no van a misa a constatar si dichas palabras suyas pontificales han sido reputadas como tales, con lo que sólo queda en las mentes lectoras el dicho y el contradicho.
A fuer de caballeros lectores que pretenden ser imparciales, hay que reconocer que Fratelli tutti, alegato por un mundo mejor subsecuente a la denuncia previa, merece la pena primero ser leída, pero sobre todo ser atendida. Es denuncia de un mundo que “no funciona” y es alegato de “soluciones”, bien que sui géneris.
Lo dicho es el haz de la hoja, porque como hoja que es, también tiene su envés. Y son muchas las hojas de tal opúsculo que podrían ir directamente a la papelera de la ineficiencia. El asunto estriba en si, en el invierno del mundo, para calentarnos podemos quedarnos con la hojarasca de las palabras o con los tocones o tarugos que alumbran poco, pero dan mucho calor. Con menos palabrería, “del dicho al hecho...”
El mundo salido de las religiones, en especial de aquella que dominó nuestro desgraciado occidente, caminó al paso de oca de sus dictados, fantasías, palabras bonitas, alegorías, bienaventuranzas... durante más de mil quinientos años, esperando que la salvación traída por los salvadores, sobre todo por el así llamado “Salvador”, produjera los efectos que decían, en esencia de que “alguien había venido a la tierra a redimir al mundo de sus pecados”, esos pecados todavía repetidos por “Fratelli tutti”.
En ese largo proceso de salvación vinieron aquellos que nada sabían de la misma, los sempiternos Hunos y Hotros de que hablaba Unamuno, y realmente tales “barbarói” tardaron tiempo en darse cuenta de que habían sido salvados. Nos referimos al tiempo que medió en pasar de sus muchos dioses al Dios de Arrio y luego de Nicea: al fin salvados. Mientras tanto dieron al traste con un Imperio saqueando, matando y reduciendo a cenizas el bienestar de tantas y tantas familias a quienes daba lo mismo que reinara éste o esotro con tal de que hubiera paz y progreso. Como hoy.
No es cuestión de entrar en detalles, pero la salvación se dejó abierta la puerta trasera de la “Peste Negra” que asoló nuestro amado Occidente allá mediado el siglo XIV. Y se olvidó de que podía haber guerras que duraran Cien Años u otras que fueron más letales con solo Siete Años. Y terminó la salvación cuando el mundo se deshizo a mordiscos en el siglo XX, cuando otro papa se quejaba con aquel "¿dónde estabas, Dios...?" Eso el mundo, porque las conciencias de los individuos humanos todavía rezuman odio asesino que no llega a Puerto Hurraco por miedo. "Mucha sangre de Caín...", según Machado. ¿Y todavía hablan de salvación?
Pues sí, dicen, aunque ahora la palabra es de otro calado. Anteriormente seguía habiendo papas, portavoces de aquella salvación, que, entre bocado y bocado de suculentos manjares, hablaban del amor, de la concordia, de la paz entre los pueblos, del progreso basado en la obediencia a los “señores naturales” y demás soflamas. Y el pueblo, unas veces inflamado por requiebros patrióticos y, sobre todo, religiosos, mataba al enemigo sólo para que no fuera masacrado por sus propios generales, capitanes o sargentos que gritaban “Viva Cristo Rey”.
Pero todavía pensaba que estaba salvado hasta que algunos “malintencionados” le hicieron caer en la cuenta de que la única salvación provenía de otros fundamentos, básicamente los que pudieran asentarse en leyes justas.
Y fue entonces cuando los portavoces de la salvación cayeron en la cuenta de que comenzaba a infectarse la sociedad con un virus maligno inoculado por seres malévolos, es un decir, la pandemia de filósofos, ilustrados, volterianos, “democracios”, a fin de cuentas, ateos.
No sigamos, porque los conejillos salvadores que rigen los destinos espirituales de este infeliz Occidente con sede en Roma siguen elucidando si serán galgos o podencos los que por ahí se acercan con caretas que parecen ser de dólar o de euro o que quizá sean chinescas, al grito de ¡democracia va! ¿Está entre esos conejillos el ínclito Francisco con sus palabras supuestamente bienintencionadas? ¿O no parece que se está revistiendo con los ropajes que usaron aquellos que se alzaron con el santo y seña en 1917?