Hablábamos de retórica, de necesidad de manejar la palabra en la relación, sobre todo en las relaciones de ayuda. La inoportunidad en su uso, nos hace dispáticos. La torpeza en el verbo, nos hace pobres en esa empatía que necesitamos para ayudarnos realizando diagnósticos, pautando tratamientos, consolando y buscando luz para sufrir menos o matar los fantasmas que engrandecen nuestro sufrimiento.
Obnibilados por los datos. No solo la medicina, sino también la psicología, se manifiestan admirados por el poder del control de la información, de los datos que nos devuelven las máquinas, de los hechos que evocan y del poder que tiene saber cruzar lo particular con la evidencia de lo universal, o, al menos, de la mayoría. Encumbramos el dato de lo biológico, en detrimento de la experiencia, de la vida contada, emocionada, interpretada con la razón cordial.
Y así, necesitamos recuperar esa competencia narrativa que permite alcanzar lo biográfico, sin atascarnos en lo biológico; llegar a lo personal, sin reducirlo al caso. La técnica y los artefactos aportan útiles herramientas para curar, pero nada justifica que se pueda obviar la comunicación y la relación interpersonal con el que sufre, con el enfermo, en las profesiones sanitarias y de ayuda.