Lo hemos heredado de manera experiencial: cuidar, dejarnos cuidar. Sin cuidados nos habríamos muerto. Fuimos muy dependientes durante mucho tiempo, los que ahora nos declaramos autónomos, los adultos que sacamos la bandera de libertad y autodeterminación en las decisiones de la vida, de la salud, del acompañamiento.
Aceptar nuestra radical interdependencia y nuestra necesidad de cuidar, dejándonos efectivamente cuidar, es un desarrollo justamente de cuidado de nuestro patrimonio moral, en el que nos va la vida.
Y a nosotros mismos: sí, cuidarnos. Sin que este verbo, así conjugado, sea una retirada del espíritu de sacrificio, tan necesario en las actividades de cuidado, en particular a las personas frágiles, en la familia, en la ciudadanía, en las profesiones de cuidado.
Mientras promovemos unos y otros la digitalización de tantos procedimientos y servicios, nada quitará el valor del cuerpo a cuerpo, de la presencia, de la proximidad, de la solicitud que necesitamos de los demás para dejarnos cuidar.
Quizás humanizar es eso: cuidar el patrimonio moral del cuidado.