Haber pasado por estar enfermo de COVID-19 te deja en una situación misteriosa. Muchos de nosotros, los afectados, tenemos síntomas. Los médicos los escuchan y ponen cara de póker. No saben, no pueden decir nada, no pueden interpretarlos. No saben si aliviarlos o relativizarlos. No saben. No hay conocimiento, evidencia, experiencia.
Y los enfermos los atravesamos también sin saber si hemos de relativizarlos, si hemos de seguir quejándonos. En ocasiones, sin saber si nos hacen caso y nos creen. Porque no saben y no sabemos.
Gestionar la incertidumbre es uno de los desafíos en medio de esta ignorancia. Todo parece demasiado vulgar para ser tan trascendente como que está en juego la salud de quien vive esta “segunda parte del libro”, como me parece que se puede llamar al conjunto de secuelas, como preferimos decir, del coronavirus.
Nos tendremos que acompañar. Humanizar la escucha hasta no cansarnos porque, de lo contrario, los enfermos también nos lo pasamos mal en esa soledad existencial inevitable y esa otra soledad de quien podría ser mejor acompañado.