La escucha empática y la compasión son los recursos privilegiados para acompañar a las personas en medio del miedo. La escucha tiene un gran poder terapéutico. Provoca el encuentro y la hospitalidad narrativa, la hospitalidad lingüística, la acogida del corazón de quien siente necesidad de encontrar algún ancla al que agarrarse.
Existe el riesgo de dejar de lado la escucha en la acción pastoral. El Papa Francisco ha dicho que “en la acción pastoral, la obra más importante es “el apostolado del oído”. Escuchar antes de hablar, como exhorta el apóstol Santiago: «Cada uno debe estar pronto a escuchar, pero ser lento para hablar» (1,19). Dar gratuitamente un poco del propio tiempo para escuchar a las personas es el primer gesto de caridad.” Nos decía el Papa Francisco que “solo prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos podemos crecer en el arte de comunicar, cuyo centro no es una teoría o una técnica, sino la «capacidad del corazón que hace posible la proximidad».
Pero hablamos de “escucha activa”. En el encuentro humano, en el que nos hacemos, porque somos relación y somos en relación, no hay verdadera escucha si no es activa. La comunicación pide una “demostración” de comprensión (reformulación) y una respuesta que promueva también la capacidad de comprenderse a sí mismo y la autoayuda.
Ir al compás del alma y del corazón del otro, es generar alto grado de intimidad. Y en ella, ser capaz de superar las tentaciones del directivismo y caminar en el respeto entre la autonomía y la confrontación. Por eso Jesús pide a sus discípulos también que verifiquen la calidad de su escucha: “Mirad, pues, cómo oís” (Lc 8,18).