Lo que me pasa es, frecuentemente, lo que me hace sufrir. El ser humano busca inexorablemente un culpable, alguien a quien apuntarle con el dedo y liberarse así supuestamente de la responsabilidad propia. Pero, en realidad, lo que más me hace sufrir es lo que significa para mí lo que me pasa. Y, si lo reconozco, esto está en parte en mi tejado, en el mundo de las atribuciones de significado, del que, en buena medida, debería ser libre; digamos que esto no me llega, sino que lo añado yo.
Lo que yo hago con lo que me pasa y con lo que significa para mí lo que me pasa, eso sí que debe depender de mí. La naturaleza me limita, el contexto me limita, pero la logoterapia nos desafía a reconocernos dueños de los valores de actitud o de soportación. Quizás era lo que Tehilard llamaba las pasividades, y puede que una parte de lo que para San Juan de la Cruz sucede en la noche oscura.
Aún más, he de reconocer que soy interpelado, ante lo que me pasa y lo que significa para mí lo que me pasa y lo que yo hago con lo que me pasa, a definir qué quiero que pase con lo que me pasa. Definir lo que espero, el escenario deseado, por el que comprometerme para afrontar la adversidad.
Más hermoso aún es constatar que, si no me hago la víctima, está en mis manos hacer que pase, hacer que las cosas pasen, provocar que se haga realidad lo que quiero que me pase con lo que me pasa.
Entre el victimismo y la responsabilidad ante el mal, sin duda, hay un continuum de libertad que es fuente de esperanza, porque buena parte del bienestar está en nuestras manos.