¡Eh, sí! El líder se la juega con las palabras. Aunque no lo quiera. Aunque no tenga habilidad retórica, ni “hable bonito”, como les gusta decir en América Latina. Sus palabras, frecuentemente, son esperadas, comentadas, criticadas, repetidas, distorsionadas, sacadas de contexto…
Por eso, el líder que gobierna, ha de preparar sus palabras, cuidarlas, hacerlas respetuosas, reforzadoras, motivadoras, pero también sinceras, desveladoras, amantes de la verdad desnuda -aunque no toda haya de ser dicha siempre-.
El poder de la palabra puede hacerla lámpara y luz en el sendero, como también puede solo halagar y convertirse en serpientes con veneno. Los labios pueden ser mentirosos, la lengua traidora. Pero las palabras pueden también ser sinceras, oportunas, sanantes. La Sagrada Escritura invita a ser “hacedores de la palabra”, no tan solo oidores o repetidores, porque, en efecto, la palabra puede humanizar.