Para Goleman, las personas que él llama “trabajadores estrella” porque son capaces de automotivarse fácilmente, se caracterizan por tres competencias motivacionales fundamentales:
- El logro, o impulso que nos lleva a mejorar;
- el compromiso, o la capacidad de asumir la visión y los objetivos de la Organización o el grupo; y la
- iniciativa y optimismo, es decir, las competencias que movilizan a las personas para aprovechar las oportunidades y superar los contratiempos.
Sería interesante poner en común las diferentes estrategias motivacionales utilizadas en los programas de intervención social, y quizá, el resultado de dicho análisis sería sorprendente por la escasez de las mismas. Porque, tal y como señalan Miller y Rollnick no es adecuado culpar al ayudado de no estar motivado para el cambio, ya que la motivación es una parte central e inherente a las tareas de un profesional.
Igualmente interesante es caer en la cuenta de la posible desmotivación del terapeuta. Los profesionales de la ayuda experimentamos con frecuencia el sentimiento de impotencia. Convivimos con los límites, con los “fracasos terapéuticos”.
Aprender a manejar la impotencia y vivirla de manera sana ayuda a no escapar de estar con los últimos, que sería una tentación defensiva: la huida. Un sano manejo del sentimiento de impotencia, del nivel de implicación emocional, facilitan la tarea, o más que facilitarla, la hacen realmente posible.