Son los valores los que, al final, parecen iluminar el sendero, en el vivir dignamente el morir. Ayudan a vivirlo los acompañamientos profesionales en clave paliativa. Con los síntomas que producen malestar debidamente controlados, emerge la verdad de uno mismo.
Y es ahí, en la verdad de uno mismo desde donde se mira la vida pasada. La pregunta por el sentido dado a lo vivido, las relaciones que se han disfrutado y padecido, la culpa entre racional e irracional, la gratitud por lo pasado, el perdón por lo equivocado, la apertura a lo simbólico, trascendente, celebrativo… son luces adecuadas para iluminar el cierre.
Lo sabe bien Iván Ilich, en la obra de arte de la literatura de Tólstoi, que navega en el sentido de la verdad del final, la verdad de la mirada de los demás, la verdad de las palabras, la verdad del diagnóstico y pronóstico, la verdad del cuidado y de la ternura.
La cultura paliativa humaniza porque pone verdad, porque permite conjugar los valores que dan luz al final. Algunos lugares, algunas personas, algunos modelos, logran acompañar con belleza a vivir un buen morir, propio y de los seres queridos. San Camilo lo adereza con la pasión por “poner más corazón en las manos”.